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Diez años después, un gran incendio

En 1919, las llamas se cebaron con la Alhóndiga en una tragedia que costó la vida a un bombero

Diez años después, un gran incendio

Bilbao

La madrugada del miércoles 21 de mayo de 1919, diez años después de su inauguración, se desató un incendio en el interior de la Alhóndiga que las crónicas de la época lo calificaron de "horroroso y catastrófico". No fue para menos. Las llamas duraron varios días, algunas partes del edificio tuvieron que ser derruidas, las pérdidas fueron millonarias, pero la tragedia tuvo un nombre propio: Alejandro Arechavala, el bombero que falleció durante las labores de extinción del incendio.

Nunca se supieron las causas que provocaron el fuego. Las posibilidades de que algo ocurriera eran muy altas debido a la cantidad de alcoholes y aceites, e incluso petróleo, que se almacenaba en su interior. La primera página de La Gaceta del Norte reflejaba en su crónica: "El hermoso edificio de la Alhóndiga, el mejor de España dentro de su clase, sufre un horroroso incendio que se inicia de madrugada y continúa durante todo el día y toda la noche sin que el maravilloso denuedo con que trabajan nuestros bravos bomberos puedan dominar el fuego y aminorar la catástrofe. En la lucha titánica, en medio de una atmósfera irrespirable, cayó sin vida, víctima del cumplimiento de su deber, Alejandro Arechavala". Al parecer, el bombero estaba tratando de arreglar una boca de riego cuando una cornisa del edificio se desprendió, cayendo sobre su cuerpo. "Bilbao", continuaba la crónica, "que tantos y tan admirables rasgos de caridad tiene registrados, no abandonará a la buena esposa y a los cinco hijos que lloran la pérdida de un esposo y un padre ejemplar". Así fue. En los días siguientes al trágico accidente, el Ayuntamiento de la capital vizcaina y otras instituciones donaron cantidades de dinero en favor de la viuda. El funeral de Alejandro Arechavala, al día siguiente, fue una verdadera manifestación de duelo.

Mientras tanto, el fuego no cesaba. Es más, el viernes, dos días después de iniciarse, continuaban produciéndose explosiones dentro del edificio. "Al llegar la noche, el espectáculo era imponente", decía la crónica del periódico Nervión. Y a pesar de las llamas y del peligro, por las posibilidades de derrumbe del edificio, algunos "sujetos desaprensivos, haciéndose pasar por vinateros" entraron en el edificio para "llevarse lo que encontraban a mano". Para evitar el pillaje y las sustracciones, los técnicos municipales ordenaron cerrar todas las puertas de la Alhóndiga salvo la que da a Alameda de San Mamés.

Ricardo Bastida, arquitecto municipal y autor de la Alhóndiga, sugirió al alcalde, Gabino Orbe, que se derribaran algunas partes del edificio " al no ofrecer seguridad". Así se hizo. Sin embargo, un mes después comenzó la rehabilitación. La normalidad tardó en llegar a la Alhóndiga. Los 43 vinateros que tenían plaza en el almacén se fueron recuperando de las pérdidas que sufrieron. Se habló entonces de 30 millones de pesetas.