Bilbao
Es una paradoja pero ayer, último día de sacrificio en el matadero de Zorrotza, la actividad era mayor que otro viernes cualquiera. El precipitado anuncio del cierre de las instalaciones donde matan las reses y las mantienen refrigeradas implicó que muchos mayoristas y ganaderos enviaran más animales para su sacrificio. Por eso, los matarifes, a pesar de que el lunes se van en encontrar en la calle, trabajaron como un día más, aunque sin poder disimular su rabia e impotencia. Ayer pasaron por sus manos un total de 142 reses que fueron sacrificadas, desolladas, despiezadas y dejadas listas para ser vendidas.
Agustín Eyega es uno de estos profesionales experto tanto en el manejo del cuchillo como de las grandes máquinas industriales que se usan en el zona de sacrificio. Con su traje de faena blanco ensangrentado asegura: "No hay derecho, todos nos encontramos el lunes en la calle, y todo por la mala gestión de esta gente. ¿Dónde está todo el dinero que ha dado el Gobierno vasco durante los últimos años?", se pregunta con crítica acerada.
Agustín, junto con el resto de los 26 matarifes que trabajaban hasta ayer en Zorrotza, forma parte de una empresa subcontratada por Gurokela y al ser autónomos no van a cobrar el paro. "No tenemos nada", asegura indignado. De hecho, comenta que están pensando en llevar a cabo una concentración de protesta el lunes ante las oficinas del matadero.
En esos despachos, los trabajadores tras las mesas también ven el futuro negro, mientras el director general de Gurokela, Unai Ibarzabal, aseguraba vivir un día "de resignación e impotencia" ante el abandono que el proyecto que lidera ha tenido por parte de las instituciones.
En el mismo edificio central, un pasillo separa las oficinas del restaurante Matadero de Bilbao. Es el punto de reunión donde, de forma esporádica o habitual, acuden las cerca de 400 personas que trabajan en esta isla cárnica de Bilbao. Un centenar de fotografías en sus paredes reflejan la historia de las instalaciones a través de reses de récord y visitas destacables.
La camarera no quiere hablar. Sólo dice que lleva 20 años trabajando tras la barra y que no había visto un ambiente tan tenso. "La gente se está haciendo a la idea", asevera para negar más declaraciones. En una mesa del amplio local, dos empleados de una de las empresas que se asienta en el matadero pero que no depende directamente de su actividad matarife apuran el café de la diez de la mañana. "A nosotros no nos va a afectar, el jefe ya sacrifica en otro matadero desde hace meses. Esto era algo que se venía venir", indican queriendo mantener el anonimato.
Como estos operarios otros muchos están viendo pasar el cuchillo de la crisis de forma tangencial. Un total de 18 firmas tienen sus instalaciones pegadas al matadero creando "un complejo industrial cárnico que ha vivido momentos mucho más voyantes", recuerda Pedro Pozo, guarda jubilado de las instalaciones que ayer quiso pasarse por el centro para ver el ambiente y saludar a todo el mundo. A algunas de estas industrias adyacentes, el cierre las va a dejar heridas de muerte. Es el caso de Sebería Bilbaina, una empresa que se dedica a recoger los desperdicios cárnicos -sebos y huesos- y las pieles de los animales para su uso reciclado posterior. No hay vacas sacrificadas, no hay género para trabajar.
El caso contrario es el de Intrisa, otra sociedad especializada en tratar con casquería (patas, sesos, riñones...) que ya hace tiempo que no sacrifica aquí y que tiene un negocio de venta de todo tipo de material para carnicerías. "Aquí la gente va a seguir viniendo igual", explica Carlos, uno de los empleados de la firma. A cincuenta metros, un trailer recién descargado de terneras va a ser limpiado en el lavadero. Quizás sea el último uso que tengan esos aspersores y mangueras. Una lástima.