¿Qué supone ser obispo de Bilbao?

—Un desafío. Primero, te obliga a resituarte. Sabes que tienes una responsabilidad mayor que la que has tenido hasta ahora, pero no significa que estés solo. Aquí hay mucha gente, que tiene muchas capacidades y con ellas hay que construir lo que sea. Siempre he estado en parroquias, pero las responsabilidades que he tenido han sido crecientes. Lo último fue dirigir un hospital de la diócesis de Bilbao en Dubamba. Eso me obligó a hacer algo de lo que no sabía nada. Allí no había una opción mejor, y yo tenía una cierta experiencia de gestión y estuvimos intentando hacerlo bien. Fui también responsable de Cáritas Bizkaia, una institución que tiene diez personas trabajando y un presupuesto de 13 millones de euros, que es un presupuesto anual considerable. Poco a poco vas aprendiendo. De hecho, en un momento determinado me había tocado estudiar Economía y no sabía para qué. Después he descubierto que es una especie de capacidad que no se da mucho en la Iglesia entre los clérigos, no porque tengas que tomar las decisiones económicas, pero la formación económica en la gestión te ayuda.

La Iglesia vasca ha tenido fuerte implicación política en algunos momentos. ¿Ha habido cierto recelo a nombrar un obispo vasco?

—Claro, y eso tiene que ver también con la idea de que ninguno de nosotros lo pensábamos. En este momento las cosas están bastante cambiadas. Hay un momento, sobre todo hace treinta años, en el que ser obispo de San Sebastián necesariamente te metía en una arena política muy complicada en la que te iban a dar por un lado y por otro. Eso reflejaba un poco el contexto de crispación al que había sometido la violencia de ETA a la sociedad vasca. Luego, había también un contexto político bastante más tenso. La Iglesia inevitablemente estaba metida en este asunto. Además, había una presencia social más considerable y más fuerte de la que tiene ahora. Por un lado, la Iglesia pasa a un segundo plano como protagonista y, en segundo lugar, estamos en la Comunidad Autónoma Vasca, en un contexto político y social de bastante serenidad en contraste con el que puede existir en Catalunya, pero también en Madrid donde hay políticas de confrontación abierta y dura. Aquí las cosas están, en ese sentido, bastante más tranquilas y en ese contexto la Iglesia sencillamente ocupa un papel diferente y se centra más en la identidad de lo que debe de promover. Estoy muy tranquilo de que no me haya tocado una diócesis con los niveles de politización como puede existir en otros sitios o aquí en otros momentos.

¿Cuál es el trabajo de un obispo?

—Podría dar una contestación teológica, pero seguramente no es lo que espera. En principio el obispo es la persona que tiene la responsabilidad de mantener unida a una comunidad en una iglesia local y que luego tiene que animar a la gente a hacer el trabajo que tiene que hacer la Iglesia. Tradicionalmente, la transmisión de la fe la han hecho nuestros padres, se ha hecho en parroquias, en colegios. Pero ahora estamos en una situación en la que la cadena de la transmisión de la fe a través de las familias se ha roto, ya no existe. Ese es el desafío más importante que han tenido los obispos anteriores y que voy a tener yo. La Iglesia va a ir progresivamente en un camino de hacerse más minoritaria, pero yo tengo la confianza de que ese proceso de hacerse más pequeña vaya acompañado por un aumento de la identidad. Eso quiere decir que conozcamos mejor cuál es la propuesta del evangelio, obremos mejor, recemos mejor, celebremos la fe mejor y que de alguna forma vivamos con un sentimiento de generosidad, poniendo las cualidades y los medios que tenemos al servicio del conjunto de la sociedad.

¿Cuándo le surgió la vocación de ser sacerdote?

—Cada historia es diferente. La mía es que estudiaba en Escolapios y con 17 años decidí matricularme en la Comercial de Deusto. Vino Juan Mari Uriarte en ese momento a dar unas charlas a mi clase y al final preguntó quién estaría dispuesto a ser cura. Levantamos tres la mano y entramos los tres en el Seminario, aunque los otros dos no se ordenaron. Parte de esto tiene mucho que ver con todo un contexto, un background en mi familia, en la que tanto ama como amama han sido profundamente creyentes y de una forma no impositiva para nada, pero sí muy inspiradora. Eran dos mujeres con un montón de cualidades muy fuertes, reconocidas, no solo por mí, sino por la gente que las conoció.

Hay temas sociales controvertidos, por ejemplo, la eutanasia. ¿Cómo se acoge en el seno de la Iglesia?

—Tengo respeto por el proceso político. Yo no voy a decir nada sobre cómo se han hecho las cosas. En un momento determinado el Parlamento la ha aprobado y ya está. No voy a ir contra la gente que defiende eso. Tengo bastante que hacer si es que tengo que demostrar que estoy convencido de otra cosa. Y, además, no solo yo. En la comunidad cristiana hay otra forma de afrontar la muerte, que no es crítica con nadie sino que es diferente. Tenemos una gran confianza en que, con los paliativos, podemos evitar el sufrimiento innecesario. En ese sentido es un paso muy significativo desde el punto de vista de que no sabemos qué consecuencias puede tener el hecho de que los médicos en un momento determinado puedan decidir, respetando incluso la objeción de conciencia, como respetan, que también su papel en un momento dado pueda ser dar una inyección letal. Eso es una novedad y en ese sentido intentamos defender lo que han sido convicciones profundas.

¿La Iglesia no cambia?

—Algunas cosas tenemos que cambiar, pero en otras necesariamente no tenemos por qué hacerlo. Hay cambios que se han producido en la historia de la humanidad que han sido buenos, pero otros no tanto. Y el hecho de que la mayoría de la gente haya apoyado, por ejemplo, a un determinado político que luego ha resultado ser un desastre cuestiona que la mayoría de votos a veces pueden marcar una buena orientación y otras no.

¿El catolicismo está en declive?

—El catolicismo no está en declive en el mundo. Lo está en Europa y está sometido a importantes presiones. La sociedad europea vive una profunda y rápida transformación y los retos son muchos. Es un continente que, en lo que se refiere a las religiones, es específico. Piense lo que está pasando en el mundo. La religión no está en declive en el mundo, al contrario. Se está convirtiendo en una fuerza muy importante en muchos sitios. En estados Unidos es mucho más importante toda la historia de los abusos y cómo lo ha percibido la gente que el hecho de que la fe deje de ser relevante en sus vidas. Los norteamericanos no conciben su vida sin una dimensión religiosa. Esto aquí no es así. La mayoría de la gente en Bilbao de 60 o 50 años para abajo considera que la fe no le aporta nada. Pero no la fe católica, ninguna fe. Ningún vasco se está pasando de la Iglesia católica a la protestante porque allí se reconozca este u otro aspecto. Sencillamente no valoran la fe. Creen que pueden vivir autónomamente, no creen en la oración ni que haya ningún ser al otro lado que me vaya a escuchar o entender... Eso es lo que piensa la gente de aquí. Esto es absolutamente peculiar de Europa y la gente no se da cuenta de ello. Y algunos que sí se dan cuenta piensan que Europa está más avanzada y que los demás continentes van a ir detrás. ¡Nueva versión del eurocentrismo tan interesante! Por supuesto, nosotros no estamos por encima de nadie, pero nos permitimos pensar que hay determinadas cosas que la gente va a ir superando. Esto es una visión muy extendida aquí, pero creo que el tiempo pondrá bajo mucha presión.

¿Qué se puede hacer para recuperar la presencia de la Iglesia y la fe?

—Olvidémonos de que vamos a volver a una posición anterior y a tener la posición que tenía la Iglesia antes de la transición en España, como agente político. Eso ya no vuelve. ¿Qué se puede hacer? Pues cambiar el chip. Concentrarse en trabajar y vivir la fe en las personas que la viven como un valor. Es interesante y la gente de la calle tampoco es consciente de lo que va a pasar en la comunidad social de Bizkaia. Los vasquitos y neskitas tienen los hijos que tienen. ¿Qué va a pasar de aquí a dentro de cincuenta años? Va a cambiar radicalmente el panorama de lo que ha sido una sociedad bastante identificada, identitaria, con una sociedad tremendamente plural. Y esos que vienen, para todos esos, la fe es mucho más importante. El hecho de que los jóvenes que vengan, hijos de emigrantes, pierdan la fe, no significa que no la van a recuperar porque vienen de otra cultura y otras tradiciones. Antes o después los problemas en la vida vienen, y las decepciones, y la necesidad de dar sentido a cosas que te van a pasar. Y antes o después, la gente va a decir: "Quizá en el Evangelio hay una respuesta interesante que yo quiero recuperar".

¿Como acoge la Iglesia a nuevas identidades, como el colectivo LGTBIQ+?

—Aquí tenemos un grupo de creyentes que son gais que se reúnen y hasta ahora no he podido tener relación con ellos, pero están acompañados por una persona y cuando les venga bien quiero tener un encuentro. Es decir, está toda la dimensión de acogida, que es fundamental y quizá no se ha cuidado. Eso tiene que ver también con el hecho de que somos hijos de una determinada cultura. Ahora todo el mundo ha descubierto la identidad diferente y el respeto a la identidad, pero una generación atrás, para nuestros padres y abuelos este asunto era difícil de entender. Eso ha generado muchísimo sufrimiento en las personas. En ese sentido ahora el contexto es muchísimo más cuidadoso y respetuoso y más atento al sufrimiento que se pueda ver. Otra cosa es que haya determinados elementos en este asunto en los que la diócesis de Bilbao no va a dar pasos porque no están suficientemente contrastados. La idea de que el mundo es grande es importante y formamos parte de un mundo global.

¿Cree que la Iglesia ha sido rotunda en la condena de los casos de pederastia?

—Si tengo que asumir como responsabilidad mía lo que otros han hecho, diría que no. Ha habido situaciones en las que se ha deducido que las cosas no estaban demostradas, que no se puede juzgar a las personas antes de que haya pruebas y es muy difícil que haya pruebas cuando al final te encuentras con el testimonio de una víctima o una víctima potencial y el testimonio de una persona que es acusada. Personalmente creo que la clave para dar un cambio es tomar muy en serio a las víctimas. La palabra de las víctimas, en principio, no tiene que ponerse bajo sospecha. Y la palabra de las personas que han sufrido abusos ni se me ocurre, salvo que una persona no esté bien, que se invente una cosa así. Las personas que vienen con confianza a decirte algo que ha sido una experiencia muy fuerte en su vida tienen que sentir que han encontrado respaldo y oído atento. Y no solo eso, sino que además se ha actuado para esclarecer todo lo que haya que esclarecer. Así que no creo que se ha hecho todo lo que se debería. Pero está cambiando muy rápidamente todo eso. Y sinceramente sé cómo debemos proceder. En esta casa se tiene claro que en cuanto tengamos alguna noticia de algún posible abuso hay que ir inmediatamente a Fiscalía. Hay cosas que poco a poco hemos ido aprendiendo y que no sé si todos tenemos asimilado, pero vamos en el camino de asimilar.

Se cuestiona por qué la Iglesia no debe pagar el IBI, por ejemplo, frente a familias que lo están pasando muy mal.

—Si se entiende la Iglesia como negocio, efectivamente, pero si se entiende como una organización sin ánimo de lucro, que se le aplique a la Iglesia la misma normativa que a otras ONG y a otras organizaciones y fundaciones. No debe de ser muy motivante hacerse cura y cobrar 900 euros al mes con los estudios que hay que hacer. Es curioso. La gente percibe que los curas no están aquí por el dinero. Sin embargo, hay una concepción de brocha gorda general en el tono de que la Iglesia es una multinacional interesada solo en el negocio... ¿Dónde lo ven? Tenemos muchas cosas porque vienen de una tradición larga, pero hay que ver cómo están utilizados los pisos de las parroquias y todo eso. Hay un montón de gente migrante que viven ahí porque no pueden ir a los pisos de los que quizás están criticando en el bar o en la iglesia, y tienen toda la razón de criticar, pero quizá están criticando y cobrando 1.800 euros de renta por la segunda vivienda que tienen. Nosotros estamos intentando rentabilizar las propiedades para que gente que no podría pagar una renta normal pueda vivir con dignidad.

El Papa Francisco, incluso para los no creyentes, es una de las figuras de la Iglesia que mejor empatía tiene entre los ciudadanos ¿Cree que ese es el camino?

—Sin duda. Lo que pasa es que hay mucha gente que considera que hay muchas tradiciones que el Papa pone en entredicho, fundamentalmente la fidelidad a determinados subrayados que él replantea. Entiendo su preocupación, pero tenemos que mantener un equilibrio entre ser fiel a lo que no podemos cambiar porque la gente no entendería y pensaría que la Iglesia cambia por tener adeptos. Y, otra cosa es que cualquier cambio sea malo. La gente percibe en el Papa la sensibilidad y capacidad de ponerse en el lugar del otro. Además, vive en una sencillez y entrega muy grande. Con esa edad y los problemas que le surgen lo lleva con alegría.

"Olvidémonos de los grandes números de representación de la Iglesia; eso ya no vuelve, tenemos que trabajar con los que viven la fe"

"Ha habido mucho sufrimiento en las personas con una identidad diferente; ahora el contexto es más atento y respetuoso"

"La Iglesia no debe ser tan buen negocio porque no veo yo que haya tantas vocaciones de curas que vengan a cobrar 900 euros"

"La Iglesia no ha sido suficientemente rotunda en los casos de pederastia pero eso está cambiando rápidamente"