La academia y una aldea que resiste
Aquellos nombres de ayer nos dibujan hoy una sonrisa. Y, sin embargo, Cosme I de Médici, Marsilio Ficino, Cristóforo Landino o el tan vitoreado Pico della Mirandola fueron grandes en su época. No en vano se les reconoce como los fundadores de la renacentista Academia Platónica florentina, desde donde el arte se difundía por todos los rincones, desde las iglesias a los nobles salones, pasando por la calle misma, que debió ser toda una hermosura en aquella Florencia floreciente. La Academia, ¡qué prestigio! Hoy no existe nada semejante porque no existe una sociedad dispuesta a darle prioridad a la creación artística sobre otras creaciones más terrenales. Vamos, que se admira más el motor de un Fórmula 1 que un cuadro ecuestre; más una obra de ingeniería civil que un tapiz de palacio; una rotonda oportuna que una escultura de mármol en medio del camino.
¿Es criticable esto...? No tiene por qué. Es el siglo de las ciencias, que se han impuesto a las humanidades. Un pintor abstracto es un mamarracho y un asesor financiero es un lince; un escultor de maddonas es un vulgar picapiedras y las manos de un cirujano cardiovascular son bautizadas como las manos de Dios. Y así. mil y un ejemplos más.
Con permiso de René Goscinny y Albert Uderzo, la historia de hoy bien pudiera comenzar así. "Toda la Galia de la creación está ocupada por los romanos científicos? ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos artistas resiste todavía y siempre al invasor..." Esa aldea que resiste es el Hotel Carlton, donde por tercer año consecutivo se ha organizado un certamen de pintura donde solo han participado los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Al concurso se han presentado 61 obras, 36 de las cuales fueron expuestas en el hotel durante la pasada Aste Nagusia para regocijo de los visitantes y compromiso del jurado, presidido por Ibone Bengoetxea. Ayer no pudo estar presente en la ceremonia de entrega de los premios como tampoco lo hizo Daniel Tamayo. Si acudió el resto del jurado, formado por María Sol Corral, Fito Ramírez Escudero, María Pilar Bustindui y Mercedes Prado.
Entre los citados dictaron su veredicto. Así, se supo que los triunfadores de este año son Borja Junguitu, por Éxodo, obra con la que se embolsó un sinfín de parabienes y 3.000 euros; Daniel Lozano, que con Mon roi soleil se embuchó 2.000 euros del ala; y Marcos Ramos, autor de Chiringuito por la mañana, creación por la que es 1.000 euros menos pobre. Los tres agradecieron la oportunidad de que su obra saliese de la Academia, de la Facultad de Bellas Artes, vamos. Justo Ezenarro, Yolanda del Hoyo y María Sáiz entregaron a los artistas sus recompensas en un mediodía por el que desfilaron, entre otros, Julio Alegría, enfrascado en la organización del campeonato mundial de pádel en Bilbao; Miguel Atutxa, Alberto Gutiérrez, Magdalena Múgica, Alfonso Gardeazabal, Pedro Campo, presidente de Cecobi; Asier Muniategi, Xabier Olalde, Emiliano Sordo, el librero Bernar Zarraga, Mariano Gómez, Beatriz Marcos, Alberto Ruiz de Azua, Alicia Fernández, directora de la Sala Rekalde; Joserra Taranco, Carmelo Lezana, Agustín Ramos, Mariana Unda, encargada del montaje artístico; Olatz Candina, Matilde Elexpuru, Raquel Asensi, José David Romero, Cristina Ezquerra, Kepa Olabarrieta, Jorge Canivell, Itxaso Elorduy, Patxi Herranz, Zuriñe Antoñana, Sofía Barbier, Maite Victorio, Asier Luzarraga, Iñigo Medina, Ekaitz Obeso, Esther Ceballos, Iñaki Enríquez o Silvia Varea, encargada de que todo sonase a la perfección. Lo logró.