Zalla - Se le saltaron las lágrimas al ver reconocida una labor de medio siglo que “no valora quien no sabe lo que es”. La baserritarra de Zalla Ana María Blanco, que creció ayudando a sus padres en la huerta y al casarse compartió las tareas con su marido, recibe ahora el homenaje de los vecinos a través del premio que concede el Ayuntamiento de la localidad a un abanderado del sector primario de Zalla con motivo de la feria agrícola y ganadera de Gangas. En la segunda edición del galardón se ha personificado en Ana María el agradecimiento a tantas y tantas mujeres imprescindibles en el campo. Recoger la distinción arropada por su familia hizo que se agolparan en su mente infinidad de recuerdos.
Cómo nada más cumplir la mayoría de edad entró a trabajar en una empresa que abandonaría al contraer matrimonio a los 21 años. Tras casarse se trasladó a vivir al barrio San Pedro Zarikete, entonces casi un solar “con poco más que un caserío viejo”. “Mi suegra vendía y como ya estaba algo mayor me pidió que colaborara con ella”, narró.
Así empezó Ana María Blanco a instalarse en el mercado semanal de los miércoles, al que continuó acudiendo hasta ya cumplidos los 79 -actualmente tiene 82 y sigue visitándolo de forma puntual-.
Además, trabajaba de igual a su marido. Ambos se encargaban de las cinco vacas que tenían en su explotación familiar y “nos desplazábamos a llevar leche por los diferentes barrios”. Todo ello, sin descuidar las tareas domésticas mientras también cuidaba a sus suegros cuando se manifestaron los achaques propios de la edad y a su hija. Desde que se levantaban en torno a las 8.00 horas no había lugar para el aburrimiento. Solo mantener la huerta en perfectas condiciones ocupada una parte importante de la jornada. Cultivaban remolacha, maíz, alubias, pimiento, repollo, puerros y alubias, entre otros productos que cada vez cuesta más encontrar al margen de las superficies comerciales. De las huertas que Ana María Blanco conoció en su juventud “quedan menos de la mitad porque, a diferencia de nosotros, los labradores de hoy no pueden ganarse el pan exclusivamente con lo que produce la tierra”, lamentó.
Cebolla morada Uno de sus mayores orgullos es “haber preservado la semilla de la cebolla morada de Zalla”. Las generaciones posteriores recogieron el testigo elevando este alimento autóctono a un lugar preferente en las mesas de los mejores cocineros vascos. Además, la cebolla de Zalla forma parte de Slow Food. Este movimiento gastronómico surgido en Italia defiende los alimentos ligados a un territorio que deben protegerse de la misma manera equiparando su valor inmaterial al de los bienes culturales.
Curiosamente, también son mujeres las impulsoras del resurgir de la cebolla morada de Zalla. Baserritarras como Ana María Llaguno y Alicia Txabarri, dignas herederas de Ana María Blanco. Y también ellas ganan por mayoría en el espacio reservado a los productores locales en un mercadillo que se encamina a su centenario.
En más de cincuenta años Ana María Blanco y su marido se han tomado un respiro de sus quehaceres supervisando el correcto funcionamiento de la huerta y el ganado en contadas ocasiones. “El viaje de novios de ocho días que hicimos por Donostia, tal y como se estilaba en aquella época, otro a Salamanca que nos tocó mucho después y poco más”, repasó.
Una tarea sacrificada cuyos frutos recolecta en forma del cariño que le profesan los vecinos de Zalla. “Lloré cuando me comunicaron que me iban a entregar este premio”, admitió. Recibirlo en día tan significativo como la feria de Gangas que tan bien conoce no significa que haya aparcado la huerta. Porque, otra cosa quizás no, pero “en nuestra casa siempre se ha comido muy bien”.