Un callejón de Bilbao con gran historia
Era uno de los pocos callejones sin salida con los que contaba la villa, una corta arteria que sigue teniendo aromas ferroviarios incluso aún hoy
Son pocos los callejones existentes en Bilbao. Su trama urbana, históricamente bien pensada, ha supuesto una escasez de estas arterias que la seguridad ciudadana agradece. Quizás la calle sin salida que más miedo daba en sus orígenes, y durante muchas décadas, fue la de José María Olavarri, ese trazado en forma de ‘L’ que nace en la calle Navarra y finaliza en el saco de fondo que supone la parte trasera de La Concordia, la estación ferroviaria de la antigua compañía Feve, y los accesos de servicio de la sede de la Sociedad Bilbaina.
La instantánea de la derecha expone su fisonomía en 1967 después de cumplir décadas en el solar esquinero la sede de la Bolsa de Bilbao y antes de que los pabellones de la entonces llamada Estación del Norte dieran paso al actual rascacielos residencial de 14 alturas.
Fue el bloque financiero el primero en levantarse en estos terrenos muy próximos a la incipiente zona bancaria que estaba emergiendo en el primer ensanche a inicios del siglo pasado. El arquitecto Enrique Epalza fue el autor de un edificio que se inauguró como sede de La Bolsa de Bilbao en mayo de 1905. Desde entonces ha sido objeto de hasta cuatro reformas en su interior y fachadas siendo la última en 1989. Casi dos décadas antes, a inicios de los años 70, Renfe decidió dotar de viviendas a parte de la plantilla que trabajaba en Bilbao y segregó una parcela de 2.849 m² de sus terrenos de la Estación del Norte donde se levantaban los almacenes cuya trasera se observa a la derecha de la imagen.
Se decidió levantar una elevada torre, quizás para competir con el primer rascacielos que se construyó en Bilbao en los años 40, el cual sobresale en la foto por encima del tejado a dos aguas. Ahí se alojaron 108 familias de la empresa ferroviaria, además de dotar a la construcción de un zócalo de dos plantas donde acoger oficinas y espacio a ras de calle para locales comerciales.
La imagen da fe del poco mantenimiento municipal con que contaba entonces esta calle, cuya situación al final de la gran escalinata que baja desde la trasera de la estación de Abando le aportaba todavía un toque más lúgubre. Porque este callejón solo tenía una salida para uso peatonal, un estrecho túnel que desembocaba en la colindante calle Bailén. En uno de sus laterales se hallaban unas escaleras que conectaban con los andenes superiores de la estación de La Concordia. Lugar nada aconsejable cuando la luz del día desaparecía por el riesgo de cualquier atraco, sobre todo en los años 80 y 90, cuando la droga imperaba en el cercano barrio de San Francisco. Una situación que se prolongó varios años aportando nuevos problemas como el aparcamiento indiscriminado de vehículos que los vecinos de la torre denunciaban constantemente al consistorio. Un ayuntamiento con las manos atadas, ya que la Policía Municipal no podía multar al pertenecer el callejón a Renfe y no tener autoridad oficial para ello. Por cierto, hoy en día es a Adif, el gestor ferroviario estatal, a quien pertenece esta calle, así como la plaza ubicada escaleras arriba.
Todo cambió cuando la sociedad Bilbao Ría 2000 decidió actuar en el enclave para lavarle la cara desde un punto urbanístico y dotarle de una mayor seguridad ciudadana. No se podía mantener una arteria tan depauperada en el Bilbao moderno que empezaba a asentarse con el inicio del actual siglo. Por ello se decidió eliminar el túnel peatonal y abrir la fachada ciega trasera del vestíbulo de la estación al callejón con una gran entrada, sobre la que se colocó una cristalera transparente que permite ver desde los andenes de La Concordia la calle y la cercana estación de Abando. Fue en 2007 cuando el callejón dejó de serlo al permitir al transeúnte atravesar de forma transversal el hall de la estación y abrir la arteria a la calle Bailén. La peatonalización incluida en el proyecto, que supuso una inversión de dos millones de euros, acabó con los vehículos y permitió abrir nuevos locales en los bajos del edificio donde se asentaron servicios como la Cruz Roja o la sede de la ABAO.
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