JOSÉ Hernández no pasa desapercibido cuando pasea por las calles de Bilbao o de cualquier pueblo de Bizkaia. Lo hace a lomos de una bicicleta tuneada y silbando una flauta. A pesar de ello no es ningún friki ni un loco. Simplemente es un afilador ambulante que trabaja a la vieja usanza: sobre ruedas y reclamando la atención con un chiflo de Pan. José ejerce en pleno siglo XXI un oficio en vías de extinción, sobre todo en las grandes ciudades. Así que, su presencia en Santutxu o en el barrio portugalujo de Repelega, donde conversamos con él, causa extrañeza. Y eso que José se traslada regularmente hasta el área metropolitana de Bilbao desde Burgos, donde vive con su esposa desde que se casó, aunque él es un andaluz de pura cepa. Todos los lunes mete la bicicleta en el interior de una furgoneta que durante cinco días será su hogar. Y así, carretera y manta. Su radio de acción es muy amplio. "Prácticamente todo el norte de la península, de Madrid para arriba", dice. Pero siente debilidad por Bilbao. "Es una ciudad en la que viviría", confiesa mientras afila las cuchillas de una máquina de cortar el pelo.
José nació en Motril (Granada) hace 60 años en el seno de una familia humilde "donde había que empezar a trabajar desde muy joven para ayudar en casa". A los 16 años ya estaba subido en el andamio con la paleta y el cemento trabajando de pinche en la construcción. Lo de afilador vino después, cuando se casó. Conoció a una mujer de Briviesca (Burgos) cuya familia, por tradición, estaba llena de afiladores ambulantes. Así que aprendió el oficio una vez que se estableció con su esposa en Burgos capital. "Menos mal que me metí en esto, porque si no, hoy estaría en el paro", señala. Así que lleva algo más de 40 años recorriendo pueblos y ciudades con una bicicleta. Y no se cansa de ser un nómada. "Es que esto para mí no es un trabajo, es un hobby", comenta orgulloso. "No es que me guste, es que me encanta", insiste sobre la satisfacción que le produce afilar.
Empeño Los inicios no fueron fáciles porque José desconocía la técnica para poder afilar cualquier instrumento de corte. Pero a base de "meter muchas horas" fue defendiéndose. Porque afilar "es difícil", dice José. "Es algo enredoso" prosigue diciendo, "pero si a uno le gusta y pone empeño se consigue aprender". Sus principales clientes siempre han sido las carnicerías y los restaurantes, aunque también los particulares que quieren tener los cuchillos y las tijeras de la casa en perfecto estado se acercan hasta él. Lo hacen después de que José haya hecho notar su presencia con el indiscutible sonido que emite la flauta de Pan, típico de los afiladores. "Yo le llamo chiflo de Pan", dice, "pero otros, como los gallegos, le llaman chiringa". El caso es que José no tiene más remedio que patearse las calles con la bicicleta y la flauta. "Este oficio me ha servido para conocer muchos lugares", dice. Y empieza a enumerar los lugares por donde normalmente se mueve: "Barcelona, Gerona, Castellón, Tarragona, Zaragoza, Huesca, Bilbao, San Sebastián, Santander, Burgos... o sea, de Madrid hacia el norte, todo". ¿Y pueblos? "También voy por los pueblos", aclara. Y también comienza a nombrar: "Si voy hacia Barcelona, me suelo parar en Mataró, Calella... es que es otra de las cosas me más gustan de este trabajo: conocer lugares y gente", dice. ¿Y cuál es el lugar que más le ha gustado después de haberse callejeado media península? "Bilbao", contesta sin dudar. ¿Por qué? "No le podría decir nada en concreto, pero es una ciudad que me encanta, quizá por su gente, su ambiente, no lo sé, pero Bilbao es una capital en la que me encantaría vivir", contesta.
Tanto a Bilbao como a Barcelona o al último rincón de Zaragoza o Burgos se desplaza en una furgoneta. "Ahí es donde vivo", dice, "es mi hogar". En la furgoneta duerme, descansa, se asea y mete la bicicleta. Actualmente utiliza una vieja bicicleta de montaña que él mismo la ha acondicionado para poder afilar. "Las suelo comprar de segunda mano por 80 o 100 euros y luego les coloco la piedra de afilar, la pulidora y el caballete, el resto es dar pedales", dice.
Jubilación En los 40 años que lleva dando pedales en la calle para que gire la pulidora no ha sufrido ningún percance y ha gozado de una buena salud "gracias a Dios". Porque ya aclara que "este es un trabajo muy duro en el que hay que salir a la calle haga frío o calor, por eso siempre hay que estar bien de salud". Una salud que espera que le siga respetando por muchos años ya que José no piensa jubilarse. "Ni pensar", dice. "Yo pienso seguir aquí, al pie del cañón, primero porque me gusta y segundo, porque hay que seguir sacando el jornal". Además insiste en que le encanta el trabajo que desarrolla, por eso proclama a los cuatro vientos que "si Dios quiere, que me muera afilando y que me entierren con la bicicleta sobre la tumba".
Tres de sus cinco hijos, que en su día también trabajaron como él, de afiladores, ya han abandonado el oficio. "Ahora se dedican a la construcción", dice, "por eso yo tendré que seguir la tradición familiar de mi mujer hasta que me muera". Confiesa que una de la razones que le mueven para seguir afilando es que "esto no supone ningún esfuerzo, solo es ir por las calles e ir tomando el aire como mejor se pueda". Tampoco le resulta un inconveniente que todos los lunes tiene que enfilar la carretera para no volver al domicilio familiar de Burgos hasta el viernes. "A veces me acompaña mi mujer, pero normalmente voy solo, no me importa, esta es mi vida". Y terminada la charla, vuelve a sacar las agudas notas al chiflo de Pan.