Koh Tao es una de esas idílicas islas con playas de arena blanca y fina, palmeras que se inclinan hasta el suelo lamiendo las olas y aguas cristalinas que dan cobijo a una espectacular vida marina. Es perfecta para el buceo y hasta ella llegan miles de personas cada año para sumergirse en los fondos de Japanese gardens, Twins, White rock, Green rock o Chumphon pinnacle. En el embrujo de Koh Tao, la isla Tortuga, también cayó Zigor Añibarro en 2001, cuando viajaba por el sudeste asiático sin billete de vuelta y con Australia como destino. “Llegué a Koh Tao con la intención de hacerme instructor de buceo, me parecía una buena forma de poder trabajar mientras viajaba por el mundo”, cuenta este bilbaino crecido en Laudio.

Su pasión siempre ha sido viajar, detenerse en lugares donde las cosas que uno hace crean lazos, dejan vínculos, donde uno no es un simple espectador, sino un protagonista. Y esa manera de ver su camino ha hecho que aquella parada en Koh Tao dure ya 13 años. Él ha hecho de su proyecto una experiencia de vida, de Pura Vida, como ha llamado al centro de buceo que dirige hace casi tres años con su socio y amigo Oscar Polanco.

A finales de los noventa quería vivir experiencias “como las de los viajeros que entrevistaba Roge Blasco en la radio”. Se fue a vivir a Londres y viajó a San Diego, recorriendo California, México, Belice y Honduras, donde descubrió el mundo del buceo. “Antes veía el submarinismo como algo peligroso y especializado que no estaba al alcance de cualquiera, pero me lancé a conocer el fondo del mar y me entusiasmó, tanto que saqué el título avanzado y me volví a Londres con la idea de hacerme instructor”.

En esta larga década ha visto también lo mejor y lo peor de haber hecho de Koh Tao su hogar. “Lo mejor es mi familia y mi trabajo. Aquí me rodeo de gente viajera, gente que vive la vida y que tiene ganas de hacer cosas. Veo cada día cómo muchos alumnos que vienen sin saber nada de submarinismo acaban quedándose con nosotros para hace el Dive Master profesional. Es muy gratificante y esto es Pura Vida gracias a ellos”, afirma. Lo peor es que ahora la isla es muy diferente a cuando llegó en 2001. Y es que la vorágine del turismo ha mermado ese “encanto salvaje” de antaño. “La gente que llegaba hasta aquí tenía más un perfil de viajero que de turista. La mayoría de hoteles solo tenían electricidad de noche y apenas había un par de barcos que venían a la isla”, recuerda con nostalgia. “Me apunté en un centro de buceo que llevaba un francés que hablaba castellano y me saqué el título profesional. Por allí pasaba mucha gente e hice amigos. Entonces solo había un par de bares donde reunirnos por las noches, y todo era muy familiar, muy comunitario”, relata.

Aceptó un puesto de instructor en el centro de buceo y abrió un blog en el que contaba sus experiencias en Koh Tao y se ofrecía a impartir cursos de buceo en castellano. “Antes del boom turístico, en la isla yo era el único que podía dar un curso en castellano”, afirma. “La gente me fue conociendo en los foros de viajeros y venían al centro donde trabajaba”. Fue en ese tiempo cuando en su viaje se cruzó el amor de Taw, una tailandesa que hoy en día es su mujer y la madre de sus hijos, Eneko y Laida, de 6 y 3 años.

Cuando conoció a Oscar Polanco, un catalán afincado en Madrid, la vida volvió a darle un giro. “Vino a hacer el Open Diver y el Advanced. Conectamos y cuando se marchó mantuvimos el contacto por mail. Tenía ganas de darle otro rumbo a su vida, así que se volvió a Koh Tao para hacerse instructor y, como es un emprendedor nato, me propuso montar un centro de buceo. Vendió su negocio de jabones naturales y creamos Pura Vida”.

La escuela frente al mar En esta “pequeña escuela frente al mar” se titulan unas cien personas al mes. Para todas ellas es un sueño hecho realidad, una experiencia inolvidable y la despedida nunca es adiós, sino hasta pronto, “porque todos se van prometiendo volver”. Y es que Zigor y Oscar han dado a su escuela una filosofía propia. “Aquí llega gente de todo el Estado y de América Latina. Hay un ambiente buenísimo. Escuchas catalán, euskera, castellano, gallego pero sobre todo, ves gente feliz, haces nuevos amigos, y la gente se va con la sensación de ser parte de una gran familia que se extiende por todo el mundo”, señala con entusiasmo. Las salidas en el barco, las inmersiones, la playa, las puestas de sol desde el restaurante sobre la cala, las barbacoas de instructores y alumnos, las clases teóricas frente al mar, las fotos eufóricas con los compañeros y la licencia conseguida, todo ello es como su propio nombre indica... Pura Vida.

Para Zigor han sido casi tres años de gestión, de oficina, de estar a todo para que la empresa funcione bajo las premisas de esa filosofía, y eso le ha alejado bastante del buceo. “Me gustaría volver lo antes posible a ejercer como instructor. Me encanta el contacto con las personas, subirme al barco y dar clases”. ¿Retomará algún día ese viaje que inició? “Eso siempre está en mis planes. Mis hijos son pequeños, pero en cuanto puedan apreciar lo que es viajar, quiero hacerlo”, promete.