EN junio de 2014, el Ayuntamiento de Bilbao y la asociación Gazteleku decidieron sumarse a un innovador proyecto de carácter intercultural que la Obra Social La Caixa había puesto en marcha en 2010 en todo el Estado con un notable éxito. Eligieron Iralabarri y Ametzola para desarrollarlo ya que ambos barrios superan ligeramente la tasa media de inmigración que tiene la capital vizcaina. Tres años después de iniciar la experiencia, “el balance es muy positivo”. Lo dicen Carlos Regidor, técnico de inmigración del Área de Igualdad y Cooperación del Ayuntamiento de Bilbao, y Goizalde Azkona, técnica del proyecto. Ambos confirman que “se está dando una mayor convivencia intercultural y esa cohesión social ” que persigue el proyecto. Eso se pudo ver ayer en la Fiesta del pan, pero también en las casi 200 actividades que han tenido lugar a los largo de estos tres años, en las que han participado casi 15.000 personas. Desde el Ayuntamiento y la asociación Gazteleku están convencidos de que esta experiencia se podrá exportar a otros barrios de Bilbao en un futuro no muy lejano.
La Obra Social La Caixa lo denomina Proyecto de Intervención Comunitaria Intercultural. Actualmente se está desarrollando en 37 territorios (término que utilizan para referirse a los barrios) de 41 municipios españoles. Su principal objetivo es “fomentar la convivencia y la cohesión social a partir de un trabajo colaborativo entre la ciudadanía, profesionales y la administración”. El Ayuntamiento, que firmó un convenio con la fundación bancaria para llevar a cabo el proyecto, estimó que Iralabarri y Ametzola eran los barrios que mejor cumplían con el perfil. “Tienen un 11% de tasa de inmigración, mientras que Bilbao tiene una media del 7,4%” afirma Carlos. Según los datos del padrón municipal a 1 de enero de 2016, en los dos barrios viven 24.181 personas, de la cuales 2.648 son inmigrantes. “Por nacionalidades”, señala Carlos, “destacan la población china, boliviana, colombiana, marroquí y rumana”. Goizalde, por su parte, aclara que “Iralabarri es un barrio que tiene mucha vida, mucha participación y muchas asociaciones, y sin embargo, Ametzola es un barrio dormitorio, donde está la parte nueva, las torres, y la que da a Autonomía”. Una vez elegidos los “territorios”, comenzaron a seguir la hoja de ruta marcada “científicamente” desde la Obra Social La Caixa. “Lo primero fue establecer las relaciones entre los protagonistas y conocer bien la realidad del terreno”, señala Carlos. Así que diseñaron “un mapa de recursos y asociaciones de los dos barrios” para poder realizar un “estudio previo”. Recogieron “información objetiva” tras mantener más de 200 encuentros y coloquios con asociaciones y vecinos de los barrios. Con todo ello elaboraron una “Monografía comunitaria”, un documento que recogía las potencialidades y necesidades de los barrios. Y posteriormente se realizó el diagnóstico “con el fin de acordar cuáles son las prioridades” que se debían trabajar de forma conjunta. En este punto destaca Carlos que las dos líneas de intervención eran “por un lado, la superación del aislamiento de las personas para ahondar en la pertenencia al barrio y por otro, la promoción de la igualdad de oportunidades de la infancia a través del ámbito socioeducativo”. El último paso iría encaminado a diseñar la “programación comunitaria” para dar respuesta a las prioridades que se habían acordado.
Los inicios no fueron fáciles. Tuvieron que meter muchas horas e imaginación los técnicos del Ayuntamiento y de Gazteleku para dar a conocer el proyecto e involucrar a la gente. Así que pensaron en un acto festivo para romper el hielo como así fue la primera edición de la Fiesta del pan. “Era una manera de visibilizar lo que se podía hacer”, dice Goizalde. Para ello tuvieron que tirar de muchas llamadas y contactos. Pero todo ello ha dado sus frutos. Solo hay que ver la tercera edición de esta feria, donde “hay comisiones y un montón de asociaciones involucradas”. De forma paralela, el trabajo de interlocución entre las entidades implicadas y la ciudadanía ha seguido su curso. Goizalde señala orgullosa que “hoy en día tenemos proyectos innovadores como Euskal Txoko, que trabaja desde la infancia en la promoción del euskera” o la semana de la salud que tendrá lugar durante la “escuela abierta de verano”. El balance es “muy positivo”, según Carlos y Goizalde “porque vemos que es un proceso continuo y se ve en los pequeños detalles como es la relación entre las personas del barrio durante la Fiesta del pan, por ejemplo”. De ello da fe, Ruth Castedo, una mujer de origen boliviano que lleva casi once años en el País Vasco. Su primera vivienda y su primer trabajo estuvo en Irala, y aunque luego estuvo unos años viviendo en otra zona de la capital vizcaina, ha vuelto al barrio. Confiesa que se encuentra “muy a gusto” en Irala y que se relaciona “con todo tipo de gente porque a mí me gusta aprender costumbres de otros países”. Ruth es una experta en la repostería y en la fabricación de pan. Por eso, ayer fue, por segundo año consecutivo, una de las protagonistas de las fiesta. “Me encanta hacer pan”, dice.
El ejemplo de Ruth les hace seguir trabajando a Carlos y Goizalde en este proyecto que en principio tenía una fecha de caducidad de tres años, que en breve se cumplirán. Pero Carlos confirma que “la idea de los agente impulsores de proyecto es darle continuidad porque viendo los resultados que estamos teniendo sería una pena no seguir profundizando”. También está en la mente de los técnicos del proyecto poder aplicarlo en otros barrios de Bilbao. “Como esta experiencia está siendo muy enriquecedora y con todo lo que estamos aprendiendo”, señala Carlos, “sería un desperdicio aplicarlo sólo a un territorio”.