Sabe amargo el pegamento de los sobres y los sellos. No importa. Estas cartas tienen un destinatario muy especial y un mensaje, en muchos casos, mucho más especial todavía. Así que se compensa esa sensación que antes de que se extendiera Internet y los mensajes de móviles vivíamos cada vez que queríamos contar algo a quienes no estaban cerca. Preparar una carta escrita a mano, vigilando la caligrafía, los bordes, los manchones y hasta la ortografía. Cerrar el sobre con cuidado. Escribir el destinatario en un lado y el remitente en el otro. Pegar el sello. Buscar el buzón más cercano. Y esperar. Una espera que se hacía larga hasta recibir una respuesta.

En Izenaduba Basoa, el primer parque mitológico vasco, hogar de Olentzero, las misivas llegan a cientos durante esta época del año. Al último gentil se le acumula el trabajo, y no solo en Nochebuena. Durante los últimos meses del año, él es el reclamo principal del parque y por Mungia pasan desde visitas escolares hasta familias y amigos que se reúnen para la ocasión. Los más pequeños, y, en ocasiones los más mayores también, acuden con sobres en la mano. De todos los tamaños, colores y formas. Algunos con dibujos y otros con mensajes escritos, o con ambas cosas. Algunos con dos líneas y otros de varias páginas. Muchos reclaman regalos y juguetes. Otros aluden a la ilusión para que Olentzero interceda en los problemas que la vida, por desgracia, a veces también trae. Son peticiones de lo inmaterial.

Pero ese no es el único correo que recibe el carbonero más famoso de Euskadi. Desde que Izenaduba Basoa abriera sus puertas, hace más de un lustro, los carteros mungiarras se han convertido en portadores de ilusiones, a veces lejanas. A la casa en la que habita Olentzero -cuando no está trabajando con el carbón-, llegan cartas desde diferentes partes del mundo, según cuentan los responsables del parque. “Hemos recibido cartas de Estados Unidos, Australia, Uruguay, Argentina? entre otros muchos países”, relata Julene Barinaga, una de las responsables del centro. La ilusión no entiende de límites o fronteras.

Las Euskal Etxeak de todo el planeta difunden estos días la figura del ilustre carbonero. Su leyenda. Es el encargado de traer la magia a los hogares vascos en Navidad, aunque esos hogares estén a miles de kilómetros. Por eso, miles de vascos que están en la diáspora preparan sus sobres con la misma ilusión que se les intuye a los niños de Hegoalde e Iparralde. Ellos también escriben a mano. También realizan dibujos o recortes con sus juguetes favoritos. También cuidan la presentación. Ellos, al igual que los niños de los siete herrialdes, plasman sus ilusiones en esas misivas que, días o incluso semanas después, llegan a Izenaduba Basoa después de un viaje más largo que el habitual.

Además, los carteros tienen otra costumbre encubierta. A Mungia llegan cartas que incorporan el nombre de Olentzero en el destinatario. A veces incluso sin sello alguno. Y es que el carbonero cuenta con ayudantes de todo tipo para tratar de extender la ilusión de la Navidad a todos los hogares, sobre todo a los que más la necesitan.

Mensajes Tengan el remite que tengan, las cartas son siempre únicas. Olentzero se emociona con muchas de ellas. Son las cartas que piden salud para familiares enfermos, por ejemplo. El gentil no puede evitar las lágrimas cuando el enfermo es un niño. Su magia a veces no alcanza a solucionar determinados problemas. Pero en muchas ocasiones las recuperaciones y rehabilitaciones son posibles y reales. Ese es, en realidad, el mejor regalo. “Un año vinieron a visitarme unos padres con un hijo. Se acercaron a nuestro baserri para traerme la carta de su otro hijo, enfermo e ingresado en un hospital. Me pidieron que le grabara un mensaje de vídeo y yo le envíe toda mi magia”, relata Olentzero. Pero la auténtica magia llegó doce meses después a Mungia. “Al año siguiente vino a verme la misma familia, pero al completo. El pequeño estaba ya recuperado. Es una de las mayores alegrías que recuerdo haber vivido en esta casa”, reflexiona Olentzero, reviviendo algunos de los mensajes recibidos que más le han impactado.

El carbonero guarda con recelo las cartas recibidas y explica que muchas de ellas no piden objetos materiales. Ni juguetes, ni libros, ni nada por el estilo. “La crisis nos ha traído destrucción de empresas y empleo. Muchos niños piden trabajo para sus padres. También los padres piden trabajo para mantener a la familia”, argumenta, elevando la mirada en busca de respuestas que no encuentra. No es la única consecuencia de la crisis. “Hace pocos días recibí la visita de una escuela de un pueblo guipuzcoano. Todos los niños habían escrito una carta común. En ella me pedían que impidiera el cierre del centro”. Las cartas guardan anhelos y esperanzas. Los remitentes no pierden la ilusión. Sus mensajes son al menos leídos y ansían que lleguen a Olentzero para que reparta su magia.