Alfonso Larrazabal lleva varios años cultivando su parcela en las huertas municipales de Rekalde, lo que le ha permitido desconectar y hacer nuevas amistades.
¿Qué es lo que le motivó a participar en esta iniciativa?
—Mi hija sabía que mi padre era baserritarra y que yo, cuando era un crío, había vivido en ese ambiente, con los bueyes y demás. Ella sabía que a mí me gustaba este estilo de vida. Teníamos en la terraza tiestos y más cosas, pero no es lo mismo que esto. Entonces decidió participar y la verdad es que estoy muy contento. Es una convivencia muy sana, para el que no le guste ir a la taberna aquí se pasa el rato.
¿Qué le ha aportado la huerta durante todos estos años?
—Me ha aportado muchas cosas sobre todo psicológicamente. Aquí te relajas, hablas con uno, con otro... Lo que hoy se ha perdido en la sociedad, la relación entre las personas, que todo el mundo está con el teléfono enchufado y aquí estás agarrado a una azada. Entonces, quieras o no, es diferente. La tecnología es diferente aquí. Y la relación personal entre la gente de aquí, entre los que tienen las parcelas. Hablas con personas de distintas culturas y distintos sitios. Es muy recomendable.
¿Las personas que tienen huertos aquí tenían previamente conocimientos de agricultura?
—Hay algunos que sí y otros que no tienen ni idea. Nos dan un curso de huerta ecológica, te enseñan cómo tienes que tratar la tierra, unas pequeñas nociones de lo que puedes poner. Nos dan un calendario de los productos que tienes en cada temporada. El coordinador suele venir todas las semanas. Antes venía más porque tenía menos huertas y él te asesora sobre lo que hay que hacer y lo que hay que plantar. Si la trabajas con cariño, la tierra es agradecida, pero para eso hay que sudar.
¿Cree que los niños y niñas están perdiendo el interés por la huerta y la agricultura?
—Se creen que la leche sale del tetrabrik. Yo sé sobre agricultura porque lo he vivido y, claro, cuando veías que ordeñaban a las vacas sabías de dónde salía la leche. Eso lo desconoce la gente actualmente. Mikeldi, el coordinador de todo esto, se desvive por transmitir a los chavales la vida del baserri. Los chavales aprenden que el maíz o las alubias no salen porque sí, que hay que trabajar la tierra, plantarla.