Los últimos testigos de trágicos sucesos de la guerra militar de 1936 nos están dejando poco a poco. La ley de vida nos priva de personas como Paula Azcárate Vizcargüénaga que falleció el viernes a los 97 años de edad. Fue superviviente del bombardeo fascista contra Durango y su testimonio, que nunca calló, queda para las próximas generaciones en el libro de biografías 31 Vidas, presentado en la feria del libro de la villa vizcaina en la que vivió. Su testimonio encoge el estómago y por ende el corazón de quien lo conoce.

El pasado julio, ella y su familia lograron que el libro citado volviera a retomarse tras un primer intento que no vio la luz. "Amama dice que tiene 97 años, que cuánto más vas a tardar para publicar las biografías", le transmitió uno de sus nietos al autor. Esa misma noche, el escritor retomó las memorias y cinco meses después fue una realidad que la buena de Paula llegó a tener entre sus dedos. Escasos días después, tristemente, fallecía. Ella había asegurado que su verdad quedara impresa, que no quede silenciada como las de cientos de personas que no tuvieron esa oportunidad. "Ella lo ha tenido en sus manos orgullosa de su aportación, a pesar de que estaba muy pochita", agrega Asier Astorkia, el mismo que hizo de mensajero.

El funeral católico fue en Nochebuena y la familia se mostraba en Santa María muy agradecidos a este "encanto" -coincidían- de madre, tía, amama, birramama... Ella que aportó también una frase a una canción sobre el bombardeo titulada Martiaren 37 (37 de marzo, como alegoría al año de la masacre) y su testimonio grabado de un minuto formó parte del documental estrenado este mismo año titulado Durango 1937

Su historia atesora todos los elementos de una película: su padre fue denunciado por quienes le alquilaban la casa por ser del PNV y condenado a muerte; su tío -en el otro polo ideológico- fue el famoso abad Carlos Azcárate, amigo personal de Franco; ella vivió medio siglo en la casa vicarial de las monjas de Santa Susana de Durango, aquellas religiosas que sufrieron muerte, víctimas del bombardeo fascista por manos de quienes se autodenominaban cristianos. Ella siempre lo denunció. "No pueden ser católicos si matan", subrayó.

Paula nació en Gaztelua, barrio rural de Abadiño, el 29 de septiembre de 1924. Era la segunda de cuatro hermanos. Primera curiosidad: "Mi padre era Francisco, pero murió cuando yo tenía dos meses, y mi madre se casó con el hermano de Francisco, Felipe, quien, tras cuatro años preso de Franco, volvió a casa mal de la guerra", asentía quien se casó con Ciriaco Astorkia, de Iurreta.

Con ocho años, Azcárate -como ella firmaba su apellido- fue enviada a servir a un caserío de Durango. Seis meses antes del bombardeo aéreo el bando sublevado ya arrojó unas bombas sobre el frontón de Durango causando 12 muertos y heridos entre los milicianos que descansaban allí.

Como venganza, los republicanos sacaron a supuestos afines a la derecha de la cárcel y los fusilaron en el camposanto. "Yo los vi pasar" y Paula aportó datos como que "la primera en pegarles un tiro fue una miliciana, una de la CNT. Iban con un buzo azul y a las que íbamos a misa nos tiraban zapatos viejos desde las ventanas. ¡Insultaban! ¡Eran malas!", valoraba.

"Fue horroroso"

Medio año después llegó el 31 de marzo. "Fue horroroso, no se puede explicar". Ella, como su madre, acudió al día de mercado. La niña tenía el cometido de suministrar leche a una familia del pueblo y coincidió con su madre en Kurutziaga. Oyeron la sirena que anunciaba peligro. La mayor le dijo de forma cariñosa: "Ume (niña), vete a casa, no pares. Cojo el burro y voy". Paula se topó con un amigo y juntos vieron que "de Anboto, venían aviones de tres en tres y con cazas", evocaba.

Al llegar al palacio Garai de Kurutziaga, miró al cielo: "Le dije: Faustino, están tirando papeles. Él me tiró al portal de Loizate. De pronto, todo era humo, ruido, piedras por encima. Fuera no se veía nada, parecía de noche. Árboles caídos, todo roto".

Paula pensó que los fascistas habían matado a su madre que se dirigía a por el burro a la "tienda de Eguen". "Vi a una mujer con una criatura sin pies debajo, muertas ambas. Los burros muertos se hincharon, como un milagro y estaban patas arriba". En cuanto pudo, echó a correr hacia San Fausto y se encontró con una vecina ensangrentada. Una cantina de leche se le había incrustado en la cintura. "Me dijo: Polita (bonita), vete a casa y diles que estoy muriendo".

Azcárate se reencontró con la mujer con la que vivía. "Me besó y le dije que mi madre y mi tía que vivía con las monjas habrían muerto". Pero no. Al mediodía vio su madre encima del burro. Llegaba con una pierna curada por metralla. Les contó que "se había refugiado donde Eguen. De cuatro, murieron la hermana de María Eguen, la tía de Mancisidor y otra. Ella quedó viva".

El 28 de abril los de Mola y Franco ocupaban Durango al asalto: "¡Qué música! Con banderas. Recuerdo que los primeros en entrar fueron moros con pantalones blancos y capa". Los dueños de la casa despacharon a la familia de Paula del inmueble. "Les decían a los moros que éramos rojos, que nos fuéramos como los de Rusia". Esos días, vieron a su tío, republicano, muerto en el cementerio de Abadiño. "¡Las pasamos canutas!".

Más aún cuando la Guardia Civil les requisó su casa y preguntaron por el padre de la familia. Lo detuvieron por nacionalista vasco en Astola. "Le dieron tres penas de muerte, tres denuncias falsas". Lo encarcelaron en Larrinaga, en un barco-cárcel, en Burgos y Astorga. Según la familia, no era gudari.

Felipe se libró de las penas de muerte porque su hermano era Carlos Azcárate, histórico fraile trapense en San Pedro de Cardeña. "Él era carlista, muy amigo de Franco, y tan dictador como él", se reía Paula mostrando una foto del archivo familiar en la que ambos departen juntos.

Partieron a vivir a Durango. "Yo, recién casada, fui a vivir al convento de Santa Susana. Los historiadores dicen que en el bombardeo murieron 13 monjas, pero no, fueron 17, que yo las conocía a todas. De hecho, aún pongo nombre a las que se salvaron en las fotos que hay. Se les ha olvidado que algunas fueron asesinadas por la tarde cuando escapaban. Arrojaron bombas contra el convento, sobre la zona de las monjas. Es curioso que quienes se decían cristianos mataran a curas y monjas. ¡Un cristiano no mata! Yo no lo haría en la vida ni por nada".

Su reciente petición, a los 97 años, fue clave para la reciente publicación de un libro de testimonios sobre el bombardeo de Durango

Recordaba cómo el 28 de abril Durango fue tomado por los fascistas encabezados "por los moros con pantalones blancos y capa"