UE la suya una vida trepidante, una continua lucha por lel ser humano y sus derechos. Jon Sobrino entró en la Compañía de Jesús en aquellos fulgurantes años cincuenta del pasado siglo, cuando las vocaciones estaban disparadas. Pronto sus superiores jesuitas le destinaron a él y a otros varios vascos a Centroamérica. Allí se encontraron con una Compañía de Jesús con una fuerte presencia y dedicada, sobre todo, a la educación de los hijos de las élites privilegiadas.

Consigo llevaron el cambio. Y cómo. Si los jesuitas fueron decisivos en la renovación de la Iglesia católica al hilo del Concilio Vaticano II la provincia centroamericana de la Compañía fue la avanzadilla del cambio interior de la propia orden. Eran muchos vascos, bien preparados, y unidos, que fueron evolucionando por fidelidad a la realidad que les tocó vivir. Nacía la teología de la liberación.

Su aportación fue decisiva en la famosa Congregación General XXXII de la Compañía, donde se acuñó la divisa sobre la fe y la justicia. Así fue como Jon Cortina y sus compañeros llegaron a una identificación singular con el pueblo salvadoreño. Había estudiadoTeología en Francfort, como Jon Sobrino y, también como él, posteriormente, Ingeniería en Estados Unidos. Su tesis versó sobre los movimientos sísmicos, precisamente porque suponían un grave problema en El Salvador, un país con 25 volcanes.

Tras dos años como profesor en la Escuela de Caminos en Madrid se trasladó a El Salvador en 1955, y trabajó en la construcción de puentes, pozos y carreteras, además de su trabajo pastoral y de denuncia de violaciones de derechos humanos, en el que colaboró con el también jesuita Rutilio Grande. Cuando Grande fue asesinado en 1977, el arzobispo Óscar Romero encomendó al padre Jon que le sucediera en la parroquia de Aguilares. También impartió clases de Ingeniería en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Desde esta universidad, varios profesores, como el propio Cortina, Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría reclamaban justicia para El Salvador y otros pueblos de Centroamérica. Su mensaje molestaba a sectores del poder y el 16 de noviembre de 1989, un grupo de 26 militares salvadoreños entró en la UCA y mató a seis jesuitas -Ellacuría entre ellos- a una empleada y a la hija de esta. Dos de los jesuitas del grupo sobrevivieron: Sobrino se hallaba en Asia, y Cortina en Chalatenango, ya que desde esa década de los ochenta vivía en la pequeña comunidad de Guarjila. Se había desligado de la intelectualidad y vivía apegado al pueblo. En un primer momento se pensó que Cortina también había sido asesinado; y él mismo pudo oír su nombre en la lista de bajas cuando escuchó la noticia en la radio a la mañana siguiente.

El asesinato de sus compañeros no hizo que Jon Cortina abandonara el trabajo en favor de los derechos humanos. Acabada la guerra, Jon se puso a documentar, junto con Ralph Sprenkels, un investigador de derechos humanos holandés, el problema de los secuestros de niños que militares y policías habían cometido durante el conflicto armado. En 1994, Cortina fundó la Asociación Pro Búsqueda de Niños, junto con la licenciada Mirna Perla de Anaya, Ralph Sprenkels, Dorothee Molders y los familiares de niños desaparecidos Magdalena Ramos, Francisca Dubón y Francisco Abrego. Cortina llegó a ser presidente de la Asociación. Jon solo volvió a la universidad esporádicamente. Siguió viviendo en Chalatenango con los campesinos y logró resolver más de 300 casos. El 27 de noviembre de 2005 sufrió un derrame cerebral mientras se encontraba en Guatemala. Fue ingresado pero no superó la afección y murió semanas después. Su vida había dejado huella.

Jon Cortina, junto a otros jesuitas vascos, llegó a Centroamérica y abrió camino hacia la teología de la liberación

Se le dio por muerto en el atentado en la UCA donde mataron a Ellacuría pero él ya no vivía allí, lo hacía con los campesinos