Apesar de que ya han pasado casi nueve años desde que pisó tierra firme en la isla canaria de El Hierro, Lamin sigue teniendo pesadillas. Hay días que se despierta sobresaltado pensando que sigue en el cayuco que partió de Senegal a finales de agosto de 2006 junto a otras 109 personas en busca de El Dorado europeo. “Fue durísimo. La travesía duró doce días y hubo gente que murió”, recuerda este joven que siempre que puede da “gracias a Dios porque estoy aquí, vivo, contándolo”. No se arrepiente de lo que hizo, aunque puso en peligro su vida, porque Lamin siempre tuvo claro que “quería progresar”. Lo único que le apena es no poder estar con la familia. “La echo mucho de menos”, dice. Así que esa morriña la intenta sobrellevar realizando muchas y variadas actividades, la mayoría, de forma desinteresada. Colabora con ONGs como Médicos del Mundo y Cruz Roja Bizkaia porque está convencido de que “si las personas no hacemos nada, la sociedad no cambiará”. Y también cultiva la vena artística. Toca como percusionista en un grupo que formó en Bilbao el año pasado, que fusiona la música senegalesa y vasca. Lo único que le falta es un trabajo estable, y “una novia”, dice riéndose. Lamin era carpintero-ebanista en su país, aunque desde que llegó casi siempre trabajó de temporero en el campo andaluz.
Lamin recuerda perfectamente la hora y el día que un voluntario de la Cruz Roja le puso una manta en un pequeño puerto de El Hierro. “Eran las 1.55 horas de la madrugada del 3 de septiembre de 2006”, dice con voz pausada y lenguaje conciso. Atrás quedaban las casi dos semanas de navegación. “Tuvimos de todo: mala mar, peleas, ya que íbamos hacinados sin espacio para nada, ni para agarrarte, y hasta alguna muerte. Fue muy duro”. Así resume el viaje a lo desconocido por el que pagó 1.000 euros, “un dineral para Senegal”, apunta. Tras permanecer un mes en un polideportivo de la isla canaria, Lamin fue trasladado en avión a La Coruña, dentro de la estrategia de dispersión que en aquellos años tenía el gobierno. Allí, en un centro de acogida, por fin pudo contactar con su familia, que era su gran preocupación. “Yo me fui de casa sin avisar, aunque al pasar varios días sin verme, ya se imaginaron que me había ido en una patera, pero como ya llevaba 45 días sin dar señales de vida, pensaban que me había muerto”, cuenta Lamin. Así que le dio una gran alegría a su madre cuando por fin habló con ella por teléfono. Del centro de acogida gallego pudo salir rumbo a Madrid gracias a que una hermana de su madre tenía un amigo en la capital de España. Con él estuvo viviendo un mes hasta que le dijo, según cuenta, “mejor que te vayas a Úbeda, que allí suele haber trabajo en la recogida de aceituna”. Y hacia allí se fue con sus dos maletas y un poco más de 30 euros en el bolsillo. Sin saber apenas castellano, llegó a Arquillos, un pueblo de Jaén. Su primera noche la pasó al raso, junto a la iglesia, porque en la única pensión del pueblo le pedían 50 euros, “imposible para mí”, dice. Al día siguiente, y gracias a un señor, del que todavía se acuerda del nombre, le llevó a Úbeda y le dio 20 euros para que cogiese un billete de autobús hacia Albacete, donde tenía “amigos del cayuco”. Se instaló con ellos en una casa abandonada y empezó a trabajar en la aceituna. “Salíamos a las 5 de la mañana en autobús. Nos llevaban a pueblos de Jaén, trabajábamos todo el día y volvíamos de noche”, recuerda. En la ciudad manchega obtuvo los “papeles” gracias a que le contrataron en un grupo de música. Y con ese grupo comenzó a colaborar con la Cruz Roja ya que les llamaron para actuar tras el terremoto de Haití.
Bilbao En Albacete estuvo cinco años hasta que un primo suyo le llamó para ver si le podía echar una mano en una tienda de alimentación que tenía en Bilbao. “Le dije que sí”, cuenta Lamin, “porque este chico había estado en prisión, había cometido un error y quería rehabilitarse, y pensé que le tenía que ayudar”. Dejó todo en Castilla La Mancha para venirse a Bilbao. “Me gustó Sanfran porque había muchos africanos”. Esa fue su primera impresión de la capital vizcaina. Solo trabajó un año con su primo. A finales de 2012 se quedó en el paro. Cerraron la tienda y cada uno tomó un rumbo diferente. “No me gustaba el ambiente de mi primo”, dice. Desde entonces sigue buscando empleo y dedicándose a labores solidarias. Reparte alimentos con Cruz Roja, participa en acciones de sensibilización de la mutilación femenina...y canta con su grupo Friqbilband.