LO más estrambótico que he oído es que los chinos no pagan impuestos y el Ayuntamiento les da lonjas para que pongan tiendas”. Lo dice Fran Martínez, uno de los 66 agentes que, armados con la palabra, tratan de combatir en Bilbao los rumores contra las personas extranjeras. Sin base fundada, estos bulos corren como la pólvora. Los más extendidos, abonados por la crisis, sostienen que los inmigrantes “quitan puestos de trabajo” y “abusan de las ayudas sociales”. También están “bastante implantados” los que les acusan de “bajar el nivel educativo de los centros” y de “ser más machistas”, apunta Claudia Emmanuel Laredo, técnica de inmigración del Ayuntamiento de Bilbao, institución que puso en marcha esta estrategia antirrumor hace tres años y que estas semanas ha formado a nuevos agentes. La red está lanzada ya en Deusto y Begoña. A final de año se extenderá a Basurto.

“Algunos, aunque les des datos, no cambian”

“A ese le he visto ir a pedir ayuda con un Mercedes”. Antes Fran Martínez oía esta acusación y se ponía de los nervios. “No podía entender cómo podían decir esas cosas y generalizar, así que intentaba contraatacar, pero me mosqueaba”, reconoce. Desde que se formó como agente antirrumor, hace ya dos años, ha aprendido a desactivar estereotipos utilizando argumentos. “Ahora, en vez de discutir, digo: Pues si le has visto con un Mercedes deberías poner una denuncia y no integrar a todas las personas de su raza en esa actitud y le invito a que vea las cifras oficiales. Pero me sigue costando”, confiesa, sincero, este educador social.

El esfuerzo de quienes, como él, tratan de barrer el racismo del boca a boca “puede ayudar a ir transformando las cosas, pero muy poco a poco”, advierte. De hecho, asegura, “algunos, por muchos datos que les des, no cambian. Quieren pensar así y no hay argumentos que valgan”. Por eso ya no entra en disputas, por ejemplo, con quien ha tenido “una experiencia muy mala” con una persona inmigrante y no tiene visos de replantearse su postura. No obstante, aclara, la mayoría de ciudadanos que dan cancha a estos rumores “no son racistas, que odien especialmente a las personas extranjeras, sino personas normales que igual los comentan” por desconocimiento.

Miembro de la asociación educativa Aldaika, que trabaja con menores, jóvenes y sus familias en Deusto, Fran se sumó a la estrategia antirrumor atraído por el hecho de que fueran “las personas de a pie” quienes frenaran los rumores que circulan por sus barrios. “La sociedad civil tiene mucho más poder y muchas más cosas que cambiar que ir a rebujo de los políticos”, señala. Le gustó eso y que le enseñaran a “rebatir con datos, desde la objetividad”.

Los rumores que más ha escuchado estos años son que “las personas extranjeras se están llevando las ayudas sociales, que cometen fraude o que los recortes se deben a que hay muchos inmigrantes y los criterios para concederles ayudas son diferentes a los del resto”. Pese a que las estadísticas dicen lo contrario, hay ciudadanos que siguen en sus trece. Entre ellos, “personas mayores con hijos en paro que han tenido que compartir sus pensiones y creen que a sus hijos no les dan ayudas porque no son extranjeros”. Interesado en trabajar con el colectivo de jubilados porque “interactúan mucho en la calle y pueden difundir” la filosofía antirrumor, Fran se sorprendió de que, en vez de culpar de los recortes a quienes se han llevado “grandes cantidades de dinero”, algunos “echaran la culpa al de al lado, que está en una situación similar”.

Sigue asimismo en pie la creencia de que en los centros donde hay “determinado número de hijos de inmigrantes se exige menos nivel académico o hay más fracaso escolar, aunque ellos hayan nacido aquí”. O ese otro rumor de que “casi todas las personas del Este se dedican a atracar casas”. Para desmontar todos esos chismes, Fran ha debatido sobre ellos con sus compañeros y con vecinos del barrio. “Se trata de concienciar a la gente de que sea como una especie de bola de nieve, de que ellos luego en sus entornos vayan haciendo lo mismo”.

“Oían comentarios más crudos a raíz de la crisis”

“Me voy a pintar la cara con un rotulador negro para ver si así puedo cobrar alguna ayuda”. Este es tan solo uno de los comentarios que los alumnos del centro de formación Peñascal Kooperatiba han escuchado mientras viajaban, compartiendo el asiento con autóctonos, en el transporte público. “Empezaron a oír comentarios más crudos a raíz de la crisis, sobre todo relacionados con las prestaciones sociales y el mercado de trabajo. Al final, cuando la cosa se pone fea, la sociedad responde de una determinada manera”, explica Ibane Núñez, que trabaja como educadora social y orientadora en este centro. De hecho, muchos de los adultos a los que forman, sobre todo los más veteranos en la cola del paro, están convencidos de que “no encuentran empleo porque la población inmigrante trabaja sin contrato y por un sueldo menor, con lo cual los empresarios prefieren contratarlos y quitan oportunidades y sueldos dignos a la gente de aquí. Los que peor lo han pasado son los más resentidos”, señala.

Dado que el colectivo inmigrante tiene “bastante presencia” en el centro y que necesitaban “información y herramientas para poder dar respuesta a estas actitudes” que iban en aumento, Ibane y cinco alumnos se formaron el año pasado como agentes antirrumor. Lo aprendido lo han ido trasladando a los alumnos, quienes han expuesto sus experiencias y planteado acciones concretas, como la grabación de un vídeo, donde “decían que hay que respetar a las personas, que todos somos iguales y que no hay que juzgar antes de conocer”, resume Ibane, que también predica en su entorno. “Los prejuicios tienen un componente emocional muy complicado de cambiar, pero con la información que ofreces, al menos, siembras la duda”, comenta. No obstante, admite, “a veces sientes mucha frustración, sobre todo si es alguien cercano”.

“Gente autóctona con las ayudas va de vacaciones”

Su padre emigró de Burgos a Holanda, donde ella nació y su marido es mexicano. Con una familia tan multicultural, no es de extrañar que Annemarieke Fernández, miembro de Beltzagorri Santutxu Eskubaloi Kluba, se haya animado a formarse estas semanas como agente antirrumor. “Llegué a Euskadi en el 74 y los inicios fueron un poco duros”, recuerda. Convencida de “lo importante que es que los niños aprendan que todos somos iguales y tenemos que convivir”, advierte que hay que “tener mucho cuidado con lo que decimos delante de ellos porque se quedan con todo” y así los rumores se perpetúan. A ella le molesta especialmente el de las ayudas, porque conoce a “gente autóctona que con ellas se va de vacaciones y eso me joroba más”, confiesa.