Las pequeñas grandes victorias que se consiguen cada día en las asociaciones de mujeres son invisibles en los balances numéricos. ¿Cómo se mide que una mujer gitana a la que le aterra acudir al dentista vaya de la mano de una compañera o que un grupo de mujeres vulnerables acuda cada día a las formaciones cuando su mayor preocupación es cómo dar de comer a sus hijos? Detrás del incalculable impacto intangible de estos logros cotidianos hay mujeres que son voluntarias pero también militantes. Y son militantes pero también feministas. Con motivo del Día Internacional de la Mujer, cuatro de ellas comparten sus experiencias con Kontxi Claver, concejala de Igualdad, en un encuentro presenciado por DEIA. Todas tienen claro el poder de la ayuda comunitaria, que no nace hoy sino que viene de lejos. Ellas son porque otras fueron.

Oksana Demyanovych, Kontxi Claver, Yolanda Barona, Mari Carmen Jiménez y Carmen Gómez, charlando en Bilbao. OSKAR GONZÁLEZ

Sesgo de género

Las mujeres se asocian más que los hombres

“Hay un sesgo de género en el hecho de que la mujeres nos asociemos más”, afirma Yolanda Barona, integrante de la Fundación Bagabiltza, creada en 1988 para responder a las necesidades de aquellas mujeres que, después de hacer el grado escolar, planteaban que querían seguir formándose. De hecho, cita un estudio del Ayuntamiento de Bilbao que refleja que “las mujeres participan más en las asociaciones asistenciales y culturales mientras que los hombres entran cuando hay un interés económico”. Oksana Demyanovych, presidenta de la asociación Ucrania-Euskadi, evidencia cómo, no obstante, los hombres también se benefician “de la enorme contribución” que supone que, “aunque no se den cuenta, los niños y los mayores estén felices gracias al trabajo que se hace desde las asociaciones”.

Esta ucraniana que lleva casi 20 años en Bilbao, donde comenzó como voluntaria con la entidad que trabaja con niños de su país de origen, tiene claro por qué ocurre esto: “Es el reflejo del desprecio de la sociedad al trabajo voluntario. La experiencia que pueda tener otra persona como economista en una empresa no tiene por qué ser más valiosa que la mía como voluntaria”, reivindica Oksana, habituada a hacer malabares para compatibilizar su activismo con su trabajo en un hotel. Porque todas tienen claro que no es que tengan más tiempo que los hombres, sino que le quitan horas al sueño. “El problema de los horarios femeninos es que no hay horarios”, sostiene Barona.

Feministas ayer y hoy

Reconocimiento a las que fueron antes

Muy autocríticas, consideran que una de las razones por las que se ha invisibilizado la labor de estas entidades es porque no se ha puesto en valor por las mismas. Por eso, Yolanda Barona aboga por cambiar la manera de definirse. “Soy voluntaria pero también militante, porque estamos en la acción”, asevera al tiempo que muestra su disconformidad con las etiquetas que se les han impuesto: “Las asociaciones de mujeres no somos ‘las del anfiteatro’, como una vez nos llamaron”. Con más de 30 años de experiencia, Mari Carmen Jiménez, vicepresidenta de la asociación gitana Nevipen, ha sentido que en más de una ocasión se ha cuestionado su feminismo por parte de las generaciones más jóvenes o desde otros movimientos. “Suelo hablar del feministómetro, ¿cómo se mide lo feminista que eres?”, se pregunta esta educadora social, una de pocas habilitadas de Euskadi, ya que cuando comenzó su trayectoria no existía como carrera.

Por suerte, considera que la situación está cambiando. “Aludiendo a nuestras antecesoras, se están volviendo a recuperar aquellos diálogos de feminismo anteriores al mío. Yo no hubiera llegado aquí si no hubiera habido mujeres feministas anteriormente”, asevera Mari Carmen. En ese sentido, Yolanda apela no solo a las feministas de grandes nombres, sino a todas. “El año pasado tuve que dar una charla en un centro de día con mujeres en situación de dependencia. Les planteé a ver cuántas de ellas les habían dicho a sus hijas o nietas que estudiaran para no tener que depender de nadie. Levantaron la mano un montón de ellas. ‘Sois feministas’, les dije”, relata Yolanda, quien expone que, al término de la charla, una de ellas se acercó, “llorando”, para decirle: “Yo pensaba que solo mis nietas eran feministas”.

Ese reconocimiento llega este año, además, de la mano de las instituciones. “La declaración de Eudel mira a nuestras mujeres mayores referentes”, expone la concejala Kontxi Claver. “Hay diferentes olas, pero en un mismo mar. Lo que nos une a todas tiene que ser una misma causa, que es la igualdad, por la que tenemos que estar conectadas todas las mujeres”. Hoy se celebrará en el Salón Árabe del Ayuntamiento de Bilbao la lectura de esta declaración por parte de los ediles en presencia de representantes de todas las entidades de la villa que trabajan a favor de la igualdad.

Experiencias vitales

No juzgadas en las asociaciones

La peruana Carmen Gómez salió de su país a los 19 años. Desde entonces ha vivido en varios puntos del Estado. Cuando volvió hace dos años a Bilbao, donde ya había residido anteriormente durante siete años, estaba en una situación límite, con un hijo preadolescente y un recién nacido. “A través de la iglesia donde mi hijo hizo la primera comunión me pusieron en contacto con la Fundación Ellacuría”, relata Carmen, a quien alojaron, con sus hijos, con los jesuitas de Durango. “No tenía el empadronamiento y eran todo trámites burocráticos”, recuerda sobre aquella época en la que comenzó su relación con el grupo Torre de Babel de la fundación. “Voy todos los sábados, un día tenemos charlas, otros solo relajación y otros hablamos de leyes. Y hay un servicio de guardería”, explica esta madre soltera.

Su participación en el grupo es imprescindible para afrontar el día a día. “Te sientes escuchada y apoyada, sientes que puedes sacar todo lo que tienes e, incluso, ayudar a otras personas que se encuentran igual de vulnerables que tú”, expone Carmen, que acaba de terminar de estudiar para asistente sanitario en residencias y está en búsqueda activa de trabajo. “Es necesario saber a dónde ir, nadie sabe dónde encontrar ayuda o dónde están las asociaciones”, afirma. Oksana Demyanovych confirma esa percepción de desamparo: “Lo primero que hacen las mujeres migradas es intentar juntarse con sus paisanos”. En ese sentido, indica que es el “estrés emocional” lo que suele llevar al asociacionismo. “Porque nos sentimos comprendidas”, asevera.

“Y no juzgadas”, añade Barona, quien considera que “la administración da respuesta a las necesidades pero debería haber un fondo de recursos para orientar a la gente”. Así, expone que en alguna ocasión han detectado a una mujer víctima de violencia de género y la han derivado a otra organización. Hay contacto. “Nosotras no podemos saber de todo, pero podría ser una de las acciones que recogiera la Casa de las Mujeres”, sugiere, por su parte, Mari Carmen en relación al proyecto municipal que verá la luz durante este mandato. “Se va a trabajar desde el Consejo de Mujeres. Estamos buscando el lugar”, avanza al respecto Kontxi Claver, quien se define como “una firme defensora de lo comunitario”.

Con respecto a otros países

Una sociedad abierta y concienciada

Lo que Oksana Demyanovych ha encontrado en Bilbao, y en Euskadi, es una conciencia muy desarrollada de lo que supone ser mujer. “Salgo de un régimen completamente diferente. En los estados comunistas, en teoría, una mujer puede ser astronauta o albañil, y se supone que no hay diferencias. Cuando llegué aquí vi que sí las había”, expone la ucraniana, que trabaja en la acogida de mujeres de su país, ahora en guerra, para ayudarlas a comenzar de nuevo. “La sociedad vasca es muy abierta, existe un tejido asociativo muy diverso”, garantiza a través de una opinión que Carmen respalda.

“Mi hijo mayor sufrió mucho por el euskera y fue uno de los motivos por los que nos marchamos. Pero al final me dijo: ‘Mamá, estudio lo que sea, pero volvemos”, revela Carmen Gómez, quien incluso ha llegado a vivir un año en Alemania. También ha residido durante una larga temporada en Burgos y Madrid, donde llegó a crear un grupo de maternidad. “He visto las diferencias dentro del mismo país. Y prefiero mil veces más el País vasco”, indica con rotundidad. “Es la gente y la calidad de vida que hay aquí, cómo se cuida a los niños y a los mayores. Mi madre vino de visita, y tras estar en Toledo y Madrid, donde residen mis hermanas, dijo que cuando sea mayor quiere vivir en Bilbao”, relata.

Pero no todo son alabanzas. Mari Carmen Jiménez no puede evitar hacer alusión al racismo que aún padecen los suyos. “Según un estudio de Ikusbide, la comunidad gitana sigue siendo la más rechazada por encima de cualquier otra”, expone la vicepresidenta Nevipen, quien indica que no tiene un barómetro para medir si la situación es peor en Bilbao que en Valladolid. Lo que sí ha comprobado es que a quien más afecta a las mujeres: “Somos las que más salimos a la calle; a hacer la compra, a las piscinas municipales, al centro de salud... No son tópicos, somos las más estigmatizadas”.

Calcular lo intangible

Cuando la presencia ya es un logro

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Una de las líneas de trabajo que sigue la Fundación Bagabiltza son los “planes singulares, que están dirigidos a mujeres en situación de vulnerabilidad”. En palabras de Yolanda Barona, este programa permite que aquellas mujeres que no entran en otros circuitos puedan acceder a formaciones, siempre y cuando se manejen con el idioma. Ella dirige dos, en Sestao y Balmaseda, donde trabajan con mujeres migradas. “En el grupo de Balmaseda comenzaron siendo tres y acabaron siendo 18. ¿Sabéis cómo? A través de un grupo de cocina, porque querían aprender a cocinar platos de aquí”, desvela Yolanda.

“La administración tiene que dar cuenta de las subvenciones que otorga, pero cuando estás hablando de procesos vitales, ¿cómo se mide el impacto?”, se pregunta. Oksana puntualiza que, en muchos casos, “la presencia ya es un logro”. En ese sentido, Kontxi Claver indica que es “fundamental” que “la técnica que hace el seguimiento del proyecto vaya a conocerlo”. Porque la sororidad no se puede calcular con los mismos criterios que los balances de cuentas de las empresas. Mari Carmen menciona como anécdota uno de tantos éxitos que no figuran en los informes: “Había una mujer gitana que no había forma de que acudiera al dentista por miedo. Su familia se había ofrecido muchas veces pero no había manera. Se trató en un grupo y una compañera consiguió convencerla”. Todas ellas reivindican la importancia de estas victorias cotidianas. En las asociaciones las conocen bien.