Corría el año 1956 cuando Luis María Sotillo y Sol Sáez contraían matrimonio en la basílica de Begoña. Numerosos invitados acompañaron a la pareja en su día y disfrutaron del convite que se celebró en uno de los locales históricos de la villa, en el Arizona Club. Casi setenta años después, el inmueble, ubicado en el número 73 de la Gran Vía, será derribado para levantar en el mismo solar un hotel con cien habitaciones.

Quienes han pasado por este edificio en sus inicios recuerdan con añoranza las historias que han vivido en sus salones y bares. Antes de ser bingo, por lo que le conocen las generaciones más jóvenes, el Arizona fue en su origen un gran espacio de convites y, después, una de las primeras salas de fiestas que se abrieron en la villa.

“Era el lugar más elegante y vip de la época en la ciudad. La boda salió fenomenal; la comida, la música en directo... Tengo un gran recuerdo de aquel día. Nos juntamos muchos invitados y no paramos de bailar al ritmo de la orquesta”, rememora seis décadas después, Sol Sáez.

Diseñado por el entonces arquitecto municipal, Pedro Ispizua, el local abrió sus puertas al inicio de los años 50 como salón de banquetes de boda. “Era un espacio muy elegante, con mucha clase y en el que se cuidaban todos los detalles”, relata Saéz. Durante una década en el establecimiento se sirvieron cientos de convites y fue testigo de la felicidad de numerosas parejas que había dado el sí quiero. “Fue un día muy feliz y celebrarlo en el Arizona, todo un acierto”, explica Sáez. Y prosigue: “Había estado en bodas celebradas en la Bilbaina y las que se organizaban en el Arizona eran muchísimo mejores”. Pero no solo el ambiente era inmejorable, la comida se convirtió en un punto fuerte para un establecimiento que inició su andadura como salón de bodas exclusivas. El menú nupcial en el enlace de Luis María y Sol estaba compuesto de entremeses Arizona Club (mariscos, fritos y fiambres); consomé de ave de la reina; filetes de lenguado Marguerie; pollo en cocotte a la souwarof; tarta nupcial y helados combinados. La comida estuvo regada con vinos de Jerez, Cepa Chablis, Montecillo, champagne y licores. “Todo delicioso”, cuenta Sol.

Una década después el establecimiento da un golpe de timón y transforma su modelo de negocio en un club para celebrar fiestas matinales. Su alquiler costaba entonces 7.500 pesetas y el Arizona se convirtió en un local de moda donde la juventud con posibles de Bilbao y de los alrededores se reunían para bailar a lo agarrado y lucir palmito.

“El ambiente era espectacular”, rememora Ángel, quien por aquel entonces acudía en tren a Bilbao desde Laudio. “No me perdía una”, lanza. Los chicos por un lado y las chicas por el otro, el establecimiento contaba con una barra a la derecha y con una gran pista con escenario. “Se ligaba mucho, aunque algunas decían que no, en el Arizona me eché unos buenos bailes a lo agarrado”, explica con una sonrisa. “Todo lo que ha llovido desde entonces”.

La bilbaina Begoña Taranco también conserva muy buenos recuerdos de aquellos maravillosos años del Arizona Club. “Qué bien me lo pasaba”, dice con ganas.

Y es que el Arizona fue una de las tres primeras salas de fiesta en la que chicos y chicas bailaban a lo agarrado en un espacio cerrado. “En aquella época la gente se reunía en sesiones al aire libre, lo que se conoce como el chicharrillo. Aquella sala de fiestas sirvió para que los jóvenes disfrutaran de lo lindo en una época, en plena dictadura, en la que todo estaba prohibido”, explica Begoña. Sin embargo, esta bilbaina aún recuerda con una sonrisa aquella tarde en la que meneó la cadera hasta no poder más. “Mi primer rock & roll lo bailé en el Arizona. Llegué a casa agotada. Mi madre, que era modista me hizo una falda con vuelo y... ¡No veas cómo se movía la falda en la pista! El ambiente era inmejorable”, explica Taranco. Esta bilbaina de toda la vida rememora cómo quedaba con su prima mayor y hacía cola en la Gran Vía para poder entrar las primeras y ocupar las mesas de delante. “Era esencial colocarte en las primeras filas para que alguno de los chicos te sacara a bailar cuando comenzaba la actuación de la orquesta. Si te ponías en la parte trasera solía ser más difícil”, dice. Eso sí, según explica Taranco, por entonces las chicas no bailaban nunca con las chicas. Era clave esperar sentada hasta que el chico se acercara para pedirlo. “No siempre te pedía baile el que te gustaba, pero de lo que se trataba era de salir a bailar y pasarlo lo mejor posible”, asegura. También había quien se aprovechaba de la ayuda de algún familiar para romper el hielo y lanzarse a la pista antes de tiempo. “Una amiga solía ir con su tío y nos sacaba a todas a bailar. Era una manera de exhibirte y de que el resto de los chicos te viesen”, explica con un guiño cómplice.

Por aquellos años los niños y las niñas bien de Bilbao quedaban debajo de un gran reloj, en la relojería Berna de la Plaza Moyúa. “Entonces no había móviles como ahora para llamarnos. El día anterior quedábamos para ir juntos a la sala de fiestas”, dice Taranco. En Bilbao, en los años 50 el Capri y la sala Pumanieska también abrieron como salas de fiestas, pero quien se llevaba la palma, por su ambiente, era el club Arizona. “La juventud de aquella época íbamos todos allí. Al Capri empecé a ir después de casada”, recuerda Begoña. Joaquina González también disfrutó del ambiente de la sala de fiestas con nombre del oeste americano. “¡Ay, Dios, todo lo que he bailado en ese local!”, cuenta. Y añade: “Siempre bebíamos agua”. En lo que a las actuaciones musicales respecta, los grupos de moda de la época amenizaban tanto las matinales del domingo como las tardes. “La sala de fiestas siempre estaba llena. En Bilbao no ha habido nada igual”, sentencia.

Pero todo aquello cambió con el paso de los años. En los 80 y 90 el Arizona mutó de estilo y una empresa familiar lo transformó en un bingo. El juego, prohibido también en la dictadura de Franco, irrumpía con fuerza y se abrieron bingos por doquier. “El local era inmenso. Recuerdo que al fondo había un segundo espacio que estaba tapado con unas cortinas.”, comentan clientes del local.

Tras 25 años al frente del negocio no hubo relevo generacional de la familia propietaria del edificio y decidieron venderlo. En el año 2006 la promotora Inbisa lo adquirió por 20 millones de euros. Dos años después, en 2008, la empresa catalana GBC retomó el espíritu de la apuesta e inauguró una sala de juegos espectacular, bautizada como Ozio Arizona, cuya actividad se prolongó tan solo durante cinco años. Desde 2013, el establecimiento permanece clausurado.

Próximamente, el edificio del Arizona, el más bajo de toda la Gran Vía de Bilbao al contar con solo tres plantas y 1.500 metros cuadrados de superficie, será demolido para dar paso a un hotel de la cadena Catalonia Hotels & Resorts de cuatro estrellas. Las instalaciones ofrecerán espacios para la celebración de eventos, gimnasio, fitness, spa y hasta una piscina exterior con jardines. “Es una pena que se derribe”, aseguran quienes han disfrutado de las fiestas matinales. Sin embargo, las historias y vivencias perduran en la memoria de quienes celebraron su boda, bailaron a lo agarrado o jugaron al bingo. Un edificio que en más de seis décadas ha aglutinado a distintas generaciones y que es recordado siempre con una sonrisa. El club de los buenos recuerdos nunca morirá.