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El hermano pobre de la familia

El hermano pobre de la familia

No es una percepción del cronista sino la certeza de quienes se mueven en los mares abisales de la legislación: los Derechos culturales son los hermanos pobres de la familia. Los derechos a participar en la vida cultural, gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones y sacar tajada de la protección de los intereses morales y materiales que le corresponden a uno -es decir los tan controvertidos derechos de autor...- están reconocidos en la ley. Y, sin embargo, día tras día semejantes privilegios se dan de bruces con la cruda realidad de la piratería y la escasez de recursos para que toda la población tenga acceso. Lo segundo lleva a lo primero...

De estas y otras cuestiones se habló ayer en el Colegio de Abogados de Bizkaia. No podía haber escogido mejor escenario la organización Unesco Etxea que dirige Mikel Mancisidor. No por nada, entre aquellas cuatro paredes anida el pájaro de la sabiduría legal. Al menos eso se espera.

Estos desajustes del Derecho se ven con claridad en el espejo de dos históricas reflexiones francesas. Mientras el viejo Voltaire dijo aquello tan hermoso del "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo" un compatriota suyo, el estratega Napoleón Bonaparte, lanzó un diagnóstico que el paso del tiempo se ha encargado de ratificar. "Nos batimos más por nuestros intereses que por nuestros derechos", sentenció el hombre que puso Europa a sus pies. Lo extraño, lo enigmático, es que ambos tienen razón, por mucho que sendas frases entren en contradicción.

Hecho el inciso, la cita de ayer congregó a gente de peso, dicho sea en plano metafórico y sin ánimo de ofender. Desde Jaime Marchán Romero, presidente del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas a Rocío Barahona, miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, pasando por Silvia Escobar, embajadora en Misión Especial para los Derechos Humanos e Inés Ibáñez, directora de Derechos Humanos del Gobierno vasco. Todos ellos expusieron su parecer ante un momento histórico y crucial para los derechos culturales, máxime cuando el Consejo de Derechos Humanos, un sanedrín de sabiduría, acaba de nombrar a la socióloga pakistaní Farida Shaheed como relatora de la ONU sobre Derechos Culturales. "El derecho a la vida y al desarrollo cultural es una garantía inherente a todos los individuos y pueblos", dijo la elegida, en un emocionante discurso de investidura. Hace falta que sus palabras no caigan en saco roto.

Fueron testigos de todas estas cuestiones José Luis Machín, Patricia Bárcena, responsable de la Comisión de Cooperación del Colegio, Asier Vallejo, en nombre de la oficina del Ararteko, el alcalde de Arrigorriaga, Alberto Ruiz de Azua, Juan Carlos Ayestaran Natalia Uribe, Maider Marañón, Javier Anuzita, Ruth Fernández, Mónica Hernando, Joseba Bereciartua, Mikel Sangrador, Joseba Urrutia, Gloria Irazu, Marcelo Curto, Ignacio Otalora, Begoña Pascual, Itxaso Ortega Jaime Revuelta y un buen número de asistentes que acudieron a las tierras presididas por Nazario Oleaga para vivir de cerca una experiencia insólita en estos tiempos que corren de tanta flor de un día: escuchar voces autorizadas. Un recreo para el conocimiento.