Si no fuera porque un botiquín ocupa un espacio protagonista en una pared del salón, el servicio de teleasistencia está conectado las 24 horas del día y un detector de humo permite alertar sobre cualquier descuido, no diferiría demasiado de un piso de estudiantes. Sin embargo, hace varias décadas que Floren, Mikel, José y Ramón dejaron atrás esa etapa de su vida. Estos cuatro hombres, que rebasan los 65 años, conviven en una de las cuatro viviendas tuteladas para personas mayores que gestiona el Ayuntamiento de Bilbao. “Antes de entrar a vivir aquí estaba en un albergue”, evidencia Jose Guerrero, el inquilino que lleva más tiempo en este inmueble de Rekalde. Se trata de una de las alternativas municipales, destinada a personas con bajos recursos y sin grado de dependencia, que posibilita la vida autónoma de los usuarios en un entorno comunitario.

Los inquilinos de la vivienda reciben a DEIA a las 10.30 horas. Para entonces ya han desayunado y están acicalados. “Esto es el reflejo del cuello de botella que hay en la vivienda porque muchas de las personas usuarias que atendemos requieren un apoyo muy bajo”, evidencia Ana Arcenillas, educadora de viviendas municipales, quien enumera algunas de las condiciones que los usuarios deben cumplir para acceder a este tipo de viviendas. Tienen que ser personas mayores –de más de 65 años o, excepcionalmente, de más de 60– sin una red sociofamiliar, tienen que requerir alojamiento de larga estancia y tienen que percibir unos ingresos mínimos mensuales. “Ya sea una pensión o la RGI. Porque además del alquiler, que ronda entre los 204 y los 235 euros, ellos abonan sus gastos de alimentación, artículos de aseo...”, explica la educadora.

“Estuve 14 años inscrito en Etxebide y no hubo manera de conseguir un alojamiento”, narra Ramón Peñalvert sobre la situación que lo llevó a requerir este servicio cuando estaba en un alquiler “en precario” en Las Cortes. La situación de Pedro María Diego, inquilino del piso contiguo, donde también hay una vivienda tutelada, era similar. “Estaba pagando una pensión pero no me alcanzaba para comer”, confiesa el hombre de 76 años que ya suma seis en el piso municipal. “Si el sistema de vivienda funcionara mejor y tuvieran acceso a un alquiler bajito, hay muchos usuarios que podrían manejarse”, asevera Arcenillas. No obstante, evidencia que a medida que la edad avanza, las necesidades cambian. “A priori son muy autónomos, entran y salen cuando quieren, pero todo el mundo requiere un apoyo. Cuando rascas, ves que hay un problema de soledad muy grave”, afirma.

La actuación que llevan a cabo los trabajadores del servicio es directa. “Ofrecemos una labor de acompañamiento individualizado, ofreciendo apoyo a cada uno en lo que más necesite”, expone la educadora, que ese mismo día, precisamente, se dispone a acompañar a Pedro a la intervención quirúrgica a la que ha de someterse. Ana le recuerda que debe estar en ayunas. “Tampoco puedes beber agua”, puntualiza, constatando, además del acompañamiento que ofrece, la labor de Pepito Grillo que asume. “Les ayudamos en temas de higiene y autocuidado o gestión económica, y hacemos un seguimiento en temas de adicciones o salud mental”, revela la educadora. La función de Ana Arcenillas también consiste mediar en la convivencia y velar por que todo esté bien.

Además, los usuarios de estos pisos tutelados cuentan con la ayuda de una persona que acude una vez a la semana a limpiar las zonas comunes y las de difícil acceso. “También da apoyo a personas que lo necesitan específicamente porque no hacen sus tareas domésticas como deben”, explica Arcenillas, quien recuerda una vez que afeó a un usuario la suciedad del suelo de su habitación. “Me dijo que acababa de barrer. Lo cierto es que no veía nada”, asegura la educadora. La responsable del servicio de Gaztaroa Sartu, la trabajadora social de base, que presenta la candidatura de los usuarios, y los responsables del Ayuntamiento, que dan el visto bueno a los candidatos, también forman parte del equipo.

Convivencia

Los cajones de la cocina y los diferentes compartimentos del armario empotrado de la entrada tienen una etiqueta con los nombres de cada conviviente. “Entre ellos tienen buena relación, aunque también hay algunos que van por libre”, revela la educadora. “Tenemos nuestras manías, pero nos las aguantamos”, expone al respecto Jose Guerrero, el más veterano del piso, quien atestigua que el ambiente es bueno: “Salimos todos los días a dar una vuelta, nos tomamos unos vinos”. En ese sentido, Arcenillas explica que se suelen ayudar entre sí, prestándose dinero o cocinando para el resto. “Puntualmente también hacemos actividades de tiempo libre. Recientemente hemos ido a Azkuna Zentroa y al Museo de Reproducciones”, matiza.

El motivo principal para fomentar este tipo de convivencia es combatir una soledad que la mayoría de las veces es no deseada, lo que agudiza el envejecimiento en las personas y su consecuente dependencia. “Normalmente los usuarios que abandonan los pisos es por un tema de salud. La idea siempre es mantener a las personas lo máximo posible en el entorno”, asegura Arcenillas, quien concreta que se intenta “negociar” con el usuario a la hora de revisar la valoración de la dependencia. Si aumenta de grado, la alternativa es que se traslade a una vivienda comunitaria. “No es una institución, sigue estando en un bloque normal. Es como una miniresidencia en la que los servicios de alimentación, lavandería, toma de mediación... están supervisados”, añade la educadora.

Que mantengan el nivel de autonomía lo máximo posible suele ser primordial. “Nosotros vamos a la farmacia y nos hacen el rosco con las pastillas para toda la semana. A este a veces se le olvida alguna...”, bromea Jose señalando a uno de sus compañeros. “Hay muchas personas que cuando pasan a una vivienda comunitaria me dicen: ‘Me lo hacen todo’. Ya no cocinan, no van a la compra... Notan un vacío y se hacen mayores de repente”, constata la educadora, quien incide en la importancia de la convivencia de los usuarios que cuentan con una red familiar escasa. “Algunos quedan a tomar un café con una sobrina o con alguna hija, pero el trato se mantiene en fechas puntuales. Son relaciones intermitentes y con poco apoyo presencial”, concluye.