Bilbao - Han pasado ya doce años desde que, de la mano de su antecesor Aitor Esteban, recibiera la makila que la convertía en presidenta de las Juntas Generales, la primera mujer en su historia. Tras tres mandatos en el cargo, ha llegado el momento de dar el relevo. Se lleva los acuerdos, muchas relaciones personales y, sobre todo el orgullo de haber estado al frente de un símbolo de la historia de Bizkaia. También ha logrado que casi se olvide que fue la primera mujer en hacerlo, sacar adelante una modificación del reglamento que tuvo entre ceja y ceja desde el primer momento y hacer un poco más conocida la institución. Por encima de todo, destaca los acuerdos que, con muchas horas de cocina y de forma discreta, han permitido que el territorio siga avanzando. “Solo se ve la bronca y la discusión pero hay muchos acuerdos. Por eso reivindico el papel de los políticos, aunque sé que hemos dado argumentos a la ciudadanía para que desconfíe de nosotros”, admite.
Han sido doce años presidiendo las Juntas. ¿Cuesta la despedida?
-Sí, no voy a decir lo contrario. Cómo miembro del PNV lo tenemos todo claro: sabes que entras y sabes que un día tendrás que salir. Pero es verdad que cuando llega ese día...
¿Se pueden resumir?
-Es complicado. Hemos pasado de tener una actividad de ETA muy potente a vivir sin su amenaza; de haber cinco grupos y en uno de ellos cuatro sensibilidades políticas a cuatro; de una cámara que no reflejaba el sentir político de una parte de la sociedad a poder concurrir todos... Han sido tres legislaturas muy diferentes. La presencia de la mujer también ha ido incrementándose: en 1991 solo había diez en la cámara, ahora terminamos 24. Y, hasta el último momento, tres de los cuatro portavoces han sido mujeres.
Y usted, la primera presidenta. Hoy apenas se le da importancia...
-Sí. Y qué bien que empiece a pasar desapercibido...
“Presidir las Juntas es la máxima aspiración”. Eso dijo el 18 de junio de 2003. ¿Recuerda aquel día?
-Sí, mucho. Fue un día muy emotivo y complicado sentimentalmente porque afloran muchas cosas, pero lo disfruté. Pasé a presidir la cámara foral por excelencia del territorio. Me convertí en la segunda autoridad por detrás del diputado general, con la responsabilidad que ello tiene y que asumía: representar al territorio y a los vizcainos. Siempre he tenido muy claro que me debo a la institución y a los grupos que represento.
¿Se ratifica en aquellas palabras?
-Sí. A mí no se me había pasado por la cabeza ese cargo. Presidir esta cámara enorgullece.
¿Qué se lleva de estos doce años?
-A nivel personal, muchas relaciones personales, porque los grupos políticos están compuestos de personas con las que tratas en muchos momentos. Mi día a día es la relación con esos grupos. Me llevo muchas horas de acuerdos, porque si algo ha habido en esta institución han sido acuerdos entre diferentes. Más o menos fáciles en función de las diferencias políticas y de los momentos políticos. También me llevo los recuerdos de los momentos importantes.
¿Por ejemplo?
-Las juras de los lehendakaris y de los diputados generales; el 25 aniversario de la restitución de las Juntas Generales; visitas del presidente de Uruguay José Mujica y la Nobel de la Paz Wangari Matai; el fallecimiento de nuestra juntera Idoia Mendiolagaray... Y el respeto institucional que he sentido por parte de todos los grupos.
Y eso, ¿cómo se hace? Usted es presidenta, pero también apoderada.
-Intentamos ser objetivos en la toma de decisiones y respetar ese papel institucional, pero es muy complicado. Hay momentos en los que te sientes en tierra de nadie: cuando tomas una decisión el grupo del que eres parte dice que te inclinas hacia la oposición, y la oposición, que favoreces a tu grupo. Pero con horas de trabajo y mucha cocina, consigues que los grupos te reconozcan.
¿Qué tal se han portado ellos?
-Ha habido de todo: quien te lo pone fácil y quien te lleva al precipicio.
¿Al precipicio?
-La función de un debate es marcar posturas y hay portavoces que te llevan al límite para que decidas. Alguna portavoz se olvidaba del reloj; Esther Martínez llevaba siempre al límite el tiempo. Es como un juego: estiran, estiran... para que tú decidas. Hay a quien le gusta moverse ahí y acabas conociéndole. Yo tengo muy claro mi libro verde, como llamo al reglamento.
El tono de los debates se ha elevado en los últimos meses...
-Ha habido, sobre todo en esta legislatura, bastantes debates broncas, en el límite, en los que se ha rozado el alero a nivel personal. Ha sido de las más duras, sobre todo teniendo en cuenta que es un momento sin actividad de ETA. Ahora estamos a las puertas de las elecciones y todo el mundo estaba ya en campaña.
¿Cuesta retirar la palabra?
-Sí, porque los grupos están para exponer sus iniciativas. Pero hay momentos en los que tienes que ser tajante: la cámara no es un circo. Con los tiempos o las alusiones a otros temas suelo tener bastante cintura pero si veo riesgo de desmadre, lo corto. Yo tengo muy claras las reglas del juego y a veces dudo si los demás las tienen. Y doy por hecho que todos las conocemos, porque es el reglamento. Pero cada uno intenta aprovechar su momento de gloria.
¿Cuál ha sido su línea roja?
-Las alusiones personales puras y duras, las ofensas, las acusaciones y la falta de respeto. Se puede hablar de todo pero hay formas de hacerlo. Y, por supuesto, las faltas de orden; quien no tiene la palabra, sabe cómo pedirla. Las Juntas no son un patio de colegio. La mayoría de las veces, avisados la segunda vez, los debates se han reconducido. Esta legislatura no he tenido que echar a nadie, pero no siempre ha sido así.
Se ve lo que pasa en los plenos, en las comisiones pero, ¿cuánta cocina hay detrás de cada acuerdo?
-Mucha. Lo que esperan los vizcainos es que les resolvamos sus problemas, no podemos estar en una bronca continua. En estos 12 años, en esta cámara ha habido presupuestos con acuerdos porque el PNV ha estado en minoría. Pero hasta en los pequeños acuerdos hay mucha cocina. A mí me gusta mi día a día. ¡Qué mejor que cocinar para llegar a acuerdos!
Así que no es tan terrible...
-Solo se ve la bronca pero hay muchos acuerdos. Yo por eso reivindico el papel de los políticos, aunque sé que hemos dado argumentos a la ciudadanía para que no confíe en nosotros. La mayoría son responsables y se dedican a tratar de llevar adelante iniciativas que sean buenas para la ciudadanía. Los chorizos no son la tónica general. Quizá tengamos que cambiar de forma de hacer política y evolucionar como lo hace la sociedad.
Para acuerdo, la unanimidad con la que se reformó el reglamento.
-Sinceramente, me sorprendió y muy gratamente. En los últimos momentos llegué a dudar de que pudiésemos aprobarlo. Todos los grupos han dejado pelos en la gatera.
Era uno de sus empeños desde prácticamente el inicio del mandato.
-Sí. Incluso tenía preparadas unas palabras de Manuel Marín, que también puso en marcha una modificación del reglamento: “aquí se lo dejo, señores”. Al final no hizo falta.
¿Qué es lo que peor ha llevado?
-Los ataques personales, y algunos no han sido muy públicos. Llevo mal que se tergiversen las cosas y, sabiendo que algo no es así, se quiera hacer ver que lo es. He tenido desengaños con políticos de la cámara; de decir hasta aquí hemos llegado. Hay una educación parlamentaria, que siempre mantendré, pero también hay barreras. Y las he puesto. A veces tienes, en privado, ocasión de intercambiar impresiones, pero incluso estando en ese ámbito privado, ha habido personas que han dicho una cosa y han actuado de otra.
Usted ha sido juntera antes, ¿ha cambiado la visión sobre al figura del presidente?
-Sí, mucho. Yo llegué en el año 1995, con 31 años. Una niña respecto a ahora. Para mí los plenos son exámenes. Me concentro mucho de cara a un pleno; cada víspera me aprendo el orden del día, me hago un repaso de todo el debate. En el coche me repaso el reglamento, todos y cada uno de los plenos.
¿Y eso?
-Es mi trabajo, lo que se espera de mí. Es un debate y no va a ocurrir nada, pero tienes que estar preparado para saber lo que tienes que hacer en cada caso que se pueda presentar: que el artículo 59 permite intervenir a la Diputación, que el 93 se refiere a cuestiones de orden...
¿Y se lo sabe entero?
-Lo conozco bien. Es mi obligación.
Los últimos presupuestos de la cámara estuvieron envueltos en la polémica. ¿Cómo lo vivió?
-Enfadada, porque alguien utilizó para otras cosas un tema que ningún grupo cuestionaba. Y le salió mal.
¿Por qué enfadada?
-“Desayunan gratis todos los días”, se decía, y no es así. Ese café y esos bollos se pone a disposición de todas y cada uno de las personas que vamos a un pleno: personal, junteros, prensa, colaboradores, invitados... En la Casa de Juntas de Gernika no hay dónde tomar un café o un botellín de agua. Yo voy desayunada al pleno y, como yo, la mayoría.
¿No cree que, en los tiempos que corren, es un gasto superfluo?
-En absoluto. Son 800 euros al mes por un servicio que incluye el catering con toda la vajilla y un día de pleno pasamos por Gernika más de 100 personas. Los bollos nos los hace un obrador de Gernika por 100 euros.
¿Qué consejo daría a su sucesor?
-Que cuide esta casa. Por lo que son las Juntas Generales, porque detrás de ellas hay siglos y siglos de historia. Mucho de lo que somos, lo somos por lo que resume la Casa de Juntas de Gernika. Que pase aquí uno de sus mejores momentos políticos y se sienta orgullosa de haber sido presidenta de esta cámara.
¿Algún juntero le ha marcado?
-A lo largo de todos estos años, ha habido políticos con los que he tenido una relación que mantengo: José Ferrera, Josu Montalban, Carlos Olazabal, José Luis Bilbao, Iñigo Iturrate, Esther Martínez, los actuales portavoces... Jesús Isasi lleva muchos años y es de los que viene mucho a esta planta. “Presidenta, ¿tomamos un café?”. Y como él, muchos otros.
Y a partir de ahora, ¿qué va a hacer?
-Llegar a junio, constituir la nueva cámara y después, ya veremos. Estoy abierta a todo.
¿No lo tiene decidido?
No. Ya veremos.