HAY una cosa tan inevitable como la muerte: ¡la vida! Conviene recordar esta verdad del viejo Charlot, este pensamiento con el que Charles Chaplin azotaba las posaderas de los resignados, de aquellos que solo repiten, una y otra vez, esa pesadilla del valle de lágrimas. Ya sé, ya, que muchos de los nuestros se sienten carne de cañón. Y hasta puede que sea verdad en algunos casos. Hay, entre nosotros, quien no consigue dormir bien porque se les rompieron todos los sueños. Ni siquiera en esos casos es legítima la rendición. Si te sientes carne de cañón, transfórmate en hombre bala. Volvamos al genio de Chaplin cuando dijo aquello de "mirada de cerca, la vida es una tragedia pero vista en la distancia, parece cómica".

circo y espectáculo Algo de esa filosofía he creído leer en la exposición de Nagore San Felices que ayer fue inaugurada en la galería Bay Sala, sita en Licenciado Poza, 14. En las 58 obras que cuelgan sobre aquellos muros -expresionismo roto, al decir de los peritos en la materia...- se recrean el mundo del circo y el ballet, los malabaristas y las bailarinas en alegre francachela. Nagore emplea técnicas mixtas: acrílicos, acuarelas, collages... Se diría que su trabajo artístico es una metáfora de la vida: todo lo que no mata, engorda. Y así ha llegado hasta la muestra, una exposición redonda, contundente donde tal vez las cosas se cubran con un velo de melancolía pero donde se lanza una apuesta por la vida, por la alegría de vivir. No da la impresión de que Nagore sea pariente cercana de Bill Gates o del Tío Gilito, así que la celebración de la vida, en su caso, no parece guardar hilo directo con los bolsillos. Es otra cosa. Debe serlo. Esa es nuestra esperanza.

El arte tiene estas cosas: múltiples lecturas. Así que al igual que uno ha interpretado así el trabajo de Nagore quien sabe si el de al lado ve todo lo contrario, un canto desesperado. No quedó esa impresión. A la cita con el trabajo de Nagore acudieron su padre, Justo San Felices, Carmen Matías, Leire San Felices, los galeristas franceses Brigitte Capy y Frederic Daniels ("Escriba bien mi apellido", me chista con humor socarrón, "¡como el whisky!"); los pequeños Xabier y Jon Etxebarria, el pintor Julio Ortún, la galerista Enara Bayón, quien ha tomado el relevo de su padre, Juan Bayón; Pilar Gállego, José Ángel Mendibil, quien en tiempos fue tres veces campeón de España de motociclismo en los duros tiempos en que cada avería era un calvario; la diseñadora de joyas Virginia Olivenza, el pintor muralista Roberto Zalbidea, Miguel Arriaga, Alejandro Quincoces o Enrique García Mendizabal, entre otros.

En la galería se esperaba a Saülo Mercader, comendador de las artes y las letras de Francia, pero no alcancé a verle. Da igual, su presencia da una nota poética a la crónica. No por nada es un verso libre. Lo digo para no olvidarme de reseñar los 22 años de vida que celebraron ayer los martes poéticos que acostumbran a celebrar la buena gente de la Asociación Artística Vizcaina. Misere Josephe y esa legión de letrudos que le acompañan son irreductibles. Son galos de esa aldea de cómic.