En realidad nunca ha tenido nombre, al menos oficialmente. Ningún cartel en la entrada anuncia que se trata de un bar, pero si se le conoce como El Palas, será por algo. La bodeguilla más auténtica de la capital vizcaina afronta sus últimos meses de actividad con la misma idea de siempre. Sus propietarias, Jone y Marian Vallejo cuentan ya los días para dar la bienvenida a una nueva etapa en sus vidas; la de la jubilación. Se encuentran “con pena pero muy felices”.
Han sido muchos años al frente de esta pequeña bodega y “la hostelería es muy dura, nos hacemos mayores y tenemos ganas de descansar”, cuentan a DEIA a pocos meses del cierre definitivo. Eso, si nadie se hace cargo del negocio, porque “nosotras no tenemos relevo, la familia ya tiene otros trabajos y por ahora no hay relevo”.
EL ENCANTO DE LO CLÁSICO
Entrar en El Palas es como viajar en el tiempo: “No hemos tocado nada, en todos estos años lo único que se ha renovado son los baños”. Eso se nota en el suelo, de baldosa, clásico, acogedor. Pero sobre todo se nota en la barra, desgastada por los miles y miles de codos apoyados en ella y los miles y miles de porrones servidos sobre ella. Otro rasgo inconfundible y característico de la bodeguilla son las barricas de vino ubicadas en la zona de la barra, de las que Jone y Marian cogen el vino para rellenar los porrones, también un clásico del local.
Y hablando de clásicos, debe haber poca gente en Bilbao que no se haya comido uno de sus bocadillos de bonito con pimientos, desde primera hora de la mañana hasta el cierre, los parroquianos y los no tan habituales dan buena cuenta de ese bocado y otros bocadillos clásicos, como el bonito con divisa, sardinillas, etc. que entran de maravilla con un vino o una cerveza bien fría. Lo más simple es muchas veces extraordinario, un diez, un bocadillo y un trago que recuerdas siempre.
Pero que no se preocupe la gente, que “también tenemos vasos”, comentan sus propietarias con una sonrisa. Todavía quedan unos meses para disfrutar de El Palas, pero “la clientela está con mucha pena”. No hay vuelta atrás, Bilbao pierde este año uno de esos locales que, sin hacer mucho ruido, forma ya parte de la vida de muchas personas. Tal es así que, a modo de anécdota, Jone cuenta que “tenemos unos clientes que se conocieron aquí de jóvenes, se hicieron novios y ahora vienen al bar con sus nietos”, lo que es significativo en relación a la fiel clientela. “Hemos tenido mucha suerte con la gente, ha sido muy fiel y eso es de agradecer”.
CIERRE DE UN NEGOCIO FAMILIAR
Ahora son muchos los recuerdos, muchas las historias que les vienen a la cabeza. Dejar algo que te ha acompañado durante tantos años, aunque sea un trabajo duro no es sencillo. Y menos aún cuando “hemos hecho tantas amistades, hay gente que se ha convertido en amigos, en amistades muy cercanas”, cuentan. Pero es todavía más difícil cerrar las puertas de un negocio familiar, de aquello que comenzó con el esfuerzo y la ilusión de, en este caso, su padre y sus tíos.
Ahora imaginan las horas que ellos pasaron aquí, también todas las que han pasado ellas detrás de la barra, alegrando mañanas y tardes a tanta gente que ha visitado su bodeguilla. Aquella aventura que ha durado 73 años comenzó un 2 de enero de 1950. “Ese día de 2024 haríamos 74 años exactos, pero lo vamos a dejar con 73 y pico, casi 74”, ríen. Y es que “no queremos empezar un nuevo año fiscal”, comentan entre risas.
Para Jone ha sido toda una vida tras la barra. “Yo empecé con 19 años y llevo 44 trabajando aquí”, explica. En el caso de Marian han sido 19 años trabajando en El Palas. “Yo vine una vez que se hizo cargo del negocio mi hermana”. La jubilación la van a coger con ganas, porque “este trabajo es muy duro, unas 16 horas diarias y antes trabajábamos de lunes a domingo”. Hace unos diez años que ya “cerramos los fines de semana para poder descansar”.
CLIENTELA
El Palas ha tenido siempre una clientela muy fiel, pero también ha ido ganando adeptos durante estos años. Es el caso de la gente joven, que "se ha animado, les gusta contar con locales clásicos y sí que hemos notado que viene gente joven a tomar algo". Pero además, en estos últimos años, "hemos notado un aumento de turistas, los guías les traen como si esto fuera un museo, les gusta tomar un vino en porrón y ver el local, alucinan", cuentan. Quien no haya visitado esta bodega tiene aún unos meses para hacerlo. Es muy recomendable. Pero un aviso, engancha bastante.