Bilbao - Siempre han sido imprescindibles. Y hoy día, con la que está cayendo, más aún. Amaya Ituarte es una de estas profesionales: es trabajadora social. Ha desarrollado su labor en el ámbito sanitario. Es la colegiada número uno del Colegio de Trabajo Social de Bizkaia y fue su primera presidenta. Han sido 41 años en la profesión y ahora acaba de jubilarse. Trabajó en el barrio bilbaino de El Peñascal y después estuvo en Cáritas, en un servicio dirigido a la población gitana. En 1981 comenzó su labor en Ortuella, en lo que entonces se llamaba Centro de Apoyo Sanitario de la Zona Minera. En el centro de salud de esta localidad ha permanecido hasta su jubilación. Esta getxotarra ha sido testigo del devenir de la profesión en Bizkaia y del nacimiento de este colegio que hoy reúne a 788 colegiados.

En su profesión hay que tener empatía... ¿También piel de rinoceronte?

-No creo. Hay que estar abierto a las personas. Las personas que acuden a buscar tu ayuda es porque por alguna razón están sufriendo. Simplemente hay que saber escucharles, verles, sentir qué producen en nosotros.

¿Y se lleva una trabajo a casa?

-No se debe hacer. Y creo que al final conseguimos no hacerlo. Eso no quiere decir que nos olvidemos de nuestros clientes o nuestros pacientes, porque todos ellos han dejado un poso. Cada relación que tenemos con cada uno de ellos nos va cambiando. Pero ellos están en su vida y yo estoy en la mía. No son vidas que se mezclan. No deben mezclarse.

Las necesidades sociales serán diferentes ahora que cuando comenzó...

-La situación en la sociedad ha cambiado. Eran los años del final de la dictadura, de una época de enorme represión y complicada por la crisis del petróleo de 1973. En los 80 y 90 parecía que la democracia se estaba asentando y había una mejora general, pero en Euskadi vivíamos una situación muy complicada con la existencia de ETA y todas las consecuencias de ruptura social y de malestar profundo que eso suponía. En la práctica profesional, por ejemplo, te podías encontrar con que tenías una consulta con una madre que tenía a su hijo en prisión porque era de ETA, y a continuación tenías una consulta con una mujer víctima de la violencia de ETA, amputada y con un montón de secuelas físicas y psicológicas. Y eso es algo que profesionalmente te cuestiona y planteaba dificultades. En los 90 hubo otra crisis. Después parecía que estábamos consiguiendo ciertos niveles de bienestar. Pero luego viene la crisis esta montada por los financieros internacionales que han decidido que tienen que desmantelar todo lo que tiene que ver con el bienestar social.

Y llegan más cambios...

-Todo esto ha supuesto cambios: en el sistema laboral, la desaparición de la familia extensa como elemento de apoyo... Ha supuesto cambios en cuestiones que tienen que ver con la atención a la dependencia, que antes era algo que se hacía desde las familias. Con el recorte del estado de bienestar vuelve a recaer el peso sobre las familias, pero estas no pueden hacerlo adecuadamente. Se han producido una serie de cambios sociales a los que hemos intentado dar respuesta. No siempre es fácil. Lógicamente ha habido una cosa que ha sido muy importante, que es el establecimiento del sistema público de servicios sociales universales, pero también eso ha conllevado dificultades desde el punto de vista profesional porque ha llevado, en algunos momentos, a perder de vista la tarea primordial, que es el trabajar con las personas, no con los problemas.

¿Cuáles son retos de la profesión?

-Uno muy importante es la recuperación de la identidad profesional, eso que decía que nuestra misión principal es trabajar con las personas para ayudarles a resolver sus males, su malestar psicosocial. Los recursos pueden ser un instrumento que les sirva de ayuda ante determinadas situaciones, pero lo más importante es el trabajo relacional que hay que hacer con esas personas.

¿Una época especialmente dura?

-Cada época ha tenido lo suyo. Me sorprendió la situación que había en Ortuella cuando llegué en 1981. Era como si hubiéramos retrocedido a los años 50. En la zona minera había más de un 40% de población activa en paro. Fue una época dura y en Ortuella se agravaba porque unos meses antes se había producido la explosión en el colegio Marcelino Ugalde. Eso era una carga añadida. Y una etapa que está siendo muy dura desde el punto de vista de los trabajadores sanitarios es la época de esta última crisis en la que se ha destrozado de tal manera el tejido social y la vida de las personas, que desde el punto de vista de la salud física y psicológica, el descalabro ha sido terrible. Tenemos situaciones más graves en cuanto a carga de trabajo.

¿Ha habido algún caso que a usted le haya llegado especialmente?

-En el campo en el que yo he trabajado hay situaciones duras. Especialmente difícil ha sido el trabajo con las madres y padres que han perdido un hijo en el nacimiento. También el acompañamiento de personas con diagnóstico de enfermedades graves.

¿Y se siente impotencia alguna vez?

-Impotencia sientes sobre todo al principio. Después aprendes que no tienes derecho a sentir impotencia porque no somos omnipotentes. Aprendemos que podemos hacer lo que podemos hacer. Y que tenemos que hacer lo que podemos hacer.

Supongo que los trabajadores sociales han tenido un papel relevante en situaciones de emergencia...

-Me imagino que con el tema de Ondarroa se está trabajando. Estuvieron en Bermeo en las inundaciones y en el incendio... Ahora el Colegio está planteando crear un grupo específico de trabajo para atención en emergencias, pero los trabajadores sociales están siempre en esas situaciones.

En la realidad actual de Bizkaia, ¿qué perciben en cuanto a necesidades?

-Hay falta de comunicación y de relación. Y soledad interna total. Todos utilizamos las tecnologías, las TIC, porque ayudan mucho, pero creo que han destrozado la vida de la relación de la gente. Por la calle ves un grupo de gente aparentemente junta pero cada uno anda con su maquinita. Eso se está volviendo en contra nuestra.