Bilbao - Tiene un extenso currículum pero hoy el Club Cocherito reconocerá la faceta taurina de Alfonso Carlos Sáiz Valdivieso: escritor, crítico, conferenciante... Fue su padre, otro grande de las crónicas taurinas, quien le introdujo siendo apenas un niño en el mundo de la tauromaquia. Y, aunque reconoce que ya no tiene aquella pasión de la juventud, sigue siendo un enamorado de los toros.

¿Emocionado?

-Sobre todo, muy satisfecho. No me lo esperaba en absoluto. ¡Y no es falsa modestia! El Club Cocherito siempre ha dedicado sus banquetes anuales a toreros importantes, a ganaderos importantes... Y yo no entraba en ninguna de esas categorías.

Doctor en Derecho, profesor en la Universidad de Deusto, miembro de la comisión directiva del Museo de Bellas Artes y del Museo Arqueológico, reconstruyó la sociedad El Sitio, miembro de La Bilbaina y de la Sociedad Coral, escritor... Un hombre polifacético.

-A mí me interesa todo. Si me tuviera que hacer una tarjeta de visita, debajo de mi nombre pondría Espectador. Soy un generalista, no un especialista; sé un poco de todo.

Y crítico taurino.

-También, aunque siempre desde una humildad impresionante, dándome cuenta de que de toros, y esto lo decía Manuel Bienvenida, solo saben las vacas, y no todas.

¿Cómo es eso?

-Amo la fiesta profundamente pero ya no soy el apasionado que era; me he dado cuenta de que es muy difícil saber de toros.

¿Qué tienen de especial?

-No voy a recurrir al tópico de la tradición; para mí, los toros tienen magia. Desde el paseíllo, que estéticamente me encanta, a los espacios lumínicos que generan el sol y la sombra en la plaza, sin olvidar la gallardía de ese enfrentamiento. En determinados momentos, y solo en algunos, se produce magia; un lance, un desplante, un muletazo, tienen algo mágico, algo de ballet trágico. Y, cada día más, la suerte de matar; la que se hace con mucha pureza, muy de frente y que acaba con el toro en segundos.

Lo cierto es que a mí...

-Me parece perfecto que no le gusten los toros. Lo respeto, siempre que se respete que a mí me gustan.

¿De dónde le viene la afición?

-De mi padre, muy buen aficionado a los toros y crítico taurino de una honestidad brutal. La primera vez que me llevó a los toros, y también al teatro, fue con cinco años. No me acuerdo de qué vi pero sí con siete; fue en Vitoria, en una de las últimas corridas de Manolete. Recuerdo su figura y la oreja que depositó en un estribo de la plaza a los aficionados de Bilbao. Habían ido a pitarle porque, por falta de entendimiento con la Junta Administrativa, no estuvo en las corridas generales de 1947.

De ahí dio el salto a la pluma.

-Mi padre falleció en 1972 y el director de Radio Popular me pidió que asumiese tanto la revista que él tenía, Palmas y Pitos, como la crítica taurina. Y, por homenaje a mi padre, no pude decir que no. Tampoco pude dejar que cerrase Clarín Taurino que, al cabo de los años, recuperó mi hija Covadonga.

Y veinte años escribiendo críticas taurinas en DEIA. ¡Casi nada!

-Me llamaron Iñaki Iriarte y Alfonso Ventura nada más fundarse el periódico, y no dije que no. Fueron 20 años muy constructivos; la crónica taurina, un género literario en sí mismo, es muy exigente porque tienes que trabajar rápido. Me acostumbré a escribir en una hora, el tiempo que tenía antes del cierre. ¿Sabe que a los primeros cronistas les llamaban revisteros taurinos?

No tenía ni idea.

-Eran los que pasaban revista a las corridas. Escribían siempre en cuartillas, toro a toro. La plaza de la carretera de Aragón quedaba aún más lejos que Las Ventas y, cada dos toros, iba un ordenanza, en bicicleta, a por la crónica para llevarla al periódico.

La suya fue también una época sin ordenadores ni e-mails.

-Iba a casa de mi madre, que vivía cerca de Vista Alegre, para no perder tiempo. Escribía siempre a mano y leía la crónica por teléfono a unas chicas que la mecanografiaban. Luego subía a elegir las fotos y comprobar si había algún error. Viví momentos muy especiales.

¿Alguno se le ha quedado grabado?

-Por el miedo que pasé, incluso pavor, agosto del 83, cuando las inundaciones, con Espartaco toreando con agua hasta los tobillos. Solo pensaba en llegar a casa.

¿Por qué lo dejó?

-Al ir como periodista, dejé de ver la magia. Necesitaba poder gritar al presidente si hacía falta, no mostrarme tan circunspecto y, a la salida, comentar la corrida con mis amigos.

¿Qué se esconde detrás de un traje de luces?

-Mucho miedo; yo he visto vestirse a toreros e impresiona muchísimo. Y un respeto en el patio de cuadrillas que se ha ido perdiendo. ¿Qué son esas palmadas de hoy en día? Fuera de la plaza, íntimos, pero dentro, los toreros iban a cara de perro.

¿En ningún lugar como en Vista Alegre?

-En ninguno, por el respeto que se tiene al torero y al toro.