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La calabaza y la carroza

Durante muchas horas al día es una calabaza, un medio de transporte de uso diario que acorta las distancias, que va y viene en un monótono vaivén que recorre Bilbao como si le bajase y le subiese la cremallera una y otra vez, vistiendo y desvistiendo los turnos del horario de oficina, de taller, de fábrica o de andamio o de redacción de periódico, por hablar de algo que conozco en primera persona. Por eso sorprende tanto que exista la posibilidad de que la calabaza se convierta en carroza, dicho sea sin ánimo de que la historia suene a cuento chino.

Resulta que se puede alquilar el tranvía de Bilbao y sentirse por un día Cenicienta, el propietario de un vehículo singular con la única excepción de que no mueven el carruaje una cuerda de corceles blancos que hace apenas unos minutos eran ratones y sí kilowatios de electricidad. Más allá de ese pequeño detalle y de lo que tiene de fábula de Esopo la historia la idea trae consigo una apuesta de futuro: el alquiler.

He ahí un término al que pronto habremos de acostumbrarnos. Se alquila un apartamento de verano, un coche allá donde viajes y un piso para estudiantes, poco más. Es la nuestra una cultura cincelada en varias generaciones: la generación que adora la propiedad. Amarás lo tuyo por encima de todas las cosas, parece ser el primer mandamiento de una sociedad donde impera el tanto tienes, tanto vales. Por eso es una idea triunfante la del tranvía: no porque el alquiler sea más o menos asequible, sino porque, por un momento, uno siente que tiene en su poder un tranvía, que está a su disposición el viejo caballo de hierro para que monte en él quien quiera, como si fuese la auténtica limousine del transporte público, sin que un revisor venga a mirarte el creditrans en busca de la facturación.

Empresas con ánimo de notoriedad, parejas de novios que acaban de dejar de serlo o despedidas de soltería; ese es, hasta la fecha, el perfil del inquilino medio, al que le sale la broma más o menos lo que cuesta un mes de alquiler en según qué pisos, qué calles y qué barrios de Bilbao. Suena, de salida, a bilbainada. Me voy de copas en mi tranvía, vienen a decir los echaos p'alante de hoy en día. Más allá de la anécdota, insisto, ha de considerarse que esta aventura puede ser el anticipo de una nueva era donde cualquier exceso cueste un ojo de la cara y donde la propiedad privada sea una quimera. No estan lejos esos días de pan y melón en los que la figura del casero, enterrada hace décadas, resucite de entre los muertos. En realidad están ahí, a la vuelta de la esquina.