El ingeniero que decidió ser granjero
Miguel Ángel López estudió Ingeniería pero dejó su trabajo para dedicarse al que considera su “proyecto de vida”: una granja de huevos ecológicos en Larrabetzu
UN día, Miguel Ángel López cogió una docena de huevos, una buena dosis de ilusión y una pizca de descaro, las metió en una bolsa y se presentó en el Azurmendi, el restaurante de Eneko Atxa. Con esa sonrisa suya, amable y sincera, le dijo al chef: “Soy un productor de Larrabetzu y vengo a que pruebes los huevos de mi granja”. Atxa le hizo caso y los probó. “Y desde aquel día trabajo con él codo con codo”, explica Miguel Ángel con gesto satisfecho.
Efectivamente, ser proveedor de este restaurante con estrellas Michelin es uno de los orgullos de Miguel Ángel, una de esas personas que en un momento determinado tuvo el arrojo necesario para dar un giro a su existencia y dedicarse a lo que él denomina “un proyecto de vida”. Y es que, Miguel Ángel es un ingeniero que, tras 25 años en la profesión, decidió dejar su trabajo para volcarse en la producción de huevos ecológicos en una coqueta granja de Larrabetzu a la que bautizó como Luciaren Etxea, en honor a su hija, una chiquilla que está creciendo envuelta en una banda sonora muy peculiar: el cacareo alegre y vacilón de cientos de gallinas que pasean palmito rodeadas de la potente naturaleza de Txorierri.
Los inicios del proyecto El curriculum profesional de este portugalujo es destacable. Este ingeniero de producción industrial ha trabajado en el sector de la automoción y la aeronáutica para firmas como Airbus o el Grupo CIE Automotive, entre otras. A lo largo de su vida, y debido a su trabajo, ha viajado mucho verificando proyectos y dando validez a productos.
Hace cosa de quince años Miguel Ángel y su familia dejaron su casa de Muskiz para trasladarse a Larrabetzu. Se ubicaron en un bello enclave natural. “Nos vimos rodeados de terrenos y pensamos en que podíamos hacer algo para darle un giro a la vida. Y pusimos cincuenta gallinas”, explica. “Nos dimos cuenta de que teníamos muchos más huevos de los que nos daba tiempo a comer”, narra. Así pues, esta pequeña explotación familiar echó a andar bajo norma certificada ecológica de Eneek, el consejo regulador del País Vasco. Además, están inscritos como productores artesanos, ya que la alimentación de las aves y la recogida y empaquetado de los huevos se realizan completamente a mano.
Al principio Miguel Ángel combinaba su trabajo como ingeniero con la labor en la granja, pero los huevos de Luciaren Etxea eran cada vez más demandados. Y Miguel sintió la necesidad de dar el paso definitivo. “Llegó la crisis y con ella un boom de stress en el que cada vez dedicaba más tiempo a trabajar y menos a mi familia”, explica. Así que, dejó la ingeniería para centrarse en su labor de productor y, por supuesto, en su mujer Irene y su hija Lucía.
Unieron fuerzas con otra familia de Larrabetzu, compuesta por Gotzone, Mikel y la pequeña Lorena. Ahora, todos ellos llevan esta granja a la que han sumado otra explotación sita en Ajangiz. Hoy, entre las dos explotaciones tienen 1.300 gallinas híbridas convencionales, a las que hay que sumar otras 250 gallinas marraduna con denominación Euskal Oiloak que están en la granja de Txorierri. Se trata de una raza autóctona considerada en peligro de extinción.
Comenzar a trabajar con Eneko Atxa les sirvió como impulso para tratar de hacerse un hueco en el sector de la alta gastronomía, de modo que hoy día también son proveedores de cocineros tan destacados como Fernando Canales, del restaurante Etxanobe; Sergio Ortiz de Zarate, del Zarate, y Aitor Basabe, del Arbolagaña. También suministran producto a Guillermo García, cocinero de La Granja y del Iruña.
Estos huevos pueden adquirirse en tiendas muy escogidas de Donostia, Gazteiz, Bilbao y en Bizkaia, en algunas de margen izquierda y Uribe Kosta. Restaurantes de Barcelona y Madrid también trabajan con ellos.
“Los cocineros nos dicen que con nuestros huevos consiguen unos resultados que no logran con otros”, asegura Miguel Ángel orgulloso. Y es que, todo el que los ha catado sabe que en el plato tiene un huevo con prestancia, de clara compacta y sabrosa y un gorringo contundente, que bajo la presión del pan crujiente explota y desborda con suavidad, con cremosidad, en un fluir de yema amarilla que alegra el ojo y pone al paladar haciendo la ola.
Son, en definitiva, huevos que solo pueden provenir de gallinitas chulas que campan a sus anchas por el prado y se alimentan exclusivamente de piensos no transgénicos elaborados con productos provenientes de la agricultura ecológica. “Es importante que los animales te conozcan. Al final se trata de pastoreo avícola. Los animales te conocen y te lo agradecen con un producto maravilloso”, subraya convencido.
Harían falta muchas líneas para explicar los pormenores de la labor de estas familias al frente de esta granja sita en Larrabetzu. Algo que quizá pueda resumirse en el cariño y el entusiasmo que vuelca en este proyecto Miguel Ángel López, el ingeniero que renunció al mundo de la aeronáutica y la automoción y apostó por el vuelo breve y torpón de una tropa de gallinitas que ponen huevos de lujo.