Conoció la gloria, pero murió solo y su recuerdo quedó enterrado en una fosa común de Burdeos en 1917. Fue retratado por Toulousse-Lautrec y arrancado de la Cuba donde nació en 1868 para acabar recluido en una granja de Sopuerta. El próximo estreno en Francia de un filme y el trabajo desarrollado desde la galería bilbaina Kalao han redescubierto la figura de Rafael Padilla. Ya le llamaran El Rubio en Bilbao o Chocolat en territorio galo, en cualquier caso, Rafael Padilla rompió moldes y vivió una vida digna de saltar a la gran pantalla.

Según refleja Gerard Noiriel en la biografía en la que se basa la producción, en Rafael se repitió el triste destino de su familia, esclavizada y deportada desde África a Cuba. Él tenía diez años cuando embarcó rumbo a Bizkaia para trabajar en Sopuerta, en la propiedad del adinerado Patricio del Castaño. A los 14 años se escapó y se estableció en Bilbao. Libre y pobre, “se empleó como minero, mozo de carga y limpiabotas”, narra Jesús Ahedo, director de la galería Kalao.

Allá por 1886 se encontró en una cafetería con quien cambiaría su suerte: Tony Grice, “un clown inglés célebre en su época que actuaba en Bilbao y le propuso acompañarle a Londres para ser su ayudante”. De allí saltaron a París, una ciudad en plena ebullición cultural. Adoptó el nombre artístico de Chocolat y se unió a un nuevo acompañante. Junto al clown inglés Footit dominaría la escena de la capital gala desde 1890 “con el número más visitado durante dos décadas”.

pionero en el cine Rafael Padilla fue también un pionero en el naciente cine al que ahora regresa con los rasgos del actor Omar Sy. Siempre ataviado con un elegante esmoquin oscuro y sombrero en contraste con los colores claros de su acompañante, se le puede ver en las primeras escenas cómicas teatralizadas que rodaron los hermanos Lumière en los últimos años del siglo XIX. “Fueron diez cortometrajes filmados a partir de 1896”, precisa Jesús Ahedo. Fragmentos de estas piezas de gran valor histórico se intercalan en el documental realizado por la galería Kalao Panafrican Creations como parte de la investigación para sacar a la luz su trayectoria.

Chocolat comprendió los beneficios del humor y no dudó en llevar esta medicina por los hospitales, buscando hacer reír a los niños enfermos. “Vio claro que era una forma de terapia, por eso una de las grandes acciones que inauguró desde su etapa exitosa hasta casi su fallecimiento fueron sus visitas semanales a hospitales infantiles de París”, reflexiona Ahedo.

La entrada del siglo XX significó el inicio de su declive. Paradójicamente, la cada vez mayor concienciación en favor de los derechos humanos que perseguía evitar tragedias personales como las de su familia y la infancia y juventud del propio Padilla le condenaron en lo profesional. Los parisinos que durante años le encumbaron a lo más alto del panorama artístico e intelectual -trabó amistad entre otros con el compositor Claude Debussy- se habían rendido a sus pies le daban la espalda. “Los números de su dúo con Foofit, en los que este maltrataba y ridiculizaba a Chocolat y que tantas carcajadas habían provocado hasta ese momento comenzaban a resultar molestos para la clase intelectual. Ya no era políticamente correcto”, resume el director de la sala Kalao.

Mientras su compañero seguía desfilando por los escenarios, nadie quería contratar a Rafael Padilla. Arruinado, se mudó a Burdeos, donde murió en 1917, a los 49 años, cuando aún no había terminado la Primera Guerra Mundial. Recibió sepultura en una fosa común del cementerio protestante. Desde entonces “transcurrirían nada menos que ocho décadas hasta que el historiador francés Gerard Noiriel diese con su pista y emprendiera su investigación histórica”.

Otros han continuado por la misma senda. El artista senegalés Cheikhou Ba buceó en la biografía de Chocolat para la exposición celebrada el año pasado en Bilbao que sirvió como pistoletazo de salida a los homenajes que culminan estos días. La película francesa Monsieur Chocolat se ha anunciado como una de las más esperadas en la cartelera en el país vecino. Aunque el rodaje no recaló en Bilbao “estaremos expectantes por si se menciona su estancia aquí”. Se recordará para siempre gracias a la placa que desde ayer luce en el muelle Marzana, junto a las escaleras que dan acceso al puente de San Antón: “A la memoria de Rafael Padilla, El Rubio, esclavo cubano que halló la libertad en estos muelles en 1881 y que, por un golpe del destino, conoció el éxito en París”.