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Sin barreras a los ochenta

Las personas mayores de IMQ Igurco Bilbozar acuden cada viernes al polideportivo de Miribilla para aprender a nadar. La residencia foral ha diseñado el programa acuático para sus usuarios

Sin barreras a los ochenta

NUNCA habían pisado una piscina. No tuvieron la oportunidad de hacerlo cuando eran jóvenes y ahora, con 80 años, chapotean en el agua como si fueran niños porque la realidad ha demostrado que no hay edad para aprender a nadar. Cada viernes rompen barreras en la piscina del polideportivo municipal de Miribilla, que acoge a un pequeño grupo de entre cinco y siete personas con el objetivo de mejorar su calidad de vida a través de la terapia acuática, todo ello, gracias a la iniciativa que puso en marcha el mes pasado la residencia foral IMQ Igurco Bilbozar.

Con los churros en la cintura y con la ayuda del fisioterapeuta del centro, David Estallo, así como de la auxiliar Naiara Jiménez y de la psicóloga María Pérez de Eulate, los cursillistas han conseguido en estas semanas ganar confianza en sí mismos y perder el miedo al agua. “Han mejorado muchísimo. Vienen muy contentos y confiesan que desde que nadan se sienten mucho mejor”, cuenta el fisioterapeuta.

Cada viernes toca una nueva sesión. Entre los participantes se encuentran Carmen Aguayo, Juan Erauzkin, Elisio Navarro, Carlos Nieto y Juan Mari Laforgue. Todos ellos tienen algo en común: no saben nadar. Sin embargo, le ponen mucho empeño para aprender. Animados, entran a los vestuarios para cambiar la ropa de calle por un bañador. Antes de sumergirse en el agua, toca calentar y que el cuerpo deje de sentir frío.

A Aguayo, que entra con su silla de ruedas, no le impide disfrutar de una sesión de hidroterapia que como al resto de sus compañeros, le ayuda a mejorar “la movilidad y su circulación linfática, aumentar su equilibrio, trabajar su capacidad cardiorrespiratoria y ganar calidad del sueño”, comenta Estallo. Su ayuda dentro del agua es esencial ya que su cuerpo sirve de apoyo para que los mayores se sientan seguros durante los sesenta minutos que dura la terapia. “Nadar me aporta mucho bienestar y vengo con muchas ganas porque nunca antes había tenido la oportunidad de hacerlo. Además, David me aporta mucha confianza y ya no tengo tanto miedo como al principio”, admite Carmen Aguayo que a sus 88 años se siente más llena de energía que nunca.

Lo mismo le sucede a Juan Erauzkin que, según confiesa, el primer día no se separaba del bordillo y ahora “lo mejor de venir a la piscina es que duermo muy bien”. “Tenía pavor al agua y ahora estoy más suelto aunque todavía no sé nadar”, dice entre risas mientras admite que ya tiene ganas de disfrutar de la próxima sesión. Y es que nadar tiene múltiples beneficios. A muchos de ellos les desaparecen los dolores físicos y articulares mientras están en el agua. Pero el tema psicológico también es importante. “Tienen que superar sus propias metas y que dejen de tener miedo. Que ingresen en una residencia no significa que estén incapacitados para disfrutar de un tiempo de ocio adecuado. Esta actividad es atractiva y beneficiosa para ellos”, comenta Pérez de Eulate.

Puesta en marcha Mónica Cuevas, técnica de animación sociocultural de la residencia, fue la que propuso llevar a cabo esta iniciativa que ha resultado ser todo un éxito. “A ella le gusta mucho el trabajo de agua y le planteó a David la posibilidad de hacer rehabilitación en la piscina”, cuenta la psicóloga. Una vez recibido el visto bueno de la dirección, los mayores disfrutan nadando y sus progresos son evidentes. La mayoría de ellos ya no tocan el bordillo. “Recuerdo que el primer día vino una señora que se metió al agua con 200 churros. Se agarraba a una persona para estar totalmente segura de que no se iba a ahogar y la semana pasada le dimos un par de churros y estuvo flotando tan tranquila”, relata como anécdota Estallo.

Esto es un ejemplo de la gran labor que desempeñan los profesionales del centro, ya que han diseñado una gran cantidad de ejercicios para que los usuarios se sientan libres y rompan con la rutina. Juegan, ríen y pasan un rato agradable. Incluso admiten estar más contentos desde que nadan y a su edad, se plantean nuevas metas. “Nunca imaginé que acabaría nadando a mi edad y esto es una oportunidad que no se puede perder”, concluye Aguayo.