ESDE 2018, Thad McFadden (29-V-1987, Flint) lleva el cartel de acreditado metepuntos en la Liga Endesa, uno de esos jugadores que viven con la canasta rival entre ceja y ceja, punzante desde cualquier distancia. Ya sea con su actual camiseta, la del UCAM Murcia, como con las del Tenerife, Joventut o Burgos, este liviano escolta con estatura de base (1,88 metros) ha hecho de la anotación su gran aportación a los colectivos en los que ha militado, alcanzando su cénit entre octubre de 2020 y mayo de este año al ganar dos títulos de la Basketball Champions League (fue elegido MVP de la Final Eight de la primera de ellas) y una Intercontinental con la escuadra burgalesa.

Pero los focos han llegado tarde a la carrera del estadounidense, acostumbrado siempre a tener que trabajar desde lo más bajo para progresar en el baloncesto. Sus orígenes ya marcan esa historia de lucha contra el destino para tratar de alcanzar el éxito, pues Flint (Michigan), como ha retratado el cineasta Michael Moore en diversos documentales, ha sido en las últimas décadas noticia mundial por motivos negativos (a mediados de la década de 2000, la depresión económica tras el cierre de numerosas fábricas del sector del automóvil hizo que la tasa de crímenes violentos multiplicara por siete la media nacional y en 2015 se declaró el estado de emergencia sanitaria por la contaminación por plomo de la red pública de agua). El complicado ecosistema en el que se desarrolló su juventud curtió un carácter competitivo que tuvo que mostrar desde sus primeros pasos en el baloncesto porque en su formación como jugador ni siquiera pisó la primera división de la NCAA. Dos años en un Junior College en los que mostró su capacidad anotadora solo le valieron el pasaporte para Fairmont State, anónima universidad de la NCAA II. Su escasa estatura y falta de físico le condenaron al anonimato, aunque su media de puntos por partido superara los 25.

Para McFadden no solo era que la NBA fuese una quimera. Su juego quedó incluso fuera del foco del baloncesto europeo, arrancando su carrera profesional en 2009 desde la segunda división de la República Checa. El modestísimo Usti nad Labem apostó por él, ascendiendo ambos de la mano en su tercer curso allí. En 2012 su carrera parecía impulsarse al fichar por el Braunschweig alemán, pero no encontró su sitio y a mediados de curso regresó cedido a su club de origen. Los siguientes pasos en su carrera le llevaron a Chipre (una temporada en el Apoel Nicosia, dos en el AEK Larnaca) y en 2016, con 29 años, su nombre seguía siendo desconocido en Europa. Ese verano fichó por el Nancy francés para recalar a mitad de curso en el PAOK Salónica, debutando en la Eurocup y demostrando en ambos conjuntos que estaba capacitado para anotar en dobles dígitos en competiciones exigentes. Sin embargo, un ejercicio después tuvo que bajar otro escalón fichando por el Karpos Sokoli macedonio. Sin embargo, los problemas económicos del club le llevaron en noviembre de 2017 al modesto Kymis griego, donde llamó la atención al promediar 17,7 puntos. Tras un puñado de partidos en China, la llamada del Tenerife le permitió recalar en la ACB a los 31 años. Le costó llegar, pero desde entonces, con pasaporte georgiano, no ha parado de anotar.

El escolta del Murcia jugó en la República Checa y Chipre casi la totalidad de sus siete primeros cursos como profesional