Bilbao

No tenían agua ni luz, pero palabrita de Jesús Monje que El Peñascal era "un paraíso" allá por los años cincuenta. "Venía mucha gente de Bilbao los domingos porque esto estaba muy bonito, muy verde, daba gusto", anhela y emergen del arroyo de sus recuerdos "los cangrejos y zapaburus que había en el río Elguera". Ahora que de aquella postal animada apenas queda el niño que lleva dentro, este charcutero jubilado corta en lonchas la historia del barrio y la envuelve, junto con la suya propia, en papel de estraza.

Empezó a corretear por El Peñascal cuando las casas, salpicadas en el monte, se contaban con los dedos de las manos y se construían de extranjis. "Bajábamos a Iturrigorri y cuando venían los guardias, subíamos corriendo a avisar, pero ellos no corrían. Para cuando llegaban, no había nadie trabajando y se marchaban. A los ocho días ya estaba la casa hecha. Todo se construyó ilegalmente", admite con la tranquilidad que da el delito prescrito y bendecido por las autoridades. Aunque él no llegó a poner ladrillos, sí que acarreó el agua que, a falta de grifos, se necesitaba en la obra. "Había una fuente arriba, cerca de la cantera. Con una goitibehera de cuatro ruedas cargaba garrafones y bajaba a llenar el bidón para los albañiles", cuenta.

Igual que entonces se desliza ahora por la pendiente de su niñez, alumbrada con candiles, y frena en la tienda que pusieron sus padres, la primera del barrio, donde se vendían "desde zapatillas hasta pan" y se fiaba a los clientes. "Llevaban una libreta donde les apuntabas la cuenta. A final de semana lo sumaban y te lo pagaban. Fíjate, nos fiábamos de eso. Como no había bolis y lo hacíamos a lápiz, había gente que lo borraba. Igual eran 120 pesetas, quitaban el 1 y dejaban el 20", detalla y añade que su madre era "demasiado buenaza". "Siempre había alguno que te dejaba cañones, pero la mayoría pagaba. Si no, no habríamos sobrevivido", señala.

Sentado en la soleada placita del barrio, que ahora disfruta con sus dos nietos, Jesús dice que él apenas tuvo tiempo de jugar al fútbol y los iturris. Cuando no estaba estudiando -iba a clase a La Casilla y regresaba al barrio de noche, a tientas- echaba una mano en el negocio familiar o iba en busca de la mercancía. "En el año 55 o por ahí vino una riada tan grande como la del 83 o más y nos quedamos sin puentes. Teníamos que bajar hasta Iturrigorri con un burro para subir el pan y los alimentos. Luego ya arreglaron un poco la carretera, compramos un carro e íbamos a los almacenes de la calle Ronda a por la fruta. A veces, con quince o dieciséis años, tenía que venir desde allí con la caja al hombro. Eso sí me pasó, sí", enfatiza, consciente de lo inverosímil que puede resultar su relato en la era de las nuevas tecnologías.

"Se vendía cerdo por toneladas" Una vez que se independizó, Jesús abrió la tienda donde ha despachado carne y embutido cuarenta años. "Los gallegos comían mucho cerdo, se vendían patas, orejas y cabezas por toneladas", asegura y, sin ánimo de mezclar la velocidad con el tocino, da fe de las dos oleadas migratorias de las que ha sido testigo. "En los 60 y 70 empezaron a venir inmigrantes de Andalucía, Extremadura y Galicia. Yo lo comparo con los que están viniendo ahora de fuera. La única diferencia es que cuando aquello no había ayudas", matiza. "No le hagas caso, que te está diciendo mentiras", irrumpe un señor mayor en la conversación. "Es mi cuñado", aclara Jesús con media sonrisa. En pleno boom, en El Peñascal convivieron una veintena de comercios y hasta veinticinco bares. Ahora, de aquello, sólo quedan cinco tabernas, una carnicería, un autoservicio y dos panaderías. "El negocio ha ido decayendo", lamenta.

La silenciosa placita cobra a media mañana algo de vida. Una mujer de tez morena cuenta a una chica que su perrita se come todo lo que pilla y el cuñado de Jesús ha encontrado a otro jubilado con quien charlar. "Hola, Antonia", saluda el charcutero reconvertido a historiador a una vecina, que atraviesa la calle con una bolsa de rafia digna de Cuéntame. "Conozco a todos los vecinos del barrio. Al tener negocio... Nos hemos llevado siempre muy bien, aunque también había rencillas. Se discutía porque alguien se había colado en la fuente, por tonterías. Ahora peleas de esas no se ven, pero la gente está más distanciada", atestigua y rememora las manifestaciones que todos a una secundaron para que pusieran la escuela o el plante que hicieron en la carretera para que dejaran de pasar los camiones de la cantera. "Para esas cosas se unía toda la gente", confirma.

Criado en aquellos tiempos en los que las puertas se dejaban abiertas y en navidades se iba a casa de los vecinos "a tomar una copa y cantar", Jesús añora ese ambiente tranquilo y familiar. "El cambio ha sido radical. Entonces nos conocíamos todos y no había miedo a nada. Ahora echo la tranca todos los días y eso que tengo portal y todo", confiesa este hombre, que de niño estuvo a punto de perder la vida. "Tenía ocho o diez años, estaba tirando piedras a un pozo, donde lavaba la gente, y me caí. No sabía nadar. Si no me llega a sacar un amigo, me habría ahogado".

Popular donde los haya -"para bajar a Rekalde con los nietos tardo dos horas. Hombre, qué majo. Hombre, ¿qué tal?"- Jesús sólo abandonaría su barrio del alma a cambio de un piso con ascensor. "Por lo demás no me iría. El Peñascal, el Athletic y la Virgen de Begoña son mis tres pilares", sintetiza.