EN días como los presentes,acorralados por eso quellaman la ciclogénesisexplosiva -o un aire de mildemonios, según el argot de lacalle...- el viento encuentra su sitioen los remansos de la Orquesta Sinfónicade Bilbao (la legendariaBOS), que lo acuna entre tubas ytrompas para serenarlo y hacer conél fabulosas melodías. Esa era lapropuesta de ayer en el PalacioEuskalduna: rescatar las partiturasde Koetsier, Kalko y Danielssonpara el concierto de Cámara 4,espolvoreado con el Sexteto en Mibemol mayor, op. 81 de Ludwig vanBeethoven y el Quinteto en Mibemol mayor,KV. 407, deWolfgangAmadeus Mozart. Así, los amantesde la música clásica acudieronal palacio como quien va a un balneario:a darse un baño de tranquilidady relajación a media tarde,hora propicia para estos alivios.

No faltaron a la cita con ese valsde los pentagramas Javier Beldarrain,María Dolores Garcoa,María Luisa Cuadrado, acompañadapor Javier Bengoetxea, JonGutiérrez, María Jesús Alonso,Iñigo Mendiluce, José Luis Zubizarretay un buen número de melómanosque no quisieron perderseun concierto diseñado para lamedia tarde. Gabriel Bilbao explicabaa su hijo Aitor de dónde vieneel término música de cámara. “Elnombre”, dijo, “viene de los lugaresen los que ensayaban pequeños gruposde músicos durante la EdadMedia y el Renacimiento. Eranhabitaciones, no muy grandes, a lasque se les llamaba cámaras.Al principiosolo se interpretaba para laaristocracia y poco a poco fuesaliendo a otros escenarios”. Eljoven, aprendiz de violinista, mirabacon asombro a su padre. “¿Llegaremosal segundo tiempo delAthletic, aita?”, replicaba el pequeño.

El poder de la tradición.

Tampoco se perdieron la citaAndrés Back, solista de chellorecién jubilado, acompañado porMargarita Adanek y Jon Jauregi.Los dos primeros eran lospadres de la violinista ClaudiaBack y el tercero, su marido. Acudieroncomo se acude a los asuntosde familia: prestos a aplaudirlotodo, pese a su soberbia formaciónmusical. Y no parecía importarlesa qué hora jugaba el Athletic en elBenito Villamarín.