Bilbao - “En algunos momentos del viaje hacia Bilbao pensé que prefería morir antes que tener que volver a mi país”. Esas son las estremecedoras declaraciones de Marie Soladine, de 35 años y originaria de Camerún.

Ese viaje “tan difícil” lo vivió hace doce años y desde hace tres vive en Bilbao. Decidió salir porque las oportunidades que tenía en su país no eran suficientes. “Mi madre tiene ocho hijos y cada uno tenemos nuestros respectivos hijos; no había trabajo, ni dinero... Era imposible criar a todos los niños”, explica emocionada. Por eso decidió ir en busca de más oportunidades que había fuera de su país. A día de hoy se encuentra inmersa y “muy feliz” en el centro de Hargindegi, ubicado en la plaza de la Cantera, en Bilbao, y que a partir de septiembre hasta la actualidad atiende a 293 personas y, de ese total solo 25 son de origen nacional.

La primera parada de Marie fue Guinea. “Todas las oportunidades de trabajo que veía ahí, iba a por ellas, independientemente de las condiciones”, relata. Había dejado a sus tres hijos en su país y se preguntó: “Si yo no trabajo... ¿Quién manda dinero para que mi familia se pueda mantener?” Por eso siguió luchando con todas sus fuerzas. Su hermana le recomendó que viajase a Argelia porque, según ella, había “muchas más” oportunidades. “Cuando llegué me di cuenta que la vida de las mujeres extranjeras no era nada buena”, dice, y añade: “Si estabas casada tenías que soportar estar callada, sin poder hablar mucho porque la decisión la tenía el hombre”. Pero ella no podía soportar eso. Llevaba luchando sola por su vida y la de sus hijos durante mucho tiempo. Aguantó cuatro años en Argelia soportando todo tipo de maltrato: moral, físico, psicológico... Pero decidió decir basta. Hasta aquí. “No podía más”, asegura. “Me querían matar”, dice entre lágrimas.

Y escapó. Quería vivir, quería trabajar. Mucha gente le decía que “tenía que estar con un hombre para poder vivir”. Pero ella quería tener autonomía. Y de Argelia emprendió su viaje hacia Bilbao. Primero buscó dinero para vivir en un campo de Marruecos. “Nos hacíamos la casa con palos y colgando la ropa”, describe. Y, tras un mes viviendo en esas fatídicas condiciones, emprendió su viaje al que hoy en día es su hogar.

En ese preciso viaje comenzaron sus peores pesadillas. Pasó tres días en el mar. Viajando para poder llegar a un sitio seguro. Y, en esos momentos, no las tenía todas consigo de que podría salir de esa situación. “Estaba muy mala, vomitando todo el rato. Sabía que la primera persona que debía morir en esa chalupa de plástico era yo”, recuerda mientras se seca las lágrimas. Tenían que hacer sus necesidades dentro de la barca “porque sino atraíamos a los tiburones”. Tenían algo para comer pero se sentía tan mal, sin fuerzas, que no podía ni masticar. “Bebía un poquito de agua y lo vomitaba”, dice. Se sentía sin fuerzas “para nada”, sin poder moverse ni siquiera levantarse.

Tres años de libertad Todos los que iban en el interior de esa barca vieron una luz. Era la de un barco de la Cruz Roja que iba a salvarles. Vieron luz al final del túnel tan largo y horrible por el que tuvieron que caminar.

Bilbao se ha convertido en el nuevo hogar de Marie. “Me siento como en casa”, admite. Hace dos años y medio que decidió tocar las puertas del centro Hargindegi. “Primero fui a Cáritas y desde ahí me destinaron a este centro”, explica. Allí ha hecho una nueva familia. “Nos contamos lo que hemos pasado y lo que sentimos”, explica.

Marije Calvo es la coordinadora del centro y desde 1993 lleva trabajando en él. Es consciente de que la ayuda que ofrecen a este perfil de personas es necesaria y algo que tiene claro es que “siempre hay que apostar por las personas, por la integración y la diversidad cultural”. Es precisamente todo ello lo que le ha dado fuerzas a Marie para volver a confiar en sí misma y en todas sus capacidades. “Puedo volver a luchar para salir hacia adelante porque ésta es mi casa, es mi familia”, expresa.

Todos los participantes del centro intentan enseñar su cultura, con el simple objetivo de que todos tengan un pedacito de cada uno en su interior. Con la ayuda de varios voluntarios consiguen encontrar la paz con ellos mismos. Francisco Balaguer es una de las personas que dedica todo su tiempo a ayudar a las personas que más lo necesitan e imparte clases de cocina. “Siempre me han educado pensando que hay que ayudar a los demás. No me arrepiento para nada de estar aquí”, asegura.

Al fin y al cabo, cada uno tiene su cultura, su tradición y su religión. “Aquí nos sentimos muy liberadas”, explica Marie, algo que en su país de origen le parecía imposible hacer. Y, tras estos años en Bilbao, Marie se ha dado cuenta de que no está sola. “En Bilbao veo mucha gente de aquí que se moviliza para ayudarnos, veo que todo el mundo lucha de manera conjunta porque, al fin y al cabo, somos humanos”, dice emocionada.

Hace hincapié en que no había ciudad mejor que Bilbao para comenzar a trazar su nueva vida. Primero acudió al curso de atención de personas mayores y ahora está participando en el curso de educación familiar. “Es muy diferente la educación de África y la de aquí”, explica. Pero tenía claro que quería inculcar los valores de aquí a su hija. “Se puede expresar, decir todo lo que siente con total libertad”, dice feliz tras ver sus logros.