... Y, de repente, estalla el más hermoso ahora
UNOS metros más allá del umbral del pórtico de la iglesia de La Encarnación, allá en Atxuri, por aquello de esquivar los alivios de las palomas que anidan entre campanarios y bajorrelieves de la fachada, Amagoia y Asier Loroño aguardaban la hora, templando el nervio con humo de tabaco. La preocupación no emanaba de su actuación, sino del espectáculo anunciado: un concierto de alumnos de la Escuela de Acordeón y Música Loroño en el que también participan los grupos Beti Aurrera, Azul Bilbao y Txikibilbainitos, TBK. Contaban, entre caladas, el programa previsto: una lluvia de ritmos populares, desde las marchas austriacas hasta las tarantellas italianas, pasando por el vals parisién, los fandangos y el arin-arin, todo ello acompañado por las viejas bilbainadas “y mucha alegría”. No por nada, el espectáculo se llamaba Con sabor botxero.
Más Amagoia que Asier tenía una incertidumbre: ¿Cómo actuarán los jóvenes aprendices? ¿Serán capaces de superar el roer del ratón de los nervios, esas viejas mariposas en el estómago, tan viejas como el hombre? Amagoia es una mujer de severas exigencias. E incluso es posible que su juicio, una vez concluida la hora larga de repertorio, pusiese un sí, pero... mientras los presentes rompían en aplausos. Porque hubo un momento, superadas las inquietudes y las excitaciones propias del trance, en que, de repente, estalló el más hermoso ahora. Tan bello fue que hasta las palomas dejaron de cagar. Y dio la impresión de que el gesto enjuto y adusto de Miguel Eslava, dominico encargado de La Encarnación, se emocionaba.
Cada cual lo sintió a su manera. El artista Jujo Ortiz, por ejemplo, autor del tríptico de atrezocon el que se tapaban las vergüenzas del altar, parecía emocionado. Al igual que Unai Aizpuru e Iker Urkidi, embajadores de BilbaoHistoriko, asociación que promociona los barrios históricos de la villa. Unos metros más allá María Jesús Ortega, José Luis Bikandi, María Luisa Hernández y Gloria Martínez desenfundaban el pañuelo con disimulo. Se habían emocionado. Al igual que profesoras y profesores de La Escuela, como los propios intérpretes, de la misma manera que un público entregado.
En esa lluvia de sensaciones se movieron, sin distinción por aquello de la igualdad sentimental, lo mismo Egoitz Astigarraga que las jóvenes Enara Monasterio, Naroa Loroño, Elena Ferreira, Oihane Chen, Manuela Galilea, Itziar Elorriaga y el valiente Ibai Gutiérrez, al que rodeaban, dicho sea sin segundas, el sumiller Roberto González, Esther Díaz, Isabel Martínez, Estíbaliz Gana, Mariví Gallastegi, Ekaitz Polledo, Iluna Uriarte, Naroa Ormaetxe, Aimar Pagonabarraga, Eneko Loroño, Oihana Antón, Luis Eguiluz, Adrián Castro, Gorka Guridi, Begoña Elosegi, Miren Ugarte, Daniel García, Roberto Palacios y un buen número de hombres y mujeres que disfrutaron del recital, regodeándose en cada compás, avivando el fuego de la memoria con cada letra. Amagoia, ya lo dije el principio, tenía ciertos recelos. Quizás mantenga sus dudas porque la inmensa mayoría de los presentes no alcanzan, no alcanzamos, su maestría. Pero Javier Ulía, María José Alonso, Idoia Urrutikoetxea, Miren Begoña Ortuondo, Alicia Mugica y muchas personas más alcanzaron algo más importante: la felicidad.