LO mío es totalmente vocacional. Me gustaba ser peluquera desde niña”. Con esta confesión comienza a relatar su trayectoria vital y profesional Lola Calero, la mujer que lleva 30 años al frente de la peluquería de señoras en El Corte Inglés. “Y sigo disfrutando muchísimo con mi trabajo”, añade. Quizá por eso se le ha pasado “volando” el tiempo desde que en 1985 montara con “gran ilusión” el salón de belleza en los grandes almacenes de la Gran Vía bilbaina. Y como es hora de hacer balance, porque todos los días no se cumplen tres décadas de un negocio tan sacrificado como la peluquería, Lola se declara “muy satisfecha”. “Estoy contenta”, dice. No solo porque tiene una “clientela muy fiel”, sino porque “siempre quise rodearme de un buen equipo y creo que tengo un equipo de una calidad humana impresionante, aparte de ser unas grandes profesionales”. De la forma de ser de Lola dice mucho que cuando subieron el IVA en las peluquerías, su gran preocupación era que el impacto económico que suponía pasar del 7% al 21% no le obligara a despedir a ninguna de las 22 empleadas que tiene. Lo ha conseguido. Ha sorteado la crisis. Así que se muestra muy orgullosa del camino recorrido.
Ese camino comenzó a trazarlo desde que era muy pequeña. “Peinaba a todo el mundo en casa”, dice Lola. Así que sus padres, viendo el talento y la vocación mostrada, le animaron a seguir adelante cuando dijo que quería ser peluquera. “Hice FP, Maestría en Barakaldo, rama Peluquería y cuando acabé, me vine a El Corte Inglés a pedir trabajo”.
Espíritu emprendedor A pesar de tener solo 15 años ya despuntaba maneras de su espíritu emprendedor y atrevido. “Con Vega, que entonces regentaba la peluquería, y que era lo más de lo más, estuve ocho años”, cuenta. Pero su ilusión era “tener mi propio salón”. Así que montó su peluquería en la calle Hurtado de Amézaga. “Pero allí solo estuve dos años y medio porque cuando se murió Vega me llamaron de El Corte Inglés para ver si me interesaba coger la peluquería”. No lo dudó. Aceptó el reto y, tras un mes de obras, el 7 de noviembre de 1985 lo abrió al público. Y, desde entonces, “hemos trabajado muy bien”, reconoce. Lo ha conseguido gracias a “tener mucha mano izquierda con las clientas y ofreciendo siempre lo que ellas necesitan”. Para ello, tanto Lola como su equipo, “nos fijamos en las clientas desde el momento en el que entran en el salón para saber lo que les tenemos que ofrecer”. También intentan “estar a la última”. Con ese cometido, o bien ella o gente de su equipo acuden a las ferias y desfiles más importantes del sector.
Con todos esos ingredientes, la peluquería de Lola ha conseguido hacerse con “una clientela muy fiel”. Aunque ella misma reconoce que “hacer la clientela es fácil, pero lo difícil es mantenerla”. Ella la ha conquistado. Prueba de ello es que comenzó a “peinar” a muchas mujeres “para casarse, luego seguí peinando a sus hijas para la primera comunión y ahora las peino para casarse”. Pero no todo queda en familia. También es consciente de que tiene que abrir su salón a “gente nueva”. Por eso, desde hace un tiempo “estamos intentando captar gente joven”. “Pusimos precios especiales a menores de 35 años”, dice. También aclara, en este sentido, que “mucha gente tiene la sensación de que por estar aquí esto es carísimo, pero si se mira los precios, se ve que son como en los salones de la misma categoría que están a nuestro alrededor”.
Sobre el trabajo de peluquera, confiesa que “es muy duro” desde el punto de vista físico “ya que estamos ocho horas de pie”. Por eso resalta que “si no te gusta, no se aguanta”. Y está claro que a Lola y a sus empleadas les gusta lo que hacen. “Alguna de ellas llevan treinta años conmigo y otras muchas, 25”, comenta orgullosa. Este es precisamente uno de sus grandes logros: mantener la plantilla unida. “Esto es como una familia”, dice, “entre ellas se llevan genial y a mi me ayudan muchísimo”. “Nos seguimos manteniendo”, dice Lola. Y seguirán porque, aunque ella no piensa jubilarse, el día que lo haga, la sucesión está asegurada con su hija”.