BERANGO - A los 18 años todo el mundo piensa que se va comer el mundo. Es una época llena de ilusiones y sueños por realizar. Algo así le ocurrió a Nico Fuertes (Getxo, 1979), un habitual del skatepark de La Kantera. Cuando él y su cuadrilla dispusieron del primer coche, empezaron a viajar cada fin de semana a Hossegor. ¿El motivo? Disfrutar de su skatepark indoor, un espacio a cubierto para patinar en el que evitaban depender de las condiciones climatológicas. “En aquella época soñábamos con tener un lugar donde poder patinar todos los días del año”, recuerda.
Sin embargo, se trataba de una idea excesivamente ambiciosa para un joven que acababa de cumplir la mayoría de edad. Por lo tanto, aunque lo tuvo que dejar aparcado, aquella vieja aspiración no murió en su interior. El año pasado, con la treintena de años ya superada y siendo aita de un niña de 3 años, con una empresa propia como sustento, Nico se lanzó a la aventura con la que había soñado desde chaval. Encontró un pabellón industrial en Berango de 300 metros cuadrados, junto a una conocida discoteca y un supermercado, y empezó a dar forma a su sueño. Previamente, había investigado la estructura de otros skateparks indoor referentes en el Estado. Como su proyecto acababa de echar andar, no disponía de recursos suficientes para contratar personal, por lo que lo hizo con sus propias manos.
En un primer momento, allá por enero de 2014, Nico construyó un bowl o bañera que tardó seis meses en terminar y en el que empleó entre otras cosas, 19.000 tirafondos. “Hacerlo es similar a construir un barco, primero hay que crear el armazón y luego cubrirlo con madera”, explica. Cuando por fin lo inauguró, en agosto de ese año, empezó con la escuela para niños, pero en poco tiempo se dio cuenta de que se le iba a quedar pequeño. “En apenas dos meses no cabíamos en el piso de abajo del pabellón por lo que me lancé a alquilar el piso superior y crear un parque más grande”, detalla. Trasladó el bowl y añadió un half pipe -una U, de la que solo hay dos indoor en el Estado-, un mini ramp y una zona de street -recreación de mobiliario de la calle-. “Me tiré a la piscina y casi me sale mal. Unos días antes de inaugurarlo me rompí un tobillo y, como no podía seguir trabajando, me echaron un cable los amigos de La Kantera para terminarlo, de lo contrario hubiera tenido problemas para pagar el alquiler”, recuerda.
A pesar de haber hecho realidad su sueño, es consciente del sacrificio tan importante que ha tenido que hacer. “Lo que más me ha pesado es haberme perdido casi un año de estar con mi hija. Me he pasado hasta quince horas al día trabajando, tiempo que no he podido estar en casa”, lamenta. No obstante, “ahora tiene su recompensa”, añade.
Con al ampliación del skatepark, ahora cuenta con “cuatro zonas diferentes para patinar y un txoko para celebrar cumpleaños”, señala. Porque, aunque todo el mundo puede pagar por usarlo, la enseñanza a los niños es la actividad que más le llena. “Los padres les traen aquí como premio. Tenemos chavales de 5 a 14 años en nivel de iniciación e intermedio y todo el material se lo proporcionamos aquí. Además, los niños de hoy en día son muy precoces, con apenas 6 años ya se tiran del half-pipe”, explica Nico, que se siente orgulloso de haber creado un espacio donde se puede patinar todos los días del año y se destierra el estereotipo macarra asociado al skate. “Aquí no se va a ver ni una cerveza ni un porro. Hacemos un deporte como cualquier otro”, concluye.