gernika-lumo. "Si veo un trozo de pan en el suelo cierro los puños y casi lloro de rabia..." Es la voz profunda de Ángel Navea la que habla. Ángel fue camionero de oficio y cameraman por devoción -"me atrapó una cámara inglesa de mi madre, de 1913, y luego me aficioné a las de fuelle…"- y a sus ochenta años, pese al renqueo de un andar desfallecido, recorre, cada año desde 1948, cuando compró su primera cámara de filmación, los Últimos Lunes de Octubre de su tierra grabándolo todo. "Tengo más de 1.400 horas de imágenes que no reviso porque salen muchos difuntos. Me han prohibido comer, me han prohibido beber, me han prohibido lo otro...¿qué quiere que haga? ¡Pues grabar!" ¿El pan, dice usted?, pregunta. "Me duele más que si viese un jamón abandonado en el suelo porque yo he visto matar por pan". Se le humedecen los ojos al evocarlo. Sus recuerdos van y vienen, desde la plaza del Mercurio a Juan Kaltzada, desde los años de diluvio a los días del bombardeo. "Tenía siete años y mi padre nos llevó a Arrazola poco antes de que llegasen los aviones . Aún recuerdo los cadáveres en el suelo y mi casa en ruinas. Y también mi terquedad de hacerles volver para recuperar lo único que salvó la familia: mi bicicleta". ¡Ama, la bisicleta, ama la bisicleta!, murmulla mientras se sumerge en la multitud, más de cien mil personas, según recuento.

Otros murmullos, el cacareo de la expectación cubrió los cuelos de Gernika cuando José Antonio Bastegieta Marko se movía arriba y abajo, con el blusón amarrado en la santabárbara del buche y los ojos iluminados. "¿He oído 5.200 euros por este queso?" preguntaba, blandiendo el queso de Aranburu Elkartea (Idiazabal), ganador del concurso. "Eso ya es de récord, aunque Sor Visitación -lo recaudado iba para la residencia de personas mayores Calzada- me ha comentado esta mañana que tenía un sueño: pasaba de los seis mil euros..." La plaza del Mercurio rompió en aplausos cuando Unai Campos, del Porrue, llegó a esa cifra y estalló casí en aleluyas cuando Angel Velo, del restaurante Taskas de Mungia, pujaba por última vez...¡Siete mil setecientos euros por medio queso! Marko, que había advertido de la pericia de los rateros, se jactaba. "Parece que soy yo quien hoy vacía los bolsillos", exclamaba al tiempo que tarareaba un Agur, Ordizia, agur, en recuerdo de la jactancia de la localidad gipuzcoana, que alardeaba, desde hace un par de años, de poseer el queso más caro del mundo, a 7.200 euros la media pieza. El llamado oro de Gernika destrozaba las cotizaciones del Wall Street de Ordizia. He ahí el placer de los frutos prohibidos.

El puesto de legumbres y hortalizas en el que se debieran abastecer Gargantúa o los gigantes que aterrorizaron a Gulliver en uno de sus viajes -Alejandro Arrieta, de Markina Xemein, comandaba una exuberante muestra de la huerta, presentada con una ilustración del yin y el yan hecha con alubia blanca y negra...- acaparaba miradas, casi tantas como la familia gernikarra (Iker, Leire, María y Carmen...) que ha recuperado la tradición del vestuario antiguo y ha decidido cosérselo a mano. Calle arriba, un chino vestido de casero, curioseábalo todo y los cocineros llegados de otros mundos -el Oxo Tamer de Londres; el Orangerie, de Kassel (Alemania) y el Bizkaitarra de Tampa (EE.UU.)- se llevaban las manos a la cabeza al ver el bullir de la puja. "¡Americanues!", exclamaban a su lado, viéndoles la cara de pasmo. Para entonces otro tipo de asombro ya se había adueñado de Miguel Asqueta, médico de prestigio y presidente de Ibaiondokoetxea, una de las doce euskal etxea de Uruguay. Recién llegado a una Gernika en flor, él que se esperaba, desde la distancia, un pueblo herido y aún entre cenizas, se regodeaba en la ensoñación. "¡Es una maravilla!", exclama, "Yo sólo tenía en mente la Gernika de las fotografías viejas, la del roble y el bombardeo..."

El espléndido reloj del Ayuntamiento marcaba las primeras horas del día y los niños se encampanaban en la maquinaria agrícola. Los visitantes más madrugadores buscaban alubia de la Virgen - "Karlos Argiñano compra ésta", aseguraba sin reparo, un convecino...-, blanca de las Amescoas, alubia de Lodosa o la variedad cena del cura. En la plaza del mercado, Patxi sujetaba a duras penas con una mano un ejemplar de amanita que superaba el kilo y medio de peso. "¿Dónde ha cogido algo así?", preguntaban curiosones e intrigantes. "¡En los Pirineos!", contestaba entre carcajadas. Son secretos guardados bajo siete llaves, al igual que la elaboración de los quesos de leche de oveja carranzana o la alquimia natural de la que nace la miel líquida.

La Senyera Una senyera catalana traída por el Ayuntamiento de Berga llamaba la atención de los paseantes, que terciado el día dejaron de mirar hacia el cielo ceniciento. "Hoy no llueve", comentaban los visitantes ante los rostros de preocupación catalanes. A esa altura aparece de nuevo en escena Ángel Navea y lanza un ruego. "Ponga usted que a los 16 años conducía un camión de carbón y que tardaba dos horas y media desde el mercado de Gernika a los muelles de Ripa, en Bilbao.." Dicho queda.

Van y vienen las historias y las botellas de sidra y txakoli, con el sol de mediodía calentádoles los huesos a los presentes. Ahí, a la izquierda, según se sube por la calle Juan Kaltzada, aparece Mari Carmen Salserain, hija de Elías, el ganadero de toros de Parada y de Nicolasa Uribe-Ganekoa. Muestra, a quien quiera verlo, fotografías de antiguos Lunes en los que aparece ella en su juventud o sus padres. Unos metros más allá, el txakoli se adueña de las gargantas, que ya comienzan a afilar sus cánticos. José Ángel Iribar y Javier Irureta recuerdan, si no fuese por el tallaje (dicho sea desde el balcón del respeto...), a dos futbolistas de los actuales: avanzan a zancos de fotografía y autógrafos.

Flores desiertas A la uno menos cuatro takolis del mediodía, Iker Izagirre pasa por la calle Ocho de enero y esclama "¡Parece una romería del camposanto!" a la vista de apenas media docena de puestos que exponen sus flores. Una mujer, a su lado, replica. "¡Éste va culín y acabará ensopao!" Le ríen la gracia pero algo de razón gasta, porque poco después el premio se declara desierto. Entre los productos de toda la vida, se escucha la oferta de patatas fritas ecológicas de Álava o kiwis de Nueva Zelanda y hay quien mira con recelo. "No es típico de aquí", susurra una voz. No se escucha. La noticia del día es el lingote de queso. Echándose la tarde, el gentío pone rumbo al frontón Jai Alai y el probadero de Lorategia. Llevan consigo la alegría de vivir y la cesta medio llena.