UVO más palabra que voz, más nombre como maestro de canto lírico que como voz cantante sobre el escenario. Alberto de Gorostiaga e Ipiña, vino al mundo en Bilbao, el 8 de abril de 1880, como se venía entonces, esto es, en la casa de sus padres ubicada en el segundo piso del número 32 de la calle de San Francisco. Su padre era hombre de buena posición que construyó varios inmuebles en la zona y que ostentó el cargo de concejal en el Ayuntamiento de Bilbao. ¿Y su hijo Alberto? Nada que ver con esa plácida vida. Pasen, pasen y lean.
Alberto estudió en el Instituto Vizcaino, donde se mostró más aplicado en cuestiones artísticas que en las académicas, lo que no se veía con buenos ojos en el ámbito familiar. Su vida estaba más presente en las tertulias y en los teatros que en la llamada actividad productiva. El 19 de enero de 1899 contrajo matrimonio con Adela de Lezama y Ortiz de Luna mientras empezaba a rondarle por la cabeza la idea de dedicarse al canto lírico. Poco duró el matrimonio.
Ya divorciado, el joven Alberto pone tierra de por medio. Se va a Barcelona y de allí a Milán donde se enrola en una compañía de ópera italiana, cuya cabeza más visible era un tenor apellidado Ventura. A partir de ese momento nace el nombre artístico: Alberti. De 1901 a 1903 recorre diversos países, encarnando sucesivos personajes en los que su voz, ni por timbre, ni por volumen, es cosa del otro mundo. Sin embargo, sus recursos técnicos resultan sorprendentes. Tanto que se permite el lujo de hacerle observaciones al propio Ventura, con resultados sorprendentes para el interesado, hasta el punto de que éste le devolverá el consejo: "No creo que usted tenga futuro sobre un escenario, pero considere la posibilidad de enseñar a cantar". Decidió hacerle caso.
Gorostiaga se establece en París en 1903. Su don de gentes y su capacidad para relacionarse le llevan a abrir una academia de canto, instalada en un estudio próximo a la fábrica Peugeot. Alterna su trabajo con la presidencia de la Casa de España y con sus gestiones en el Aero Club Francés, que había fundado.
Bilbao le tira y Alberto regresa. Hacia 1913 forma empresa con dos de sus más íntimos amigos, Blas y Luis de Otero. Una de las primeras gestiones de Gorostiaga en este empeño fue contratar a Enrico Caruso para que cantara en Bilbao, en 1914. El estallido de la Gran Guerra impidió que los bilbainos pudieran escuchar, en vivo y en directo, al napolitano. Sin embargo trajo a voces portentosas hasta el Arriaga. Alberto va y viene de Bilbao a París y allí se hace con una discípula desconocida, Lily Pons, que le sorprende. A él y a dos nombres de la época: María Gay y Giovanni Zenatello. De su mano la ruiseñor de Cannes y llega a Nueva York, en 1929, para que la escuchara, en el MET, Gatti Casazza que la contrató inmediatamente. Reinó durante dos décadas en el Metropolitan Opera House.
Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Gorostiaga se traslada a Hollywood, contratado por la RKO, la Universal y la Warner, para que enseñara técnica de canto a varias de sus estrellas. Triunfa en Nueva York y en París pero le tiran las raíces. Viaja cada año a Bilbao donde dispone de una suite en el Hotel Carlton para atender a sus alumnos. Allí conoce a la mezzosoprano bilbaina Lidia Ibarrondo, que se convertirá muy pronto en su pareja sentimental. Logró llevarla hasta los escenarios neoyorquinos. Al acceder Eisenhower a la presidencia de los Estados Unidos, en 1953, Lily Pons, acompañada por su maestro Alberti de Gorostiaga, cantan en la función de gala en su honor. Sintiéndose cansado y enfermo, decide regresar a morir a Bilbao, donde pasó los últimos días de su vida en el Hotel Carlton.
Con la voz de su discípula Lyly Pons conquistó durante dos décadas, el Metropolitan Opera House de Nueva York
Entró en la ópera como cantante y salió de ella para acreditarse como uno de los mejores maestros de canto de su época