En junio de hace un año DEIA reveló que alguien estaba tallando troncos de árboles en la senda Potongo a la altura de los túneles de Ugasko, donde Deusto asciende hacia Artxanda. Aparecieron entonces un mochuelo labrado en la madera, un cocodrilo y un par de cabezas de búfalo o buey. Estaban trabajadas con gubias y azuela y sin rastros de pintura.

DEIA localizó a su autor. Un vecino de Deusto, jubilado, de 70 años en aquel momento, y alumno de la escultora Amaya Conde. Defensor del anonimato, el tallista aseguró entonces que dedicaba ratos libres “en diferentes momentos del día”, como otras personas salen “a pasear o a tomar un vino, yo vengo aquí con la herramienta; lo he estado haciendo por satisfacción personal, para practicar y también por desfogarme un poco”.

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Se busca artista en Artxanda Deia

Ha continuado dedicado a la labor. Y ha añadido nuevas figuras, como cabezas de antílopes y búfalos enfrentados, serpientes que asoman entre el follaje o descienden de los árboles y la enorme cabeza de un genio del bosque esculpida sobre un tocón cuyas raíces quedan a la vista.

Las nuevas obras suman una característica a las conocidas hace un año: la policromía. El artista sin nombre ha aportado pigmentos blancos, verdes, negros y ocres que consiguen que sus creaciones ganen definición e impacto.

Un vecino de Deusto, jubilado, de 70 años y alumno de la escultora Amaya Conde es el artista sin nombre de estas obras

Ahora, ese rincón de bosque en tránsito al hormigón y al asfalto, muy próximo a la Universidad de Deusto y el Edificio Plaza, ofrece un aspecto mágico. Como si se tratara del lugar de culto de una primitiva tribu que mantiene sus ritos entre los túneles y la colina de Artxanda. Se escucha la ciudad, con sus bocinas, zumbidos y lamento de los motores, pero la vista evoca un hallazgo propio de expedición antropológica. Es una experiencia onírica.

Por si esto fuera poco, atraviesan el lugar ciclistas de montaña, con sus máscaras, cascos y rodilleras, que descienden por los senderos, casi siempre rodando a toda velocidad, y, a menudo, volando, lo que aumenta el contraste.

En enero de 2022, el autor comenzó su tarea. El lugar le ofrecía la madera al alcance de la mano y, sobre todo “unas condiciones de sosiego y tranquilidad difíciles de mejorar. Se nos suele olvidar que la naturaleza nos lo da todo: aire, madera, piedra y paz”, explicó. No ha parado desde entonces. Ha aumentado la colección de su taller al aire libre de acceso abierto. Y la ha mejorado.

Este jardín de Bomarzo bilbaino sigue vivo y creciendo. La intención del autor es hacer más agradable este recorrido

No solo eso, si no que ha facilitado su localización. Hasta no hace tanto era preciso probar entre los senderos que se abren hacia arriba desde el asfalto de la carretera de Ugasko. Ahora, dos árboles artísticamente policromados señalan el lugar correcto desde el que internarse en lo silvestre para ir descubriendo las esculturas.

De momento este modesto Jardín de Bomarzo bilbaino sigue vivo y creciendo. El año pasado su autor no le dio importancia más allá de que le enorgullece “contribuir a hacer más agradable el recorrido de las personas que pasean por aquí”. Lo está logrando.