Bilbao - Desayunaban una taza de agua caliente y daban a luz en el suelo, viendo morir a sus hijos sin asistencia médica; las llamaban las amarillas, por el color que adoptaba su piel por las enfermedades, el hambre y la falta de higiene. Las propias reclusas lo llamaban “el cementerio de las vivas”. “La cárcel de Amorebieta fue un pudridero de mujeres”, afirma sin paños calientes Ascensión Badiola, doctora en Historia Contemporánea que ha dedicado un libro a esta prisión, operativa entre 1939 y 1947 en el edificio que hoy en día ocupa Karmelo Ikastetxea. De forma “humilde”, el trabajo quiere recuperar la memoria de las miles y miles de mujeres, “individuas peligrosas”, como las denominó el régimen de Franco, que pasaron por sus muros, incluyendo los nombres de más de 1.200 de ellas que obtuvieron la libertad condicional.

Individuas peligrosas. La Prisión Central de Mujeres de Amorebieta (1939-1947) supone, según remarca el editor de Txertoa Martin Anso, del primer trabajo monográfico que se realiza sobre esta cárcel, una de las grandes desconocidas de la historia más reciente de este país. “Toda la documentación sobre ella se ha perdido y ha tenido que hacer una labor de hormiga para recopilar los datos que muestra”, subraya. La de Amorebieta no fue una cárcel “anecdótica o local”, sino que estaba incluida dentro de un circuito carcelario de penales de castigo creado por el dictador para mujeres de ideología republicana, “rojas y de izquierdas, también nacionalistas”. Lo conformaban centros como el de Málaga, donde el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera realizó experimentos para buscar un “gen rojo” entre las reclusas, o el de Ventas, en Madrid, tristemente célebre por los fusilamientos de Las Trece Rosas. Saturrarán, Durango y Amorebieta formaban las “cárceles del norte”, conocidas por su dureza. “En Madrid, por ejemplo, amenazaban a las mujeres con mandarlas aquí, primero porque las separaban de sus familias y segundo porque eran cárceles especialmente duras”, relata Badiola. Las reclusas no disponían de ningún tipo de asistencia ni de ayuda. “Llegaban en tren a Bilbao desde Madrid, y desde ahí iban andando hasta lo que hoy en día es Karmelo Ikastetxea”. Y es que el edificio sigue existiendo hoy en día. “Es un edificio que sigue imponiendo incluso hoy en día pintado y bonito; podemos imaginar lo que supuso en aquella época, negro y sucio”, ilustra la autora. El día a día del penal era aterrador: “Daban a luz a sus hijos en el suelo y vivían con ellos sobre un petate; a algunos les veían morir sin ningún tipo de asistencia, ni de las monjas, a las que llamaban durante toda la noche sin que respondieran, ni del médico, que se dedicaba únicamente a certificar los fallecimientos”. Ni siquiera podían estar con ellos cuando eran bebés; solo veían a los niños un ratito al día. “Los oían llorar y no podían ir. Y si los niños estaban enfermos, tampoco. Y la que paría iba cinco minutos a darle el pecho, pero nada más”, recoge Badiola el testimonio de Trinidad Gallego, una de las matronas más perseguidas durante la dictadura y que estuvo presa en Amorebieta junto a su madre y su abuela. Los pequeños solo podían estar en la cárcel hasta los 3 años; después, si no se encontraban familiares que se hicieran cargo de ellos, eran dados en adopción. Son los niños perdidos del franquismo, renombrados por las familias adoptivas de forma que los padres biológicos no pudieran seguir su rastro.

Para escribir este monográfico, la historiadora ha recurrido a fuentes bibliográficas y hemerográficas, en las que hace referencia a esta cárcel; archivos históricos, o los testimonios de mujeres, ya fallecidas, que estuvieron en el penal, como Tomasa Cueva, que durante la dictadura recopiló las experiencias de presas que como ella estuvieron en la cárcel de Amorebieta y en otros penales.

Más de 1.200 nombres Del Boletín Oficial del Estado ha logrado extraer el nombre de más de 1.200 mujeres que obtuvieron la libertad condicional; solo una pequeña parte de las miles que pasaron por sus muros a lo largo de sus ocho años de actividad. “El movimiento era continuo de una cárcel a otra; se hizo una especie de turismo carcelario”, lamenta la autora.

Por esta prisión pasaron reclusas históricas como Josefina Amalia Villa, Nieves Torres o Teresa Alonso Otero, pero muchas más anónimas. Aunque pocas -la dictadura tendía a alejar a las mujeres de sus lugares de origen- en Amorebieta también hubo presas vascas; en el Archivo Municipal de la localidad logró encontrar el censo del penal de 1945, con los nombres de las 19 de ellas que había allí en ese momento. Con el eterno debate sobre si publicar o no sus nombres, Ascensión Badiola decidió sí hacerlo en un momento en el que muchos familiares buscan a tíos, padres o abuelos desaparecidos durante el franquismo. “Todas las semanas recibo correos electrónicos sobre personas que quieren saber qué fue de su familiar”, reconoce. No es la primera vez que conoce a alguno de ellos. “Hay testimonios conmovedores: una de esas personas me contó que su madre había fallecido sin saber qué había sido de su hermano; nunca lo encontraron. Un día le hablaron de mi libro Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940), y allí apareció el nombre de su tío. Eran de Castellón y vinieron a Derio a visitar la fosa común, donde depositaron unas flores”, relata.