Ciento veinte años después de su nacimiento, el 9 de diciembre se cumplirá tal efemérides, Dolores Ibarruri Gómez, sigue muy presente en el imaginario de los habitantes de la zona encartada de Meatzaldea. No tan solo como la mujer que con su calado político llegó a presidir el Partido Comunista de España o fuera diputada en el Congreso durante la Guerra Civil sino especialmente por su carácter enérgico y batallador en una sociedad patriarcal donde las mujeres, salvo honrosas excepciones, estaban relegadas a un papel secundario en lo social y lo político.

“Dolores fue una gran política pero, sobre todo, fue una mujer fuerte y enérgica que mamó de los pechos de una soriana, María, y que respiró el tradicionalismo y la religiosidad de Antonio, un padre bondadoso y trabajador”, resume el director del Centro Trueba, Ricardo Santamaría, quien considera que la verdadera figura de la Pasionaria, “como militante, como mujer y, sobre todo, como madre debe estudiarse en el contexto del tiempo que le tocó vivir a Dolores en su niñez y adolescencia. Para no sacar a Dolores Ibarruri de contexto, como se ha hecho con la minería, que parece algo aislado, que está metido en probeta de laboratorio”, remarca.

Para conmemorar esta efemérides la fundación Museo de la Minería del País vasco, la Asociación Museo Minero de Gallarta, el Centro Trueba, Kima Berdea y la Asociación de Usuarios de los Montes de Triano han organizado varios eventos que culminarán el próximo día 21 con la entrega de los premios del certamen literario que lleva el nombre de la Pasionaria.

Nacida en el popular grupo de Peñucas, en el barrio abantoarra de Gallarta, Dolores Ibarruri se interesó pronto por la lucha obrera bajo la influencia de su marido, Julian Ruiz Gabiña, un militante socialista con el que se casó en 1915. “Ella se encargaba de preparar y limpiar los locales donde su marido Julián mantenía las reuniones políticas con los trabajadores y dirigentes. Dolores asistía en la sombra a esas reuniones y allí, la joven que provenía de un ambiente católico fue tomando conciencia política”, destaca la gallartina Ameli Ortiz, amiga de la familia.

Una conciencia obrera que la catapultaría a una intensa vida política a nivel estatal. Desde la huelga general de 1917, Dolores Ibarruri fue adquiriendo prestigio como oradora y articulista política -firmaba sus escritos con el seudónimo de Pasionaria- a pesar de que había interrumpido muy pronto su formación escolar para ponerse a trabajar como sirvienta. “Ella decía que había vuelto a nacer”, recuerda Ameli Ortiz, una profesora gallartina jubilada, colaboradora infatigable del Museo Minero y cuya casa ha sido en los últimos 20 años el hogar al que acudía Amaia Ruiz Ibarruri y su hija Olga cada vez que volvían a Euskadi desde Rusia, donde ambas residían antes de afincarse en Madrid. “Hoy en día Amaia se encuentra delicada de salud pero en estos años hemos trabado una gran amistad que mantengo también con su hija Olga, que reside a medio camino entre Madrid y Rusia”, señala Ameli, quien confiesa que una de las grandes pasiones de Dolores Ibarruri era la familia.

Dolores tuvo seis hijos entre 1916 y 1928; Ester, Rubén, que murió como teniente del Ejército Rojo en la batalla de Stalingrado en 1942; las trillizas Amagoia, Azucena y Amaia, y Eva. Salvo Ester, la mayor que nació en el barrio minero de La Arboleda donde Dolores trabajaba como sirvienta en el Café Durana, toda su descendencia nació en el barrio muskiztarra de Villanueva. “Dolores tuvo una vida muy difícil y en algunos casos desgarradora ya que a pesar de tener seis hijos -cinco niñas y un niño- para cuando tuvo que exiliarse en la Guerra Civil, tan solo vivían Rubén y Amaia. Todas las demás murieron con muy poca edad”, señala Ameli, quien recuerda cómo Amaia, cuando venía al cementerio de Muskiz a poner flores en la tumba de su padre, “buscaba por las esquinas porque decía que allí estaban enterradas sus hermanitas”. En sus viajes a Euskadi anteriores a su enfermedad, Amaia tuvo ocasión, además, de inaugurar el busto de su madre en el barrio santurtziarra de Kabiezes, de visitar la casa donde ella nació y la casa que en el mismo barrio construyeron piedra a piedra sus padres. “Esta segunda casa era más una casa que utilizaba Julián cuando venía a buscarle la Guardia Civil ya que era bastante revoltoso y activista por lo que le echaron de varias minas. Se asentaron aquí en Villanueva porque Julián empezó a trabajar en las minas de El Carrascal”, rememora Ameli.

“Me enseñó a coser” “Era muy buena gente, les quería mucho a todos, aunque no eran de mi ideología”, sentencia Emilia García Eguskiagirre, una adorable soltera, coetánea de Amaia, que vive en aquel hogar refugio desde la guerra. “A mí me enseñó a coser cuando tendría yo siete u ocho años”, apunta esta anciana jeltzale de 94 años, nacida en Astrabudua, pero criada desde muy niña en La Cadena en Muskiz. Asomada al alféizar de su ventana, junto a su sobrino, Juan Antonio García, Emilia aún recuerda con cariño “los vestidos que me cosía Dolores en cuanto reunía cuatro trapos”. Además de esta casa, con anterioridad, en 1917, el matrimonio Ruiz Ibarruri rentó otra vivienda en la que, con motivo del centenario de su nacimiento, se colocó una placa que atestigua su residencia sobre junto a varias flores.

Dolores Ibarruri fue una joven despierta y una chavala sana y enérgica que hacia 1910 acabó la escuela obligatoria y a punto estuvo de ingresar como maestra “pero las necesidades económicas de la familia -eran siete hermanos- la llevaron a servir a La Arboleda. Ella siempre pensó que esta necesidad económica no era tan perentoria ya que su padre Antonio era peón artillero y su madre María, una gran morcillera que vendía por las casas. Mi abuela siempre decía que los paños más limpios que había visto nunca eran los de la morcillera”.

A Dolores -a la que se suma un Isidora en su partida de nacimiento-vivió en un pueblo joven, en formación, carente de muchos servicios, aunque si se compara con otros de la provincia puede parecer una capital. “Gallarta era un pueblo receptor constante de emigrantes, donde ya las diferencias son manifiestas. Los primeros en llegar ya tenían algo, pero los que llegan lo hacen con las manos en los bolsos. Hijos de los que llegaron a mediados del XIX a Labarga y a Triano, ahora son propietarios de las casas, porque en Gallarta todo el mundo vive de alquiler”, contextualiza Santamaría.

En aquel ambiente se crió la que llegaría a ser diputada por Asturias en la II República, y su energía y su nobleza se haría palpable desde su toma de posesión con la liberación de los presos políticos en Asturias. En otra ocasión la llamaron para decirle que habían echado a una mujer de la maternidad, porque su marido era comunista. “Dolores pidió hablar con el director para que la atendieran. Al no obtener atención, Pasionaria se acercó a una Casa del Pueblo, reunió a varios militantes y acudió a la maternidad con la idea de tomarla si hiciera falta para que aquella mujer diera luz en condiciones”, reseña Ameli, quien recuerda una frase de Dolores que marcó en cierto modo su magisterio: “Hay que educar en la rebeldía”.