La corrida de ayer

  • Ganadería. Toros de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto, de buena presencia y juego dispar y desigual.
  • Morante de la Puebla, de puro habano y nata motada. Estocada habilidosa (ovación). Media habilidosa (silencio).
  • Alejandro Talavante, de azul oscuro casi negro y oro. Estocada tendida y descabello (oreja). Estocada desprendida (silencio).
  • Paco Ureña, de tabaco y oro. Tremendo volapié (oreja con petición de la segunda). Estocada desprendida (oreja).

Era aquella que pisaba Misterio, un toro de manso genio y malas pulgas, tierra de fuego, los confines de la civilización. Uno de esos paisajes que hoy sobrecogen y antaño atemorizaban porque se pensaba que allí acaba el mundo conocido. Y fue allí, en ese paraje incierto, donde– ¡tictac, tictac!– comenzó a latir con la fuerza de una copiosa cascada salvaje el corazón de Paco Ureña. Comenzó su travesía el diestro doblándose por bajo, genuflexo, mientras el toro era pura furia, rabioso al sentirse sometido mientras Paco exponía un quintal en su colocación y otro tanto en el aguante en pie por mucho que soplasen terribles vientos del norte. Una tras otra, las tandas series encadenadas rociaban de escalofríos Vista Alegre: en ocasiones porque el hombre se jugaba la vida ante aquel pasar violento el toro, sin una sola intención de embestir por derecho y salirse de los vuelos; en otras más serenas y trazadas incluso con un punto de orgullo conquistador. Le había sometido el toro a un trágala al torero pero éste, hecho un tigre de las nieves, obligó a claudicar al toro cuando ya se sentía vencido. No se rindió con facilidad. Dejó de lanzar aquellas “dentelladas secas y calientes” de las que hablaba el poeta.

¿Ya estaba todo dicho? Ni hablar. Paco entró a matar jugándose la vida en un volapié propio del Hollywood del toreo y fue cogido feo en el embroque. Ante tanta verdad la oreja era incontestable. Vista Alegre, estremecido, pidió con fuerza la segunda. Parecía clamar venganza ante un toro que jamás quiso entregarse a la aventura.

Para entonces ya habían pasado cosas agradables en una tarde donde los toros del Puerto de San Lorenzo y La ventana del Puerto ofrecieron desiguales juegos. La tarde llegó con retraso a su cita con el reloj (hubo que esperar 15 minutos a la llegada de Talavante, recambio de última hora de Roca Rey, obligado por la medicina a un descanso forzoso...) y se había abierto en flor con unas verónicas de compás y caderas caribeñas de Morante de la Puebla. Morante, con fe, apostó por el toro y sacó de su baúl muletazos de manos bajas y altas inspiraciones en una faena a la que el toro añadió tanta bravura como cortedad en sus viajes. Un pellizco por aquí, dos tandas de orfebrería por allá, y un broche al natural para chuparse los dedos. Delicatessen. En el cuarto, como quiera que el toro no quiso, Morante tampoco.

En un puro casi se movió Alejandro Talavante en el noble segundo, un aristócrata templado y medido de una bravura suficiente con el que Talavante toreó con trazos limpios, ligazón y templanza, como no queriendo gastar al toro. Cuando parecía la hora del ¡ya! era tarde y todo se quedó en una oreja en onda corta. Más altura tuvo la faena del cierre de la tarde, con Ureña embravecido en un de menos a más que remató con naturales de compás abierto, un broche por abajo coreado de olés y una estocada con tanta verdad como desvío.

La corrida de hoy

  • Ganadería. Los toros de Santiago Domecq regresan a Vista Alegre 13 años después con impresionantes presencia y hechuras.
  • Antonio Ferrera. Un gladiador en la arena que acostumbra a pisar el ruedo de Vista Alegre.
  • José Garrido. Desde aquella encerrona con seis novillos de El Parralejo en la que cortó seis orejas, Vista Alegre le ama.
  • Leo Valadez Debuta en Bilbao la sensación mexicana.