La visión de estos años y los múltiples cambios que se han ido produciendo, tienen que servir, no solamente para reconocer lo que hemos avanzado y lo que hemos ido logrando colectivamente, sino, sobre todo, para ser conscientes del continuo cambio en el que estamos inmersos y en el que podemos influir si tenemos capacidad de diagnóstico y coraje para tomar las medidas necesarias.

Comenzamos en 1980. Aquella época estaba marcada por la crisis económica y un nivel de paro no conocido hasta entonces, con una agitación social derivada del cambio de régimen político y una dolorosa problemática relacionada con la droga, la heroína, que generó gran sufrimiento en familias de todos los niveles sociales y la pérdida de muchas vidas de una generación. En un momento en que las instituciones autonómicas estaban naciendo, las respuestas se articularon desde la iniciativa social, buena parte de ella ligada a entornos religiosos con gran carga vocacional y desde la cercanía de los barrios.

La entrada paulatina de los servicios públicos añadió a la óptica de la solidaridad, la de los derechos de las personas y la financiación pública promovió la profesionalización del trabajo de acompañamiento. Esto permitió la consolidación y universalización de los servicios que hoy constituyen un elemento de protección social.

Aunque la transformación ha sido positiva, también ha habido elementos que se han debilitado y que tenemos que rescatar, como son la participación en los barrios y la implicación de la comunidad para crear referencias de pertenencia cercanas. Estos factores siguen siendo claves en el trabajo de inclusión social.

La sociedad se puede mirar desde muchas ópticas y desde Bizitegi, junto con las entidades que forman parte de la red europea de lucha contra la pobreza, aportamos la visión desde las personas en exclusión, desde la pobreza. Esta perspectiva completa las otras que, desde un punto de vista macroeconómico, conforman nuestra imagen de la sociedad.

Porque si hay una causa principal de exclusión social, antes y ahora, es la pobreza y la desigualdad, y también aquí tenemos que analizar su evolución. Acaba de publicarse la Encuesta de Pobreza y Desigualdades Sociales del Gobierno vasco que ofrece una fotografía precisa y detallada de la sociedad, de la que se pueden extraer algunas conclusiones.

Por una parte, como se resaltó en la presentación oficial, el nivel de bienestar de la sociedad vasca es elevado con un 75% de la población en situación de completo bienestar. Pero seguimos teniendo una pobreza relativa del 20%, una de cada cinco personas, y lo que es más preocupante aún, el nivel de pobreza severa no ha parado de aumentar desde que se empezaron a recoger datos en 1986. En aquel año las personas en riesgo de pobreza severa eran un 3,3%, este año son un 6,1%.

La cohesión social es un elemento fundamental en la configuración de las sociedades democráticas y libres, que son las únicas que pueden garantizar un bienestar o un elevado desarrollo humano y para eso hay que actuar sobre el total de la ciudadanía, sobre la competitividad y sobre la innovación, sobre la educación y sobre la sanidad, pero también sobre la pobreza y la exclusión social.

Y ello, tanto por motivo de justicia como por eficacia. Porque utilizando un símil ciclista, cuando se rompe el pelotón, no solamente se quedan personas descolgadas, sino que el pelotón en sí mismo pierde fuerza. Por eso cuando en este momento abordamos reformas importantes de nuestro sistema de protección social, tengamos claro que los recursos que dediquemos a ello no restan de los esfuerzos de modernización y competitividad, sino que suman de manera significativa, al garantizar que no hay partes de la sociedad que se quedan al margen.

El horizonte de salida de esta crisis de pandemia nos sitúa en una nueva encrucijada, con grandes incógnitas y retos por delante. En un país pequeño como el nuestro, con escaso desarrollo demográfico y una tendencia clara al envejecimiento, el trabajo por incluir al mayor número de personas, también las que llegan desde otros lugares en busca de oportunidades, no debería ser una cuestión secundaria en nuestra agenda.

Necesitamos decisiones valientes y pedagogía social y, como entidades de iniciativa social, no podemos limitarnos a incidir ante los responsables políticos, tenemos que hacernos presentes también entre la ciudadanía para volver a ser semillas de solidaridad y trabajar por una sociedad sin exclusiones.

Gerente de Bizitegi, asociación por una sociedad sin exclusiones