Bilbao
CUANDO Mertxe baje hoy la persiana de la cristalería Luis Sanz, en la calle Dos de Mayo de la capital vizcaina, lo hará por última vez. Con ese sencillo y rutinario gesto cerrará un negoció casi centenario y una página de la historia de Bilbao La Vieja. No sabe cómo va a reaccionar. Tiene los sentimientos encontrados. Por un lado, le da pena, pero por otro, se sentirá liberada. Mertxe lleva desde muy joven detrás del mostrador confeccionando molduras para cuadros y espejos en el negocio que fundó su abuelo Luis en 1913 y que, posteriormente, pasó a manos de su padre Arturo. Mertxe se jubila hoy mismo. Cumple 65 años y no ha querido dejar pasar ni un día más para ir al Ayuntamiento y darse de baja en el registro de Actividades Económicas. Está deseando jubilarse para "viajar, aprender algún idioma y cuidar de mis nietas". Pero también es hora de hacer memoria, de mirar al pasado y ver cómo ha cambiado el barrio desde una atalaya tan privilegiada como es el chaflán donde ha estado ubicado el negocio, en el cruce de la calle Dos de Mayo con General Castaño. "Antes este barrio tenía vida, nos conocíamos todos y no había problemas de seguridad", recuerda con nostalgia, "pero desde que entró la droga todo fue a peor".
Negocio Mertxe guarda con cariño un tarjeta de visita de su abuelo en la que aparece el número de teléfono de la cristalería, el 1362. Un número de principios del siglo XX, cuando el Casco Viejo y Bilbao La Vieja eran el centro comercial de la villa. De la pared del viejo local donde está ubicada la cristalería cuelga un aparato de teléfono, toda una reliquia, acorde con los tiempos en los que su abuelo Luis puso en marcha el negocio. "No sabemos exactamente la fecha de apertura", dice Mertxe, "pero creemos que empezó en 1913". Desde entonces han pasado por la tienda tres generaciones. El negocio de la cristalería se mantuvo bien hasta que irrumpió el PVC. "Mi abuelo y, luego, mi padre hacían arreglos en las casas cambiando los cristales que se rompían, pero aquello se acabó hace años y yo me he dedicado al tema de las molduras para cuadros y espejos".
Mertxe proclama con orgullo que ha disfrutado con su trabajo porque "a mí siempre me ha gustado hablar con la gente, con los vecinos". La cristalería era algo más que un comercio. Era el centro de reunión de las amigas del barrio. "Cuando hacía bueno", recuerda, "nos sentábamos aquí, en la esquina de la calle, mientras los maridos estaban tomando unos txikitos por el Casco Viejo". Aquellos si que eran otros tiempos mejores. "Entonces no había los problemas de seguridad que hay ahora", dice apenada. "Yo siempre he tenido la puerta abierta, pero, desde hace años, tengo que estar encerrada con el quisquete puesto porque paso miedo".
Sereno Un miedo que no tenía cuando era niña e iba con su madre al cine al centro de Bilbao. "Volvíamos de noche tranquilamente por cualquier calle sin preocuparnos de nada; llamábamos al sereno con dos palmadas, si se nos olvidaban las llaves, y estábamos en casa". Eran los años en los que el barrio albergaba el barrio chino de Bilbao. "¡Bendita la prostitución de aquella época!", exclama Mertxe. "Entonces no había problemas, el barrio estaba lleno de negocios, había todo tipo de comercios, muchas peluquerías… el dinero corría", recuerda. Hasta que entró la droga. "Aquello fue la perdición", sentencia, " con la droga el barrio fue a peor". Su negocio también. No fue ajeno a la crisis del desmantelamiento de muchos comercios que huyeron del barrio. "Yo siempre he sido muy cobarde y conservadora en ese sentido", reconoce. "Al ser poco emprendedora me faltó ambición para trasladarme a otra zona de Bilbao". Se quedó en el barrio con un negocio que ha ido languideciendo con el paso de los años a pesar de que su marido le ayudó hasta que le llegó la edad de la jubilación. ¿Y qué me dice de la inmigración? "De eso prefiero no hablar", contesta mientras señala el cerrojo de la puerta.
Mertxe prefiere hablar del futuro, de los planes que tiene para ocupar el tiempo libre que le va a proporcionar la jubilación. "Me gustaría viajar, pero también aprender algún idioma, y, por supuesto, disfrutar de mis nietas". También aprovechará para estar más tiempo con sus amigas, "tomar lo que haga falta en el Casco Viejo... y pasear".
Mertxe duda ahora sobre la posibilidad de abandonar el barrio. "Aunque nací en Indautxu, en la Gota del Leche, yo siempre he vivido aquí, en la calle Dos de Mayo, frente a la tienda. Mis hijos quieren que salga... y si tuviera dinero, me iría". Mertxe lleva unos días alterada.
"Tengo unos nervios que no se cómo voy a reaccionar cuando baje la persiana, igual nos ponemos a llorar toda la familia", dice entre risas. Se le amontonan los recuerdos: las conversaciones con los vecinos, la cantidad de fotografías de Marilyn Monroe que ha enmarcado cuando se puso de moda como icono del mundo gay y el ambiente "alegre" de barrio. A pesar de que la pensión que le va a quedar, por ser autónoma, no refleja la larga vida laboral que ha llevado en la cristalería, a Mertxe le tranquiliza saber que sus hijos "tienen trabajo" y viven fuera de casa. Cuando hoy baje la persiana, la vida en Bilbao La Vieja dejará de verse reflejada en el espejo de la cristalería Luis Sanz.