Pocas amamas pueden presumir de tener un retrato familiar con el valor añadido de contar en él con nietos de altos vuelos que regresan a casa exclusivamente para celebrar su aniversario. Como cada año por estas fechas, la familia internacional de Isabel Zarandona -muchos de sus descendientes han echado raíces en el extranjero- se reunió ayer en el batzoki de Abando para conmemorar el aniversario de la matriarca. En esta ocasión, además, el festejo contó con un aliciente especial, ya que el pasado 19 de noviembre Isabel cumplió 100 años.

“Es muy curioso, porque amama siempre decía que este año iba a hacer 99 años, tal y como figura en su libro de familia”, relata Igor, uno de sus nietos, antes de la comida. Sin embargo, la fecha de nacimiento de su carné de identidad mostraba una contradicción, ya que en él se precisaba que había nacido en 1914. “Mi madre comprobó el registro civil para salir de dudas y, efectivamente, este año cumple 100”, precisa el nieto, recién aterrizado de Oslo, donde reside con su mujer y sus tres hijos. Por ese motivo, “la celebración del centenario no estaba planificada, ha sido repentina”.

Cuatro hijos, diez nietos y once biznietos -“¡Y los que vendrán!”, se congratula la homenajeada- completan el árbol genealógico de la amama centenaria, quien desde hace diez años reside en Bilbao, con su hija Maribel. El resto de los vástagos la visitan semanalmente durante los fines de semana, cuando aprovechan para jugar a cartas. “A la brisca, ¡otra cosa no sé!”, concreta Isabel, mientras Juan Luis, uno sus hijos y pareja de juego, puntualiza que en los últimos años han conseguido vapulear a todos sus contrincantes. “Ahora estamos empatados, pero tenemos lo que queda de diciembre para ganarles”, asegura.

Natural de Etxebarri, Isabel Zarandona ha residido gran parte de su vida en la casa Soloarte, “de la cual todos sus hijos y nietos guardamos un recuerdo entrañable”, rememora María José, otra de sus hijas. Después de que derribasen el edificio en 2005, construyeron un bloque de viviendas en ese solar. “No suelo ir a Etxebarri”, confiesa Isabel, apenada porque el pueblo que la alumbró ya no es nada de lo que recuerda. A pesar de ello, se muestra contenta con su nueva vida en Bilbao, donde nunca está sola (dos personas la acompañan cuando sus parientes no pueden estar con ella) y sale a pasear a diario cerca del Museo de Bellas Artes.

Recuerdos de etxebarri Alrededor de 35 familiares pertenecientes a cuatro generaciones se dieron cita ayer para celebrar el cumpleaños de la amama. “Es la excusa perfecta para reunir a toda la familia, incluso más que en navidades. Suelen venir todos, salvo excepciones”, relata Juan Luis. Ese es el caso de Zuriñe, la nieta que vive en Suiza y que este año no ha podido asistir por motivos laborales. Los que sí han acudido son Igor, desde Noruega, o Ane, desde Inglaterra. También Jon Ander y Borja, ambos afincados en Madrid después de haber vivido durante años en Brasil o Chile. “Intentamos venir siempre. Este año hemos hecho un esfuerzo especial: hemos pedido libre en el trabajo y los niños faltarán algún día al colegio”, relata Igor, criado junto a su hermano Alexander, en Soloarte.

Reunirse con los primos siempre es una buena ocasión para evocar batallitas del pasado. De aquella primera infancia, además de los guisos de la amama, los nietos recuerdan sus bocadillos, hechos con mimo para todos y cada uno de ellos. “A mí siempre me lo comía el perro”, rememora entre risas Borja, el benjamín entre los primos, mientras Alexander hace mención a travesuras varias como el estropicio de algunas macetas. También tienen reminiscencias de los dividendos Elorriaga, los sobres en los que su difunto abuelo y marido de Isabel, Jesús Elorriaga, repartía las pagas.

familia unida “¡Hola amama! ¡Felicidades! ¿Qué tal estás?”, le pregunta la esposa de uno de sus nietos mientras le da un beso en la mejilla cariñosamente. “Muy bien, ¿y el niño dónde está?”, responde Isabel. “El niño se ha quedado en Madrid, porque hemos llegado hoy y nos vamos mañana”. “Habéis hecho bien, así estaréis más tranquilos”, considera la amama, consciente de la paliza que supone un viaje relámpago para un niño. Quizás por ello, Jon Ander y Borja, los nietos afincados en Madrid, muestran sus deseos de volver a Euskal Herria cuando sus trabajos se lo permitan. “Nuestras esposas ya están concienciadas”, señalan divertidos.

“Begiratu hona!”, reclaman a uno de los niños mientras el fotógrafo toma la instantánea familiar. Habiéndose criado en un ambiente euskaldun, los nietos que residen fuera hacen un esfuerzo extra por inculcar a sus hijos el idioma vasco. “Vamos a tener descendientes que hablen euskera, castellano, inglés y el idioma que les corresponda donde residan. Todos tienen una formación internacional, ese fue el mandato del marido de Isabel, porque estamos en un mundo global”, explica Juan Luis, tan orgulloso de su familia como la amama.

Mientras algunos nietos muestran sus deseos de volver, diferente es la situación de Ane, quien tras catorce años en el extranjero (cuatro en Nueva York y diez en Londres) no esconde su acento anglosajón ni su deseo de regresar solo de visita. Lo que no le importaría es “llegar a los 100”, siempre y cuando esté “tan bien como amama y acompañada de una gran familia”. A pesar de que una fractura de cadera mantiene a Isabel en silla de ruedas, está tan lúcida como cualquiera de sus hijos; eso sí, la amama se muestra tan abrumada por la expectación causada que apenas tiene tiempo para atender a todos aquellos que la reclaman. Según Igor, “es muy religiosa y siempre dice que, gracias a Dios, aquí está todavía, pero yo le digo que está aquí gracias a su ánimo y a su energía, por la actitud que ha llevado a lo largo de su vida”.