Cruzan un saludo y las tres palabras de rigor en el descansillo de la primera planta mientras uno sale y el otro se dispone a entrar al ascensor. Juan marcha a la calle. Le gusta ir de allá para acá, tomar algo en un bar de la zona, charlar con los vecinos de la calle Txomin Garat? Saborea cada momento. Igual que su vecino Raúl Pérez, natural de Urduliz y que desde hace cinco años vive en el bloque de apartamentos Etxegoki, en el barrio de Txurdinaga. Él fue uno de los primeros en llegar. Con anterioridad había estado otros cinco años en el hospital San Juan de Dios (Santurtzi), hasta que una trabajadora social le habló de estas viviendas y sintió curiosidad por conocer de primera mano el significado de independizarse. “Se lo comenté a mis padres y me acuerdo que entraron en cólera. Luego mi ama habló con la trabajadora social y le cambió la cara”, se desahoga.
El infarto cerebral que sufrió con 26 años le dejó secuelas pero no le minó su voluntad y capacidad de esfuerzo. “En el hospital era todo sota, caballo, rey. Y los horarios?” testimonia. Ahora, por el contrario, puede organizar su tiempo -y su vida- en función de sus intereses: salir a dar una vuelta por el barrio, quedar con los colegas? Se ha reinventado, ha tomado las riendas de su vida y, lo que para él es más importante, esta experiencia le ha servido para creer en sus propias posibilidades a futuro. “Estar aquí no es lo último de mi vida. Me gustaría apuntarme en Etxebide [Servicio vasco de Vivienda] para irme a un piso. No me veo aquí a los 65 años”, recalca. Y eso que en este bloque tienen a su disposición lo último en tecnología para facilitarles su día a día. Abre la puerta de su casa, la 102, con un mando a distancia; regula con un botón la altura de la encimera para fregar su taza de los Guns n’ Roses o para prepararse la comida (se compró un robot de cocina) desde su silla de ruedas...
Sensación de humanidad Aunque lo que más y mejor valora Raúl es “la humanidad y el trato” de la gente con que se relaciona a diario, dentro y fuera del edificio. “Te dan esa sensación buena?”, presume con una sonrisa noble en sus ojos. Y es que cafeterías, comercios y recursos comunitarios localizados en la zona de influencia de los apartamentos se han ido adaptando en estos años a las necesidades de movilidad de esta treintena de vecinos para facilitar su inclusión social.
De hecho, tal y como apuntan desde Fekoor -entidad gestora de este proyecto- la iniciativa vio la luz con la misión de promover la autonomía de las personas con discapacidad física y, poco a poco, ha influido positivamente en el barrio contribuyendo a promover “condiciones de accesibilidad universal e igualdad de oportunidades”. Una circunstancia que valoran mucho y muy bien los residentes en estas viviendas que se asoman al parque Europa. Y sí, también tienen presidente de comunidad personificado en Amaia Olabarria. En una reunión decidieron habilitar unos puntos limpios en cada planta para instalar lavadoras y no tener que depender del servicio de lavandería. Más autonomía, más libertad, más normalidad...
Precisamente, y mientras espera a que termine la colada, la basauritarra Maite Cabezudo ocupa su tiempo en el ordenado y soleado apartamento 407 haciendo punto de cruz en una toalla. “Es para mi hermana”, revela. No había vuelto a coger aguja e hilo desde que con 18 años tuvo el accidente de tráfico. “Por los temblores y eso...”, ilustra. Ahora tiene 34 y practica natación, hace cinta y está a la espera de que se forme un equipo de slalom en silla de ruedas para apuntarse. Cuando se toma un respiro opta por las series; ahora está con The Missing y la próxima será Sherlock, anuncia mientras paladea los tonos de la orquídea de su mesa que está echando los primeros brotes. Ella ya había vivido de forma autónoma en un piso y, de hecho, su mayor anhelo es volver a hacerlo “con mi pareja y tener una familia”. Es decir, poner en práctica el modelo Etxegoki: convivir.