LA lucha y el judo pueden cambiar vidas en el momento más inesperado. Esto le ocurrió al andaluz César García que a los 18 años dejó atrás su tierra natal, Granada, para instalarse con su madre en Bilbao. Desde que la lucha se interpusiese en su camino sin esperarlo se ha formado en distintos gimnasios de la villa hasta lograr ser dos veces campeón de España. Después, como profesor, los triunfos se los ha dejado a sus alumnos, quienes han seguido sus pasos e incluso han llegado a formar parte del comité olímpico. Ahora, como recompensa, estos le han hecho entrega de la insignia olímpica reconociendo su trayectoria profesional.

César creció en un pequeño pueblo de Granada, pero a los 13 años lo abandonó junto a su madre porque en la villa tenía a parte de su familia. “Estábamos solos y aquí comencé a ir al colegio para después meterme a pintor”, cuenta. Hasta aquí la vida de César era como la de cualquier otro chico de su edad, estudiaba y trabajaba para vivir. Un día, con 18 años salió de fiesta y se encontró con unos amigos. Nunca imaginó que aquel momento le cambiaría la vida para siempre. “Me dijeron que por qué no iba con ellos que hacían lucha y así veía si a mí también me gustaba”, relata.

Por aquel entonces era pintor, pero desde que descubrió este arte marcial apostó firmemente por él y compaginó ambas cosas. “Fue empezar y gustarme. Se me dio bastante bien”, dice. Comenzó formándose en diferentes gimnasios de la villa, incluso en el club Yamagata que desde hace medio siglo mantiene la vertiente más longeva del karate: el shotokan. Por aquel entonces solo hacía lucha y comenzó a ir a competiciones. En los años ochenta fue dos veces campeón de España y para César fue todo un reto “y una sensación especial”. “Hay que prepararse para competir porque les puedes ganar con facilidad y hay que trabajar muy bien. La emoción de ganar influye mucho después”, cuenta.

También judo Después fue conociendo los diferentes estilos de la lucha, en especial, el judo kodokan. “Cuando terminaba de entrenar en uno de los gimnasios, me quedaba viendo a los de judo y uno de mis entrenadores me dijo que probase”, rememora. Y así lo hizo. “Me pusieron con una chica porque en la lucha no peleábamos con ellas. Entonces yo pensaba que si le agarraba por algún lado iba a pensar mal y cuando me di cuenta ya estaba en el suelo. Desde entonces me quedé ahí”, cuenta.

Reconoce que si tuviese que quedarse con una de estas dos prácticas deportivas se quedaría con ambas a pesar de que después, profesionalmente, se haya dedicado más al judo.

Siempre ha tenido el apoyo indispensable de su familia y sobre todo, de sus profesores, Demetrio Príncipe que le enseñó la lucha, y Chon, su maestro de judo. “Ellos veían que apuntaba maneras y si algo he conseguido es por ellos”, agradece.

Los mismos valores que un día le inculcaron sobre el tatami se los ha querido transmitir de la misma manera a sus alumnos en los dos gimnasios que abrió y por los que abandonó su oficio como pintor. El primero fue en Santurtzi en 1976 y dos años más tarde en el barrio bilbaino de Zorrotza. “Hay que tener facultades porque si no las tienes es difícil que te salga bien una competición. Yo cuando empecé pintaba e iba a entrenar y a veces me quedaba dormido en el coche. Pero entraba al gimnasio y me despejaba totalmente”, dice.

Tal ha sido su afán por estas prácticas orientales que estuvo de internacional en Polonia y en Bulgaria como entrenador. Ha transmitido esta pasión a sus alumnos; tanto es así que cuatro de ellos fueron a las olimpiadas de Barcelona. “Estoy muy orgulloso de todos mis alumnos y también de que mi hijo haya seguido mis pasos, aunque al principio no se le daba muy bien porque no estrangulaba, no luxaba? Ahora el cambio es radical”, admite.

El 1 de enero de 2016, César dijo adiós a una larga trayectoria de gritos sobre el tatami. Se jubiló y ahora es su hijo quien está al mando del gimnasio de Zorrotza que lleva el mismo nombre que el de su padre. Desde que le operaron del cuello y la rodilla, no ha podido volver a competir, pero lo hará próximamente su hijo Aaron en la vertiente más actual del judo: el jiujitsu.

La larga trayectoria de César ha sido recientemente reconocida por el Comité Olímpico, en el cual están algunos de sus alumnos y le hicieron entrega de una insignia. “Nunca imaginé todo esto. Es fabuloso ir por la calle y que te digan que están orgullosos de haber entrenado contigo”, concluye.