No estamos sacando el producto", lamenta el pastor Sabin Aranburu, que elabora queso Idiazabal en Muxika junto a su mujer, Piedad Ingunza. Si una semana normal llegaban a despachar un centenar de piezas, hoy en día apenas alcanzan la docena. "Vendemos a particular, a tiendas, a restaurantes... Pero ahora se vende poco, muy poco. La gente está metida en sus casas y es normal, no viene nadie a comprar", afirma. Tanto, que en su cámara frigorífica se almacenan ya 3.500 piezas de queso. "Dentro de poco no vamos a tener más capacidad de almacenamiento", augura.
Aranburu es un pastor de los que se podrían llamar vocacionales; eligió vivir en el caserío con sus tíos antes que en Durango con sus padres. Sus 350 ovejas de raza latxa cara negra, un rebaño considerado de élite dentro del esquema de mejora genética, producen anualmente 55.000 litros de leche de una calidad excepcional.
El queso que produce, con Denominación de Origen Idiazabal y del que se encarga principalmente Piedad, lo venden de forma directa a carnicerías, tiendas y en mercados a los que acuden de forma casi diaria, además de a los particulares que acuden a la explotación para adquirir sus productos o a los restaurantes y bares que se surtían de sus ejemplares. "Las ventas han caído un montón, muchísimo. Si antes, a la semana podíamos vender un centenar, ahora estamos sacando una docena, prácticamente nada", expone Aranburu a modo de ejemplo. "No viene nadie aquí a comprar, porque la gente no puede salir de casa. A nosotros también nos pasa cuando salimos a hacer los recados, a recoger algún pienso o a llevar algún queso, hay controles en las carreteras y nos paran para ver a dónde vamos".
"Eso, para nosotros, es lo peor que hay. Hacer, hacemos el queso, pero el problema es que no le podemos dar salida". Con el problema añadido, prosigue, de que las piezas se acumulan de forma progresiva en su cámara frigorífica. "Ahora tendremos almacenados unos 3.500 quesos, pero el problema es que ese número sigue aumentando día a día. Tenemos una cámara grande pero si no sacas, aquello se llena", advierte el baserritarra, que comenzó a elaborar los primeros quesos de la temporada a principios de diciembre.
Sin dejar de lado, por supuesto, las repercusiones económicas que esta situación provoca por el descenso de los ingresos. "Los gastos continúan siendo los mismos, porque a las ovejas hay que seguir alimentándolas. Y si no entra dinero...", argumenta Aranburu con resignación.
Su rebaño, dice, no entiende de coronavirus, crisis sanitaria ni estados de alerta; necesita los mismo cuidados pase lo que pase en el mundo. "Hay que darles de comer, sacarlas, limpiarlas...", enumera.