“Ven, guapa, ¡te follo!”. Lindezas como estas son las que escucha “casi a diario” Alazne Astorga, una vecina de Zorrotzaurre, por parte de personas que habitan algunos de los edificios abandonados de la isla. “Vivo en la última casa de la Ribera, y volver a casa se ha convertido en un deporte de riesgo”, afirma esta bilbaina de 25 años, a la que no le queda más remedio que tener ojos en la nuca cuando debe realizar el trayecto hasta su domicilio, plagado de puntos negros. La realidad que evidencia esta joven no es un hecho aislado, sino que los vecinos de la zona se han unido para denunciar una situación que es “insufrible” debido a los robos violentos y a las agresiones verbales que se han recrudecido desde este verano. Así lo describe Unai Pérez, miembro de la Asociación Vecinal de la Ribera de Deusto y Zorrotzaurre, desde donde han solicitado al Ayuntamiento que derribe los pabellones en desuso del barrio donde residen las personas que están generando esta sensación de inseguridad. 

“Desde este verano, sobre todo, hay una serie de problemas de convivencia bastante graves”, explica Unai Pérez, quien indica que cada semana pasan un “parte de guerra” con todas las incidencias de las que tienen constancia en la isla, donde residen 340 vecinos. Sin embargo, en los edificios abandonados habitan alrededor de 80 personas. “Eso supone que el 22% de las personas viven en una situación extrema de exclusión social”, asevera sobre una población que se ha duplicado en los últimos años. “Ya en 2008 pedimos a la comisión gestora y al Ayuntamiento que tomara cartas en el asunto y tirara los edificios que no se iban a quedar”, expone el miembro de la asociación vecinal. La división de la isla por zonas hizo que se empezara por una mitad. De ahí el derribo de los pabellones de Vicinay, entre otros. Sin embargo, Pérez constata que la otra mitad de la isla ha quedado para una segunda fase, “lo que está suponiendo un problema”.

Desde la asociación explican que el martes de la semana pasada se reunieron con representantes de varias áreas del Consistorio, a los que trasladaron su inquietud. “Llevamos 15 años con este asunto y les hemos pedido fechas. Nos dijeron que no podían especificarnos cuánto tiempo podían quedarse esos pabellones como están. Tienen unos plazos muy concretos para la reparcelación de la fase dos pero para nosotros es demasiado tiempo”, expone Unai Pérez como portavoz de la asociación desde la que solicitan el derribo o la reutilización temporal de aquellos pabellones, naves o solares que se encuentren o vayan quedando en desuso, así como la readecuación para su reutilización temporal o, al menos, de digna conservación, de aquellos que vayan a ser preservados.

“Estos dos meses han sido insufribles y vemos que esto no va a bajar. Puede pasar algo grave”

Unai Pérez - Miembro de la Asociación Vecinal

“Estos dos últimos meses han sido insufribles y vemos que esto no va a bajar. Puede pasar algo grave”, afirma Pérez, quien expone que a menudo se registran incendios en los edificios porque se hacen fuegos dentro y cada vez son más habituales los robos con violencia en domicilios y locales por parte de delincuentes que portan navajas. “La Policía Municipal nos dijo que el último mes hubo 11 denuncias o situaciones de alerta. Eso sin incluir las de la Ertzaintza. En una población de 340 habitantes es una barbaridad. Cada dos días nos enteramos de algún incidente, porque conocemos a la gente que los denuncia”, añade este vecino del barrio, quien concreta que no quieren estigmatizar al colectivo de personas sin hogar. “Hay mucha gente asentada que se dedica a la chatarra y no crea ningún problema, pero también hay gente de paso, y normalmente son los que generan conflictos. La solución no es solo policial”, considera Pérez.

A través de un comunicado, la asociación vecinal ha conseguido que agentes culturales y sociales como Espacio Open, Pabellón 6 o IED Kunsthal se unan a la petición que firman negocios de hostelería o de otra índole para atajar la situación. “Crece nuestra situación de estar habitando un barrio que se viene utilizando como trastero de la ciudad”, exponen en el comunicado, donde buscan “medidas no solo punitivas para hacer frente al grave problema de seguridad” del barrio. De hecho, Unai Pérez arguye que es la desigualdad la que conlleva la inseguridad. “Esa gente está en una situación pésima, pero no puede recaer sobre el barrio la responsabilidad”, agrega.

Intimidación a mujeres

“Voy con las llaves en la mano, sin música y mirando todo el rato hacia atrás”

Alazne Astorga - Vecina de Zorrotzaurre

Desde algún negocio del barrio reconocen, sin querer identificarse, que en los últimos meses les han entrado a robar varias veces. Quien no tiene reparos a la hora de hablar de la situación que padece desde hace diez años es Alazne Astorga. “Llevo soportando comentarios en la calle desde que tengo 15 años”, expone esta joven, que aunque en ese tiempo ha aprendido a contestar a los hombres que la increpan sigue sin conseguir realizar el trayecto a casa con tranquilidad. “Voy con las llaves en la mano, sin música y mirando todo el rato hacia atrás”, explica la joven, que hace unos años tuvo que quitarse de encima a dos hombres que la apoyaron contra una pared después de aparcar su vehículo a 50 metros de su domicilio. “Por suerte mi aita me escuchó, salió a la ventana, se puso a gritar como un loco y se fueron. No sé qué podría haber ocurrido”, revela. 

“Ni en San Francisco me ha pasado esto. Están aislando tanto el barrio y hay zonas tan oscuras, en las que no te puede escuchar nadie, que el miedo aumenta. Te sientes sola en todos los sentidos”, añade la joven, que apunta que esto ocurre a todas las mujeres que frecuentan el barrio, hasta a las niñas de 13 años. A Nerea Martínez, una mujer que trabaja en Zorrotzaurre, le sucedió el pasado viernes. “Un hombre me paró para preguntarme la hora. De muy malas formas me dijo que no le tuviera miedo. Que trabaja en la construcción y que gana 3.000 euros al mes. Pero no tenía ningún diente”, relata esta mujer sobre la actitud intimidante de este sujeto, que le consta que posteriormente fue detenido por otro suceso. “Nos dijeron que si nos ocurría algo llamáramos a los municipales. Sin embargo, cuando llamé me dijeron que tenía que poner una denuncia”, expone Martínez sobre esta realidad sobre la que no basta con dar la voz de alarma.