A primera hora de la mañana, los pabellones ruinosos de Zorrotzaurre se vacían poco a poco. Son decenas de hombres que, con carros improvisados, mochilas o las manos vacías, salen en busca de algo de chatarra que les permita sobrevivir un día más: “Los más fuertes son los que pueden salir”, explica Hamed, uno de los veteranos del lugar. “Hay días que estamos sin comer uno o dos días, pero hay que salir igual. Aquí, si no sales, no comes”. Más de 150 personas malviven en los pabellones abandonados del barrio de Zorrotzaurre, en Bilbao. La mayoría de ellas, hombres migrantes, sobreviven recogiendo chatarra durante largas jornadas a cambio de apenas unos pocos euros. Sin luz, sin agua y entre escombros, mantienen intacta la esperanza de poder algún día salir adelante.

Hamed llegó a la capital vizcaina hace veinte años desde Egipto. Su sueño era construir una vida digna, pero la realidad que encontró fue otra. Hoy comparte refugio con al menos 150 personas más, muchas de ellas migrantes llegados desde África o Sudamérica, que viven en condiciones insalubres dentro de antiguos pabellones industriales sin agua corriente, ni electricidad, ni baños.

Recogida de chatarra

Entre paredes rotas, colchones viejos y techos inseguros, estas personas han improvisado “habitaciones” con cartones, mantas recogidas en la calle y restos de materiales. “Dormimos con ratas, con frío y con miedo, pero al menos tenemos un techo”, explica un joven argelino, mientras vuelve tras vender el metal que logró reunir esa mañana.

En imágenes: así viven 150 personas en dos pabellones en ruinas en Zorrotzaurra Miguel Acera

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El trabajo que realizan es duro, físico y sin garantías. “No importa si estás enfermo, con fiebre o sin fuerzas”, dice uno de ellos. “Si no madrugas y sales a la calle, no hay forma de conseguir ni un euro”. La recogida de chatarra se ha convertido en la única fuente de ingresos para muchos de ellos, que se organizan como pueden para evitar conflictos, compartir información y apoyarse unos a otros.

La mayoría no habla castellano o lo está aprendiendo con esfuerzo. Uno de los más jóvenes sonríe al contar que acaba de regresar de estudiar. Apenas puede hilvanar frases, pero su mensaje es claro: “Muuucha esperanza”. A pesar de todo, nadie aquí se rinde. “¿Qué hacemos? ¿Nos tiramos a la Ría y se acabó? ¿O luchamos por salir de aquí?”, se pregunta Hamed. Él prefiere lo segundo. Y con él, decenas que aún creen que hay salida, aunque de momento vivan entre ruinas.