Señalando la insignia que llevaban prendida del pecho. Así respondían los asistentes al encuentro familiar que ayer paralizó Karrantza y Artzentales a la pregunta que se convirtió en saludo oficial: y tú, ¿de qué Galarza eres? Alrededor de 130 personas recordaron a sus ancestros y tendieron nuevas relaciones en el encuentro que se gestó por teléfonos móviles y correos electrónicos entre varios países con un océano de por medio. Tras un año de preparativos, por fin se encontraron en persona en el barrio de Ranero, donde nacen muchas ramas del árbol genealógico que han reconstruido.
Un cartel colgado en el caserío familiar con un efusivo Ongi etorri saludó a los asistentes a su llegada junto con un kit de bienvenida del que ya no se separarían en todo el fin de semana: pañuelo conmemorativo, un mapa de las últimas generaciones para ayudarles a situarse en el universo Galarza y un escudo personalizado con nombre del portador y de sus padres y abuelos. “En esa casa nacimos mi padre y yo, he parido y de allí han salido mis hijos, bien guapos, para casarse”, contó Eva, de 87 años, la matriarca de quienes acudieron. “Hay gente mayor que yo, pero no han podido venir por motivos de salud”, excusó. “¡Qué privilegio que hayas podido ver esto, tía!”, decían sus sobrinas. Quién le hubiera dicho a ella que por Ranero, donde “cuando yo era joven y guiaba a las ovejas por el campo no había carretera, ni luz, ni agua, ni chapa para cocinar en casa”, circularía un autobús cuyos pasajeros en mayor o menor grado son sangre de su sangre.
Acompañada por otros miembros del clan que residen en Enkarterri, Eva esperó en la puerta de la iglesia a los parientes que han viajado desde el extranjero y quisieron aprovechar la mañana para conocer Pozalagua antes de asistir a un oficio religioso en memoria de los familiares fallecidos. Cuando los turistas aún no habían descubierto esta maravilla de la naturaleza, Encarni y Mari Ángeles se adentraron en las galerías de la cueva “con antorchas”, recordaron. Fue “un día de los inocentes” cuando un vecino comentó lo que se escondía bajo la roca y había salido a la luz tras una explosión en la cantera. A día de hoy “yo vivo en Concha, en el centro de Karrantza, y mis hermanos en Basauri y Algorta”, apuntó Encarni.
Pero habían perdido la pista a muchos otros familiares más lejanos. Hasta que un día “José Pedro se acercó al barrio de Ranero a preguntar a mi madre sobre los Galarza, se encontró con mi hermana y empezaron a indagar”. Se refiere al fundador de la carrera alpina Galarleiz de Zalla, que también pertenece a la saga y no faltó al reencuentro. Su hija se ha implicado activamente en los preparativos de este maratón de recuerdos que confían en repetir de aquí a cuatro años.
La conexión de Enkarterri con Alemania y Estados Unidos se ha probado muy efectiva para coordinar la entrañable cita. En el país europeo vive Ramón. Su llamamiento en Nochebuena para recopilar recetas prendió las ganas de organizar una reunión a gran escala. Ayer agradeció “la presencia de los que habéis venido y el trabajo de todos los que nos habéis ayudado”. Desde Chicago se ha desplazado José Ignacio, que ha dado forma a un gigantesco árbol genealógico en estrecha colaboración con sus parientes encartados. La diferencia horaria no ha obstaculizado en todos estos meses una fluida comunicación por correo electrónico para intercambiar informaciones. “Hemos conseguido remontarnos hasta un Galarza localizado en Gipuzkoa en 1503”, asegura. Otras cifras de la investigación abruman: “Hemos dado con 17 generaciones de 25 países y una media de edad de 56 años con 2.475 matrimonios registrados, tenemos 4.600 fotos, las edades de todos los parientes documentados suman 438.000 años y aspiramos a sobrepasar los 500.000 si seguimos encontrando más referencias”, aventura. Desde que los Galarza el viernes aparecieron en las páginas de DEIA “hay más gente que ha aportado información”, desvela Melania, otra de las artífices del evento. En concreto, “ya hemos hallado en total 7.816 familiares, 200 más que hace pocos días”, precisó José Ignacio, el Galarza que aterrizó desde Chicago. Apenas de despegó de su cámara para inmortalizar, entre otros momentos, la actuación del coro de mujeres Abesti Lagunak de Karrantza en la iglesia de Ranero. El templo ha sido “testigo de la celebración de nuestras bodas y bautizos y el lugar al que hemos acudido para acompañarnos en los funerales”, según las palabras de Isa, otra de las organizadoras, dirigió durante la celebración religiosa. Allí quedará el testimonio de un día inolvidable: las cruces de madera donadas por José Ignacio en nombre de todos y que “representan a mis abuelos”. Una de ellas se guardará en Ranero y la otra en el barrio de Otxaran, Zalla, donde se asentó una rama de la familia. Y de ahora en adelante cuando les pregunten ¿tú de qué Galatza eres?, responderán que han salido de un mismo tronco que continúa creciendo.
Eva, la matriarca. A sus 87 años, Eva fue la más veterana entre los asistentes a la reunión de la familia Galarza. “Hay gente mayor, pero no han podido venir por motivos de salud”, contó. Ha residido toda la vida en el barrio de Ranero, en Karrantza, donde ayer se ofició una misa familiar. “Es muy activa y colaboradora”, añadió Miguel Ángel Esnaola, párroco en el valle desde hace un mes. Foto: E. Castresana